Francisco Fernández-Carvajal 06 de abril de 2019
—
Anhelo de justicia y de mayor paz en el mundo. Vivir las exigencias de la
justicia en nuestra vida personal y en el ámbito donde se desarrolla nuestra
vida.
—
Cumplimiento de los deberes profesionales y sociales.
—
Santificar la sociedad desde dentro. Virtudes que amplían y perfeccionan el
campo de la justicia.
I. Hazme
justicia, oh Dios, defiende mi causa... Tú eres mi Dios y protector1,
rezamos en la Antífona de entrada de la Misa.
En
gran parte de la humanidad se oye un fuerte clamor por una mayor justicia, por
«una paz mejor asegurada en un ambiente de respeto mutuo entre los hombres y
entre los pueblos»2.
Este deseo de construir un mundo más justo en el que se respete más al hombre,
que fue creado por Dios a su imagen y semejanza, es parte muy fundamental
del hambre y sed de justicia3 que
debe existir en el corazón cristiano.
Toda
la predicación de Jesús es una llamada a la justicia (en su plenitud, sin
reduccionismos) y a la misericordia. El mismo Señor condena a los
fariseos que devoran las casas de las viudas mientras fingen largas
oraciones4. Y es el Apóstol Santiago quien dirige este severo reproche a
quienes se enriquecen mediante el fraude y la injusticia: vuestra
riqueza está podrida (...). El jornal de los obreros que han segado vuestros
campos, defraudado por vosotros, clama, y los gritos de los segadores han
llegado a oídos del Señor de los ejércitos5.
La
Iglesia, fiel a la enseñanza de la Sagrada Escritura, nos urge a que nos unamos
a este clamor del mundo y lo convirtamos en una oración que llegue hasta
nuestro Padre Dios. A la vez, nos impulsa y nos urge a vivir las exigencias de
la justicia en nuestra vida personal, profesional y social, y a salir en
defensa de quienes –por ser más débiles– no pueden hacer valer sus derechos. No
son propias del cristiano las lamentaciones estériles. El Señor, en lugar de
quejas inútiles, quiere que desagraviemos por las injusticias que cada día se
cometen en el mundo, y que tratemos de remediar todas las que podamos,
empezando por las que están a nuestro alcance, en el ámbito en el que se
desarrolla nuestra vida: la madre de familia, en su hogar y con quienes se
relaciona; el empresario, en la empresa; el catedrático, en la Universidad...
La
solución última para instaurar y promover la justicia a todos los niveles está
en el corazón de cada hombre, donde se fraguan todas las injusticias
existentes, y donde está la posibilidad de volver rectas todas las relaciones
humanas. «El hombre, negando e intentando negar a Dios, su Principio y Fin,
altera profundamente su orden y equilibrio interior, el de la sociedad y
también el de la creación visible.
»La
Escritura considera en conexión con el pecado el conjunto de calamidades que
oprimen al hombre en su ser individual y social»6.
Por eso no podemos olvidar los cristianos que cuando, mediante nuestro
apostolado personal, acercamos a los hombres a Dios, estamos haciendo un mundo
más humano y más justo. Además, nuestra fe nos urge a no eludir jamás el
compromiso personal en defensa de la justicia, de modo particular en aquellas
manifestaciones más relacionadas con los derechos fundamentales de la persona:
el derecho a la vida, al trabajo, a la educación, a la buena fama... «Hemos de
sostener el derecho de todos los hombres a vivir, a poseer lo necesario para
llevar una existencia digna, a trabajar y a descansar, a elegir estado, a
formar un hogar, a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y poder educarlos,
a pasar serenamente el tiempo de la enfermedad o de la vejez, a acceder a la
cultura, a asociarse con los demás ciudadanos para alcanzar fines lícitos, y,
en primer término, a conocer y amar a Dios con plena libertad»7.
En
nuestro ámbito personal, debemos preguntarnos si hacemos con perfección el
trabajo por el que cobramos, si pagamos lo debido a las personas que nos
prestan un servicio, si ejercitamos responsablemente los derechos y deberes que
pueden influir en el modo de configurarse las instituciones en las que nos
encontramos, si trabajamos aprovechando el tiempo, si defendemos la buena fama
de los demás, si salimos en justa defensa de los más débiles, si acallamos las
críticas difamatorias que pueden surgir a nuestro alrededor... Así amamos la
justicia.
II. Los
deberes profesionales son un lugar excepcional para vivir la virtud de la
justicia. El dar a cada uno lo suyo, propio de esta virtud, significa en este
caso cumplir lo estipulado. El patrono, el ama de casa con el servicio, el
jefe, se obligan a dar la justa retribución a las personas que trabajan a sus
órdenes de acuerdo con las leyes civiles justas y con lo que dicta la recta
conciencia, que irá en ocasiones más allá de las propias leyes. Por otra parte,
los obreros y empleados tienen el deber grave de trabajar responsablemente, con
profesionalidad, aprovechando el tiempo. La laboriosidad se presenta así como
una manifestación práctica de la justicia. «No creo en la justicia de los
holgazanes –decía San Josemaría Escrivá–, porque (...) faltan, y a veces de
modo grave, al más fundamental de los principios de la equidad: el del trabajo»8.
El
mismo principio se puede aplicar a los estudiantes. Tienen un deber grave de
estudiar –es su trabajo– y han contraído una obligación de justicia con la
familia y con la sociedad, que les sostiene económicamente, para que se
preparen y puedan rendir unos servicios eficaces.
Los
deberes profesionales son, por otra parte, el cauce más oportuno con el que
ordinariamente contamos para colaborar en la resolución de los problemas
sociales y para intervenir en la construcción de un mundo más justo.
El
cristiano, en su anhelo de construir este mundo, ha de ser ejemplar en el
cumplimiento de las legítimas leyes civiles, porque si son justas son queridas
por Dios y constituyen el fundamento de la misma convivencia humana. Como
ciudadanos corrientes que son, han de ser ejemplares en el pago de los impuestos
justos, necesarios para que la sociedad pueda llegar a donde el individuo
personalmente sería ineficaz.
Dad a
cada uno lo debido: a quien tributo, tributo; a quien impuestos, impuestos; a
quien respeto, respeto; a quien honor, honor9. Y
lo hacen –dice el mismo Apóstol–, no solo por temor, sino
también a causa de la conciencia10.
Así vivieron los cristianos desde el comienzo sus obligaciones sociales, aun en
medio de las persecuciones y del paganismo de los poderes públicos. «Como hemos
aprendido de Él (Cristo) –escribía San Justino Mártir, a mediados del
siglo ii–, nosotros procuramos pagar los tributos y contribuciones,
íntegros y con rapidez, a vuestros encargados»11.
Entre
los deberes sociales del cristiano, el Concilio Vaticano II recuerda «el
derecho y al mismo tiempo el deber (...) de votar para promover el bien común»12.
Desentenderse de manifestar la propia opinión en los distintos niveles en los que
debemos ejercer estos derechos sociales y cívicos sería una falta contra la
justicia, en algunas ocasiones grave, si ese abstencionismo favoreciera
candidaturas (ya sea en la configuración de los parlamentos, en la junta de
padres de un colegio, en la directiva de un colegio profesional, en los
representantes de la empresa...) cuyo ideario es opuesto a los principios de la
doctrina cristiana. Con mayor razón, sería una irresponsabilidad, y quizá una
grave falta contra la justicia, apoyar organizaciones o personas –del modo que
sea– que no respeten en su actuación los fundamentos de la ley natural y de la
dignidad humana (aborto, divorcio, libertad de enseñanza, respeto a la
familia...).
III. «El
cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como
servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo, a sistemas
ideológicos que se oponen –radicalmente o en puntos sustanciales– a su fe y a
su concepción del hombre. No es lícito, por tanto, favorecer a la ideología
marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de violencia y a la manera
como esa ideología entiende la libertad individual de la colectividad, negando
al mismo tiempo toda trascendencia al hombre y a su historia personal y
colectiva. Tampoco apoya el cristiano la ideología liberal, que cree exaltar la
libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la
búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades
sociales como consecuencias más o menos automáticas de iniciativas individuales,
y no ya como fin y motivo primario del valor de la organización social»13.
Hoy
nos unimos a ese deseo de una mayor justicia, que es una de las principales
características de nuestro tiempo14.
Pedimos al Señor una mayor justicia y una mayor paz, pedimos por los
gobernantes, como siempre se hizo en la Iglesia15,
para que sean promotores de justicia, de paz, de un mayor respeto por la
dignidad de la persona. Nosotros, en lo que está de nuestra parte, hacemos el
propósito de llevar las exigencias del Evangelio a nuestra propia vida
personal, a la familia, al mundo en el que cada día nos movemos y del que
participamos.
Junto
a lo que pertenece en sentido estricto a la virtud de la justicia, cuidaremos
aquellas otras manifestaciones de virtudes naturales y sobrenaturales que la
complementan y la enriquecen: la lealtad, la afabilidad, la alegría... Y, sobre
todo, la fe, que nos da a conocer el verdadero valor de la persona, y la
caridad, que nos lleva a comportarnos con los demás más allá de lo que pediría
la estricta justicia, porque vemos en los demás hijos de Dios, al mismo Cristo
que nos dice: lo que hicisteis por uno de estos mis hermanos más
pequeños, por mí lo hicisteis16.
1 Sal 42,
1. —
2 Pablo
VI, Carta Apost. Octogesima Adveniens, 14-V-1971. —
3 Cfr. Mt 5,
6. —
4 Mc 12,
40. —
5 Sant 5,
2-4. —
6 S.
C. para la Doctrina de la Fe, Instr. Sobre libertad cristiana y
liberación, 22-III-1986, n. 38. —
7 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 171. —
8 Ibídem,
169. —
9 Rom 13,
7. —
10 Cfr. Rom 13,
5. —
11 San
Justino, Apología, 1, 7. —
12 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 75. —
13 Pablo VI,
Carta Apost. Octogesima adveniens, 14-V-1971. —
14 Cfr. S.
C. para la Doctrina de la Fe, loc. cit., 1. —
15 Cfr. 1
Tim 2, 1-2. —
16 Cfr. Mt 25,
40.
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