Roman Krznaric 07 de abril de 2019
"El
origen del gobierno civil", escribió David Hume en 1739, está en que
"los hombres no son capaces de curar radicalmente, ni en ellos mismos ni
en otros, esa estrechez del alma que les hace preferir el presente a lo
remoto".
El
filósofo escocés estaba convencido de que las instituciones de gobierno -como
los representantes políticos y los debates parlamentarios- servirían para
moderar nuestros deseos impulsivos y egoístas, y fomentar los intereses y
bienestar de la sociedad a largo plazo.
Hoy
día, el punto de vista de Hume parece ser poco más que una ilusión,
ya que es tan evidentemente claro que nuestros sistemas políticos se han
convertido en la causa de una descontrolada miopía en lugar de ser una cura
para ésta.
Muchos
políticos a duras penas ven más allá de las próximas elecciones y reaccionan de
acuerdo a la más reciente encuesta de opinión o tuit.
Los
gobiernos típicamente prefieren soluciones rápidas, como
encarcelar más criminales en lugar de abordar las causas sociales y económicas
más profundas del crimen. Las naciones discuten alrededor de mesas de
conferencias, enfocándose en sus intereses a corto plazo, mientras que el
planeta arde y las especies desaparecen.
A
medida que los medios noticiosos de 24 horas diarias bombean los últimos giros
en la negociación del Brexit o se obsesionan con un comentario improvisado del
presidente de EE.UU., la temporalidad de la política democrática moderna es
absolutamente obvia.
Entonces,
¿habrá un antídoto a esta tendencia política de vivir en el presente que pueda
avanzar permanentemente el interés de las generaciones futuras más allá del
horizonte?
Fallas
de los sistemas democráticos
Empecemos
con el quid del problema. Es común afirmar que el cortoplacismo actual es
simplemente el producto de las redes sociales y otras tecnologías digitales que
han acelerado la marcha de la vida política. Pero la fijación en el ahora tiene
raíces más profundas.
Uno de
los problemas es el ciclo electoral, una falla inherente en el diseño de los
sistemas democráticos que produce horizontes políticos de corta duración.
Los
políticos pueden ofrecer tentadoras exenciones tributarias para atraer
votantes en la próxima contienda electoral, mientrasignoran los problemas a
largo plazo de los cuales escasamente pueden sacar poco capital
político inmediato, como lidiar con la descomposición
ecológica, la reforma de las pensiones o la inversión en la educación infantil
temprana.
En los
años 70, esta manera miope de plantear políticas se conoció como el "ciclo
económico político".
A eso
se le agrega la habilidad de los grupos de interés especial -particularmente
las corporaciones- de usar el sistema político para asegurarse de obtener para
sí mismos beneficios a corto plazo, mientras transfieren los costos a largo
plazo al resto de la sociedad.
Ya sea
a través del financiamiento de campañas electorales o altos presupuestos para
el cabildeo, la interferencia corporativa en la política es un fenómeno
global que margina de la agenda las propuestas de políticas a largo
plazo.
La
tercera y más profunda causa de temporalidad política es que la
democracia representativa sistemáticamente ignora los intereses del pueblo
futuro. Los ciudadanos del mañana están desprovistos de derechos, no hay
entidades -en la gran mayoría de los países- que representen sus preocupaciones
ni potenciales puntos de vista sobre las decisiones que sin duda afectarán sus
vidas.
La
"tierra de nadie"
Es un
punto ciego tan enorme que apenas lo notamos: en la década que pasé como
científico político especializado en gobierno democrático, simplemente nunca se
me ocurrió que las generaciones futuras estuvieran privadas de sus
derechos de la misma manera que los esclavos o las mujeres en el pasado. Pero
esa es la realidad.
Y es
por eso que cientos de miles de escolares en todo el mundo, inspirados por la
adolescente sueca Greta Thunberg, han realizado huelgas y marchas para que las
naciones ricas reduzcan sus emisiones de carbono: ya están hartos de
los sistemas democráticos que los dejan sin voz y
sutilmente borran sus futuros del panorama político.
Ha
llegado la hora de enfrentar una realidad inconveniente: que la democracia
moderna -especialmente en países ricos- nos ha permitido colonizar el
futuro. Tratamos el futuro como si fuera una colonia distante
despoblada, donde libremente podemos arrojar la degradación ecológica, el
riesgo tecnológico, el desperdicio nuclear y la deuda pública, y la cual
podemos saquear a nuestras anchas.
Cuando
Gran Bretaña colonizó Australia entre los siglos XVIII y XIX, se basó en la
doctrina legal conocida como terra nullius -tierra de nadie- para
justificar su conquista y tratar a la población indígena como si no existieran
o tuvieran reclamo alguno sobre el territorio. Nuestra actitud hoy en día es
una de terra nullius. El futuro es un "período
vacío", un territorio sin reclamar que está igualmente desprovisto de
habitantes. Como los territorios distantes del imperio, está ahí para que
nos hagamos de él.
El
abrumador desafío que enfrentamos es reinventar la democracia misma, superar
su cortoplacismo inherente y abordar el robo intergeneracional que
subyace en nuestra dominación colonial del futuro. Cómo hacerlo es, creo,
el desafío político más urgente de nuestro tiempo.
El
"dictador benévolo"
Algunos
sugieren que la democracia es tan miope que estaríamos mejor con
"dictadores benévolos", que pueden tener una visión a largo plazo de
las múltiples crisis que enfrenta la humanidad en representación de todos
nosotros.
Entre
estos se encuentra el destacado astrónomo británico Martin Rees, que ha escrito
que frente a los desafíos críticos a largo plazo como el cambio climático y la
proliferación de armas biológicas, "sólo un déspota iluminado podría
promulgar las medidas necesarias para navegar el siglo XXI con seguridad".
Cuando
le pregunté recientemente en un foro público si estaba ofreciendo una dictadura
como una fórmula política seria para lidiar con el cortoplacismo, y sugerí que
era medio en broma, el respondió, "realmente, era medio en serio".
Luego
me dio el ejemplo de China como un régimen autoritario que es
increíblemente exitoso en planear a largo plazo, evidente en su continua e
inmensa inversión en energía solar.
Un
sorprendentemente gran número de cabezas en la audiencia asentían, pero la mía
no estaba entre ellas. La historia tiene pocos, si los hay, ejemplos de
dictadores que permanecen benévolos e iluminados por mucho tiempo (para
muestra, el récord de China en derechos humanos).
Además,
hay poca evidencia de que los regímenes autoritarios tengan un mejor historial
de pensar y planear a largo plazo que los democráticos: Suecia, sin ir más
allá, logra generar casi 60% de su electricidad por medio de fuetes renovables
sin tener un déspota a cargo (comparada con sólo el 26% en China).
La defensa
de futuras generaciones
Un
argumento más sólido es que podría haber maneras de reinventar la democracia
representativa para que supere su sesgo del aquí y ahora. De hecho, varios
países ya se han embarcado en experimentos pioneros para empoderar a los
ciudadanos del futuro.
Finlandia,
por ejemplo, tiene un Comité parlamentario del Futuro que escudriña la
legislación por su impacto sobre las generaciones futuras. Entre 2001 y 2006,
Israel tuvo un Defensor de Futuras Generaciones, aunque el cargo fue abolido
cuando se consideró que tenía demasiado poder para demorar la legislación.
Tal
vez el mejor ejemplo contemporáneo esté en Gales, que estableció una Comisión
de Futuras Generaciones, en la persona de Sophie Howe, como parte del Acta
de Bienestar para Futuras Generaciones de 2015. El papel de la comisionada es
garantizar que los entes públicos en Gales, que trabajan en áreas que van desde
la protección del medio ambiente hasta programas de empleo, tomen
decisiones políticas mirando por lo menos 30 años hacia el futuro.
En
este momento hay un creciente llamado para crear un Acta de Futuras
Generaciones similar que abarque todo Reino Unido. Es una idea que podría tomar
impulso con el nuevo Grupo Parlamentario Multipartidista para Futuras
Generaciones, formado en 2018 con el apoyo de Martin Rees, que tiene un escaño
en la Cámara de los Lores y que claramente tiene algo de fe en el proceso
democrático.
Asambleas
ciudadanas
Esas
iniciativas han sido criticadas, sin embargo, por ser demasiado reformistas y hacer
poco para alterar la estructura de gobierno democrático a un nivel fundamental.
Una alternativa más radical ha sido propuesta por el veterano activista
ecológico de Canadá David Suzuki, que quiere reemplazar a los políticos
electos del país con una asamblea ciudadana seleccionada al azar, compuesta
de canadienses comunes y corrientes sin afiliación partidista que estarían,
cada uno, en el cargo durante seis años.
En su
opinión, tal asamblea, parecida a un tipo de servicio de jurado político,
lidiaría más efectivamente con los problemas de largo plazo como el cambio
climático y la pérdida de biodiversidad, y resolvería el problema de
los políticos obsesionados con las siguientes elecciones.
Pero,
¿podría realmente una asamblea de ciudadanos de hoy en día ponerse en los
zapatos de las generaciones futuras y representar sus intereses de forma
efectiva?
Un
nuevo movimiento en Japón llamado Diseño Futuro intenta responder esa misma
pregunta. Encabezado por el economista Tatsuyoshi Saijo, del Instituto de
Investigación para la Humanidad y la Naturaleza, en Kioto, el movimiento ha
estado dirigiendo asambleas ciudadanas en municipalidades por todo el país.
Un
grupo de participantes asume la postura de los residentes actuales y, el otro,
se imagina siendo los "residentes futuros" del año 2060, vistiendo
hasta túnicas ceremoniales para ayudarles a proyectar ese salto imaginativo en
el tiempo.
Una
multiplicidad de estudios han demostrado que los futuros residentes
trazan planes ciudadanos mucho más radicales y progresivos que los actuales
residentes.
A
últimas, el movimiento aspira establecer un Ministerio del Futuro que haga
parte del gobierno central y un Departamento del Futuro que funja dentro de
todos los gobiernos de autoridad local, que implementarían el modelo de la
asamblea de ciudadanos futuros para diseñar políticas.
El
Diseño Futuro está inspirado en parte por el Principio de la Séptima
Generación, observado por algunos pueblos nativos estadounidenses, donde se
toma en cuenta el impacto sobre el bienestar de la séptima generación en el
futuro (a unos 150 años).
Juventud
en defensa del planeta
Ese
tipo de filosofía indígena también motivó una importante demanda en Estados
Unidos, donde la organización liderada por jóvenes Our Children's Trust (La
Custodia de Nuestros Hijos) intenta asegurar el derecho legal a un clima
estable y una atmósfera saludable para el beneficio de todas las generaciones
presentes y futuras.
Lo que
destaca este caso es que los demandantes son jóvenes adolescentes o en
sus años 20. Arguyen que el gobierno de EE.UU. voluntariamente ha seguido
políticas que han contribuido a la inestabilidad del clima futuro, un recurso
público, y por ende les está negando sus futuros derechos constitucionales.
Como
Ann Carlson, profesora de Ley del Medio Ambiente de la Universidad de
California en Los Ángeles, recientemente le dijo al sitio de internet Vox:
"Eso es lo brillante de tener a niños demandantes... están defendiendo el
futuro del planeta". De tener éxito la demanda, sería un caso
trascendental que finalmente le otorgaría derechos a los ciudadanos del mañana.
¿Qué
conllevan todas estas iniciativas? Nos encontramos en medio de una coyuntura
política histórica. Está claro que un movimiento por los derechos e
intereses de las futuras generaciones está empezando a surgir a escala global y
se apresta a ganar impulso en la próximas décadas a medida que la doble amenaza
de un colapso ecológico y riesgo tecnológico se avecinan más y más.
El
sueño de un dictador benévolo no es la única opción para enfrentar nuestras
crisis a largo plazo. La democracia ha tomado muchas formas y se ha reinventado
muchas veces, desde la democracia directa de los antiguos griegos hasta el auge
de las democracia representativa en el en el siglo XVIII.
La
próxima revolución democrática -una que empodere a las futuras generaciones y
descolonice el futuro- bien podría estar en el horizonte político.
*Roman
Krznaric esfilósofo público, otrora científico político, y fundador del primer
Museo de la Empatía. Actualmente escribe un libro sobre el poder de pensar a
largo plazo
Tomado
de: https://www.bbc.com/mundo/vert-fut-47802956
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