Félix Palazzi 06 de abril de 2019
En el
discurso de Apertura de la Congregación Provincial XIV de los Jesuitas en 1974,
Bergoglio manifiesta «la convicción de que es necesario superar contradicciones
estériles para poder enrolarnos en una real estrategia apostólica que visualice
al enemigo y una nuestras fuerzas frente a él». Argentina vivía entre
conflictos sociales y divisiones al interno de la Iglesia Católica. Una parte
importante del clero y la vida religiosa apoyaba al peronismo. En medio de esta
situación, el padre Bergoglio, quien era para ese entonces provincial superior
de los jesuitas en Argentina, pide «recordar los infecundos enfrentamientos con
la Jerarquía, los conflictos desgastantes entre ‘alas’ (por ejemplo,
‘progresista’ o ‘reaccionaria’) dentro de la Iglesia. Terminamos dando más
importancia a las partes que al todo».
A raíz
de esta experiencia de divisiones y fracturas sociopolíticas y eclesiásticas,
nace un nuevo ideal, el de construir un proyecto de nación y de Iglesia.
Bergoglio se propuso fomentar una unidad mayor a la coyuntural entendiendo que
el bien común, que es «el todo», es más importante que cada postura y opción
individual, a las que se refiere como «las partes». Al absolutizar la visión
individual de la realidad, se anula el diálogo y toda posibilidad de alcanzar
al bien común.
Sin
embargo, como solía decir Lucio Gera, padre de la Teología del Pueblo, es
necesario el cambio de algunas «mentalidades». ¿Qué criterios debemos tomar en
cuenta para lograr el bien común y el desarrollo del pueblo? Primero, entiende
que no llegaremos a la unidad mientras exista la tentación de obviar los
conflictos y no asumirlos. A este tipo de actitud la llama «abstraccionismo
espiritualista». Segundo, tampoco se logrará si se aplican políticas económicas
y públicas alejadas de los fines cristianos, como son las visiones ideológicas
-marxistas y liberales- que quieren ser impuestas a los más pobres y
vulnerables por aquellos grupos que están en el poder, -políticos, económicos o
religiosos. A esta mentalidad la llama la tentación del «metodologismo
funcionalista» y de las «ideologías abstractas». Tercero, se deben evitar
posturas «eticistas» o «moralizantes», es decir, aquellas que «aíslan la
conciencia de los procesos y hacen proyectos formales más que reales». A este
tipo de mentalidad la llama la «moralina de los curas». Así lo explica en el
año 2005 durante su exposición en la VIII Jornada de Pastoral Social en Buenos
Aires.
Hacia
mediados de la década del 70, el padre Bergoglio comienza a formalizar
criterios que ayudan a discernir la vida pública. Estos son: «la unidad es
superior al conflicto, el todo es superior a la parte, y el tiempo es superior
al espacio». Casi 40 años después, en el 2010, los retomará como Cardenal en la
Conferencia que diera con motivo del Bicentenario de la Independencia, y ahí
agregará otro criterio: «la realidad sobre la idea». Él entiende que estos
criterios «ayudan a resolver el desafío de ser ciudadano y la pertenencia a una
sociedad». Como Papa retoma esta visión en la encíclica Lumen Fidei (nn. 55.57)
y en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (nn. 217-237).
Francisco
hace eco del método teológico latinoamericano al reconocer la necesidad de
partir del «ver», mostrar aquello que es evidente a todos y que no puede
ocultarse porque es un «hecho», como es la deshumanización vivida (Laudato Si,
48.49.90.109). «Lo ideal» puede crear una falsa ilusión positiva, pero la
realidad nos muestra que estamos acabando con «toda referencia a lo común y con
todo intento por fortalecer los lazos sociales» (LS 116).
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