Trino Márquez 03 de abril de 2019
@trinomarquezc
Los
cortes intempestivos y prolongados del flujo eléctrico le han dado un revolcón
a nuestra vida cotidiana. Han golpeado la dinámica individual, familiar y
colectiva. Todos los servicios que hacen más amable y llevadera la actividad
diaria, han sido trastocados de forma repentina.
La
electricidad permite encender los bombillos y alumbrar ambientes oscuros. Mueve
el motor de la nevera, fundamental para mantener los alimentos. Permite
encender las cocinas, los televisores, los radios, los microondas, las
lavadoras, secadoras y computadoras. Si se sale del hogar, la electricidad
mueve las fábricas, los ascensores donde operan las empresas, permite bombear
la gasolina que surte los tanques de los automóviles.
Internet,
la telefonía móvil y los teléfonos inalámbricos, también se alimentan de la
electricidad. El agua llega a las casas y centros de trabajo porque
dispositivos eléctricos la impulsan. Pocas actividades u objetos escapan de la
presencia de ese flujo energético, cuya existencia se conoce desde la
antigüedad, pero que fue producido y aprovechado en gran escala a partir de
finales del siglo XIX, cuando Thomas Alba Edison inventó la bombilla
incandescente y Nikola Tesla trabajó en el uso de la electricidad alterna en
grandes proporciones.
El uso
intensivo de la electricidad aparece en todos los textos e informes sobre el
desarrollo económico y social, entre los indicadores fundamentales que miden el
bienestar alcanzado por un país. Entre progreso y demanda de electricidad se da
un vínculo concomitante. Salvo que la energía eléctrica sea remplazada por una fuente
alternativa, como la energía solar, no es posible que se produzca una caída del
uso de la electricidad que no refleje una contracción del Producto Interno
Bruto y la riqueza de una nación.
La
importancia de la electricidad y su nexo con el crecimiento y el bienestar fue
entendida a plenitud por los distintos gobiernos nacionales desde la muerte de
Juan Vicente Gómez, en diciembre de 1935, hasta el ascenso de Hugo Chávez al
poder. En el Programa de Febrero, presentado en 1936 a la nación por el general
Eleazar López Contreras, para aplacar las protestas desatadas en Caracas y
otras ciudades tras la desaparición del tirano, ya se señala como prioridad la
electrificación del país. Esa visión modernista se mantuvo como constante en
los gobiernos posteriores; e impulsó los grandes proyectos para la construcción
del Sistema Eléctrico Nacional. Incluso, Hugo Chávez entendió que sin energía
eléctrica no era posible alcanzar un modelo autosostenido de crecimiento. El
Plan de la Nación 2001-2007 y el Primer Plan Socialista, 2007-2013, destacaron
la relevancia de mantener el SEN en óptimas condiciones. Lo que ocurrió después
fue que colocó en manos inexpertas y voraces esa enorme responsabilidad. La
impericia destruyó el sistema; y la voracidad se tragó los miles de millones de
dólares que la bonanza petrolera permitió destinar al logro de ese objetivo.
La
labor de demolición del SEN fue continuada con mucho ánimo por Nicolás Maduro.
A partir de 2013, cuando asume la presidencia de la República, la desidia
dominante durante los trece años anteriores, se convierten en abandono y saqueo
obsceno. El retroceso al pasado antediluviano se emprendió a toda marcha. Los
informes de Víctor Poleo y Damián Prat, entre otros expertos en la materia,
resultan inapelables y estremecedores. Los venezolanos hemos visto en vivo el
desplome de un sistema que era motivo de orgullo nacional: en él trabajaron
nuestros mejores profesionales; y era modelo de eficiencia en América Latina y
el mundo.
Nicolás
Maduro, auxiliado por su impresentable ministro de Comunicación, trata de
controlar los daños y ocultar su responsabilidad en el colapso de los servicios
de electricidad y agua. La estrategia adoptada es sencilla: adultera la
realidad a través de las cadenas de radio y televisión; reprime con violencia
las protestas populares; desinforma a través de la Red de Medios Públicos, por
donde se transmiten hasta el hastío las explicaciones estrambóticas inventadas
por el régimen; e intimida y obliga a guardar silencio a los grandes medios de
comunicación masivos, incluidos los circuitos radiales, a los que se les
prohibió organizar operativos especiales para informar a la ciudadanía acerca
de los apagones. Conatel se convirtió en el rostro oculto del Sebin, la GNB, la
PNB, las Faes y los colectivos. Es el brazo desarmado de la represión, pero
igual de agresivo.
El
madurismo representa la encarnación del atraso y la violencia. Afortunadamente,
el descalabro del sistema eléctrico y de la distribución de agua ocurren en un
momento en el cual la oposición se reorganiza en torno a Juan Guaidó. No le
será fácil evitar pagar el costo del martirio al que somete a los venezolanos.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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