Por Piero Trepiccione
Colapso. En la política como
en la vida los errores suelen pagarse muy caros. Especialmente,
cuando las circunstancias llegan a una especie de confluencia que se convierte
en una fuerza indetenible que apunta en una dirección absolutamente contraria a
quien se empecina en no adaptarse o cambiar. Nicolás Maduro es el mejor
ejemplo de lo que queremos ilustrar. Pero –en honor a la verdad- la historia
está llena de casos demasiado elocuentes de líderes que se cerraron a toda
posibilidad de oxigenación en sus sistemas políticos, cuyo resultado directo
fue el socavamiento de los mismos en conjunto con sus fuerzas sostenedoras.
En Venezuela, todos los caminos
apuntan a una realidad. El inexorable finiquito de un gobierno
anquilosado a unas ideas de gestión que han paralizado o minimizado, las
respuestas efectivas a los grandes problemas nacionales, de por sí, originados
a partir del mismo caldo de cultivo. Nicolás Maduro ha tenido todas las
oportunidades posibles para abrir el compás y capear las turbulencias políticas
y económicas, pero en su aferramiento al poder y a sus argumentaciones
ideológicas, escogió una ruta que le fue exitosa para surfear hasta ahora las
primeras, pero dejó crecer bárbaramente las complicaciones de las
segundas.
Políticamente, Maduro
ha ganado tiempo y mucho. Supo dividir al mundo opositor venezolano cuando
éste le propinó la más dura derrota en 2015. Rápidamente reaccionó y comenzó
a intrigar para diluir y dispersar el alineamiento masivo que habían
conquistado las fuerzas políticas opositoras con el descontento generalizado de
la población en el marco de la llamada “unidad”. Movió sus fichas
institucionales y neutralizó internamente a la Asamblea Nacional, además,
hizo la jugada maestra más efectiva de su gerencia política. Llenó de dudas al
país sobre el liderazgo opositor y rompió el respaldo masivo que la
población descontenta pero no partidaria le había dado a éste. Logró resquebrajar
la unidad y debilitó la esperanza de cambio por tres años más.
Pero como suele ocurrir en
estos casos, dejó cabos sueltos. Siendo así que, la Asamblea Nacional, aun
completamente “ninguneada” en lo interno, logró amalgamar apoyos internacionales
a su causa que hoy constituyen, una derrota política de mayor envergadura
inclusive, que la de 2015 para Maduro.
En el plano económico y de
gestión pública, los éxitos no existen para Maduro. Su apego a la fórmula
ideológica que defiende ha sido taxativa. La consecuencia de esto
lo vivimos a diario con más intensidad. 2019 es el año del colapso de
los servicios públicos en todo el país. Más allá de los reiterados intentos de
la propaganda oficial de convencernos de la tesis del “sabotaje”, el ochenta y
siete por ciento de los venezolanos sabe perfectamente quién es el responsable
de todo.
Un colapso anunciado
Durante muchos años,
especialistas del área económica, ingenieros hidráulicos y eléctricos, entre
otros, tanto nacionales como internacionales, declararon la inminencia del
colapso actual. La respuesta del gobierno fue encarcelarlos o abrirles
procedimientos judiciales intimidatorios para evitar que siguieran
explicitando la realidad en los medios de comunicación. Pero todo tiene su
tiempo y éste ya no puede ser controlado por métodos políticos. Inclusive, en
el área económica, el gobierno secuestró los indicadores oficiales sin ninguna
explicación clara o contundente, para con ello, intentar ocultar el deterioro
sin par en la región, que ha venido sufriendo el sistema económico
venezolano.
Y frente a ello, todos los
acontecimientos desarrollados a partir del cinco de enero de este año apuntan
en una sola dirección: el fin de un ciclo político. Nicolás Maduro
optó por cerrarse y aferrarse. Política y económicamente se ha estado
asfixiando a sí mismo, aun cuando mantiene aliados importantes como China y
Rusia, la situación interna y los niveles de descontento
crecenabrumadoramente. Esto está permeando en los estamentos militar,
institucional y político que lo respaldan aun y va a provocar su inexorable
final al frente del poder en Venezuela.
No cabe duda, estos procesos
marcan pauta y sacuden las estructuras de poder y con más facilidad, aquellas
que se rigidizan más. Puede maniobrar políticamente aún, pero la avalancha
social está creciendo a un punto de no retorno, siempre y cuando, no se
desmonte con un gran sacrificio público que, en este caso, solo puede ser el de
Nicolás Maduro. “El que tenga ojos que vea”.
07-04-19
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