José Domingo Blanco 04 de agosto de 2018
Según
la Real Academia de la Lengua Española, un cómplice es una “persona que, sin
ser autora de un delito o una falta, coopera a su ejecución con actos
anteriores o simultáneos”. Por supuesto, cuando utilizamos el término cómplice,
inmediatamente, y por lo general, pensamos en los integrantes de una banda
criminal, con autores intelectuales y materiales del delito que se cometa.
Pero, ¿acaso no es también un cómplice aquel que, de espaldas a los intereses
de la colectividad, de la sociedad o del país entero, respalda encubiertamente
las intenciones dictatoriales, opresivas y tiránicas del régimen y lo ayuda a
mantenerse en el poder?
Esta
práctica, por demás, despreciable, no es nueva. Cada régimen dictatorial que ha
padecido Venezuela, ha logrado su permanencia en el mando y control del país,
gracias a la sociedad de cómplices que oxigena, negocia y respalda
-abiertamente o no- al autócrata de turno
Las
recompensas para esa complicidad, supongo, deben ser lo suficiente generosas.
Y, por supuesto, los valores y la ética de los secuaces, fácilmente
doblegables. Sólo me basta recordar la desdichada frase que me espetó un conocido
diputado de la oposición cuándo le pregunté por qué insistía en ocupar una
curul: “Mingo ¿a quién no le gusta el poder?”. Esto también lo sabe el régimen.
El poder seduce. Y el que lo ostenta, con tal de no perderlo, lo negocia y lo
retiene, a como dé lugar, involucrando a todos los que sean necesarios para
mantenerlo. ¿Cuánto vale una conciencia? ¿Jugosas comisiones, concesiones,
negocios o bonos de Pdvsa? Sí, probablemente, esas sean algunas de las tarifas
del régimen para premiar a sus encubridores.
Así es
como se mantiene Nicolás rigiendo el destino de nuestra nación: gracias a la
sociedad de cómplices que le construye la guarida donde está a salvo de las
amenazas de destituciones o remociones del cargo, y hasta de los juicios ante
los que tendría que comparecer. Hace pocos días, me encontré con mi respetado y
apreciado amigo, el doctor José Vicente Haro. Luego de los saludos de rigor,
nuestra conversación desembocó en el tema en el que caemos todos los
venezolanos: ¿cómo es posible que, en Venezuela, en las condiciones en las que
se encuentra, no se haya producido una implosión? Las razones son varias; pero,
hubo una en la que ambos coincidimos. Venezuela no ha estallado gracias a la
sociedad de cómplices que pacta con el régimen y hace posible su estadía en el
poder.
La
sociedad de cómplices, como refirió en un artículo Armando Martini Pietri, fue
una definición que acuñó el escritor César Zumeta –un perseguido político de
Guzmán Blanco, Cipriano Castro y Joaquín Crespo- para explicar cómo y por qué
los grandes caudillos y dictadores se mantienen gobernando un país. Según
Martini Pietri, la sociedad de cómplices estaba compuesta por la élite de la
sociedad que, para conservar su estatus, volteaba la cara para no ver las
atrocidades que se cometían en las dictaduras: una especie de complicidad a
cambio de “beneficios”. ¿Dos códigos clave que maneja la sociedad de cómplices?
Neutralidad e indiferencia. Y en la Venezuela del Siglo XXI me atrevo a agregar
una tercera: hipocresía. Una dosis muy alta de hipocresía que les permite
aparecer en los medios de comunicación y redes sociales, con un discurso con el
que quieren hacernos creer -a quienes vivimos en el país, y sorteamos sus
miserias- que están luchando contra este régimen, cuando en realidad, están oxigenándolo
y aplanándole el camino hacia la perpetuidad.
Ese
día que nos vimos, el doctor Haro recordó una experiencia que tuvo, en 1995,
cuando era un joven de apenas 19 años y la institución para la que trabajaba le
encomendó entrevistar a Luis Villalba Villalba, hermano del dirigente político
Jóvito Villalba. Luis Villalba, fue un periodista que vivió la época de Juan
Vicente Gómez y una víctima de las torturas que, como preso político, recibió
en La Rotunda. “Le pregunté -contó Haro- cómo había sido posible que una
dictadura durara tantos años. Me respondió que las dictaduras siempre han
tenido cómplices que los ayudan a mantenerse en el poder: a miembros de la
élite política, económica y militar del país; abarcando, incluso, a miembros de
la sociedad civil como académicos, universitarios, latifundistas,
intelectuales, terratenientes, medios de comunicación, la iglesia…”.
Luego
de veinte años, ¿por qué el chavismo/madurismo sigue gobernando si es más que
evidente el inmenso daño que le ha causado a Venezuela? La pregunta -quizá
basados en la respuesta que, en su momento, le diera a José Vicente Haro Luis
Villalba- debamos hacérsela a la sociedad de cómplices, de esas élites que
hacen vida en el país, con la esperanza de que, en una especie de acto de contrición,
decidan hacer lo correcto y anteponer a Venezuela, antes que su ambición al
poder y a los beneficios que –poseerlo o estar cerca de él- puedan representar.
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