Por Simón García
Los extremistas del Gobierno
y de la oposición quieren imponer la violencia. Evitar que los
ciudadanos, en elecciones libres y justas, decidan pacíficamente su futuro. Pero
el país que los desborda, atado por sus catástrofes cotidianas a pelear por su
derecho a la vida, intuye que voto priva sobre fusil.
La ruta maciza y clara
levantada por Guaidó cumplió los objetivos que correspondían al primer desafío
contundente formulado al régimen en veinte años. Logró reducir la base social
de apoyo de Maduro, aislarlo internacionalmente y colocar en agenda el interés
general de disolver un poder de facto, exclusivamente concentrado en
perpetuarse a costa de hundirnos en peores calamidades.
La situación ha variado.
Está en curso el estallido de un unánime rechazo social a Maduro. Este
cuestionamiento, que sobrepasa identificaciones políticas tradicionales, no se
ha podido traducir en un consenso institucional y político sobre cómo resolver
el conflicto entre el país y una élite monopolizadora de privilegios. Se
obstruye un entendimiento inevitable entre actores indispensables para cambiar
de régimen y asegurar gobernabilidad, pluralidad e inclusión. Importante para
acelerar la unificación y reconstrucción del país a partir del día después.
Pedir flexibilizar la ruta y
rediscutir la estrategia formulada por Guaidó no constituye una crítica, sino
una propuesta para debatir cómo añadirle nuevos atributos y capacidades de
eficacia y éxito a la formación de un gobierno provisional y al cese de la
usurpación.
Venezuela necesita
entendimientos. El primero para atender la crisis humanitaria compleja entre la
gente sencilla que la sufre. Guaidó debe lograr que el Gobierno, responsable
del agravamiento cuasi genocida de esa crisis, permita que ella se lleve a cabo
sin aprovechamientos bastardos. No repetir el traspiés del 23 de febrero.
Hay una visión de la
transición que conviene a la prolongación de la usurpación. Sobre acentuar su
naturaleza ordinariamente conflictiva y plantearla como proceso en la que una
de las partes obtenga para sí todas las ganancias. Al consagrar la división en
dos polos sólo antagónicos, se continúan dos fundamentos autoritarios:
desplazar una hegemonía excluyente con otra y suponer que todos somos enemigos
de todos, que cada polo existe para exterminar al otro. Esta infiltración
totalitaria debe ser doblegada por las ventajas que otorga la práctica de la
cultura democrática. Antes y durante el ejercicio del poder.
Hay que romper el empate
dañino y costoso que impide el salto adelante del país. Guaidó y la AN deben
encarnar, lo que el grupo declinante de Maduro no puede, fortalecer la protesta
cívica y encabezar propuestas de solución. El primer objetivo de la transición
es reconquistar progresivamente derechos confiscados.
Las elecciones son la vía de
cambio con lucha y movilización de calle. Rescatan la autonomía para encontrar
una solución entre venezolanos. Rescatan el voto como herramienta primaria para
el ejercicio de la democracia y contravenir un fundamento del autoritarismo: la
soberanía reside en la voluntad del pueblo y no en quien tenga el control del
Estado.
Luchar y lograr elecciones
libres y competitivas es el corazón del restablecimiento de la libertad. Un
medio de emancipación que exige garantizar derechos, previo y posterior a los
resultados, a quienes participen en ellas. Y un acuerdo de gobernabilidad para
enfrentar la superación de las crisis a mediano plazo.
Los que banalizan la guerra,
proponen añadirle sangre al tiempo del hambre, jugar al todo o nada, pueden
dejarnos con las manos vacías.
07-04-19
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