Juan Guerrero 03 de junio de 2019
@camilodeasis
Han
pasado cerca de dos años y todavía su rostro está grabado en mi memoria. Estaba
tirado en el suelo. En el sótano de un edificio. Cuando fui a tomar el ascensor
pude distinguirlo. Parecía un muñeco con la cabeza ladeada a la izquierda. Le
salía un hilo de sangre por una oreja y por la nariz.
No
tendría más de 27 años. Moreno y robusto. Los policías de investigaciones lo
tomaron por las piernas y brazos y lo lanzaron a la furgoneta. El sonido fue
espantoso.
Otra
persona más que se suicida en esta Venezuela del terror y la tristeza. Dicen
las estadísticas que nos hemos colocado a la cabeza de los países del mundo
donde sus habitantes se suicidan con más frecuencia.
De
esos cerca de 800.000 suicidios en el mundo, en Venezuela se cometen poco más
de 19 por cada 100 mil habitantes. Es la cifra más alta en Latinoamérica. Antes
de la llegada del chavizmo, apenas se cometían entre 4 a 5 suicidios al año.
Pero
la tristeza, la depresión y tantas ausencias han quitado la alegría a los
venezolanos. Esta forma de ejercer violencia está siendo utilizada cada vez más
por la desesperación de una población que no encuentra salida a su crisis
personal y colectiva.
Como
ese joven son la gran mayoría de quienes toman esta drástica decisión. Me duele
saber que entre los profesionales de las ciencias de la salud el aumento de los
suicidios es alarmante. Médicos y enfermeras quienes ante la imposibilidad de
salvar una vida por carecer de insumos, medicinas, equipos y condiciones
físicas de los centros asistenciales, toman esta decisión. Tal vez para llamar
la atención. Tal vez por agotamiento y frustración de saber que pueden salvar
la vida de un niño y no tener absolutamente nada para ayudar.
Esta
es la Venezuela que heredarán otros. No es fácil tomar una decisión tan
radical. Hay que ser valiente para atreverse a tan extrema resolución. Difícil
discutir tan delicado tema. Pero es que se ha vuelto un problema de salud
pública que se añade a esta pavorosa catástrofe humanitaria que padecemos.
Lanzarse
por la ventana de un edificio desde un piso 7 o colgarse de la viga del techo
con una cuerda o dejarse caer entre los rieles de un vagón del metro o ingerir
veneno de ratas, son parte de un ritual que es necesario sacar a la luz
pública. Atenderlo. Es perentorio en este descalabro de país y sociedad no
dejar solo a nuestros parientes y amigos que atraviesan por crisis extremas.
Si
usted nota que un conocido está atravesando por una delicada situación
socioeconómica. Si lo nota descuidado en su apariencia física. Depresivo. Poco
comunicativo y elusivo, busque hablarle. No le recrimine su actitud. Por el
contrario, deje que se desahogue. Si es posible que grite, llore y manifieste
su frustración, su problema. Oriéntelo y búsquele ayuda profesional.
En
la Venezuela de estos años el suicidio se está manifestando cada vez más y con
mayor intensidad en personas que hacen vida en las ciudades. Son, por lo
general, personas cada vez más jóvenes (entre 16-25 años) y de núcleos familiares
consolidados. Otro rasgo que alarma son los casos de profesionales y docentes
universitarios que padecen episodios depresivos y de tristeza por las
condiciones económicas por las que atraviesan. También por las ausencias de
seres queridos. La soledad entre ancianos es escalofriante al igual que
aquellos padres que ven partir a sus hijos y nietos. Esa diáspora, ese exilio
obligado y recurrente en nuestra población.
Son
frecuentes los permisos y ausencias del trabajo entre profesionales de la salud
y profesores universitarios, quienes experimentan episodios depresivos. Es que
la llamada revolución socialista chavizta ha lesionado el valor de la vida y
del trabajo. Lo ha desvalorizado. Le ha quitado sentido de valor social al
trabajo y por lo tanto, hoy se entiende como asunto de poco interés que lleva
al individuo a vagar sin sentido por calles y avenidas. A perder el tiempo y
sentirse inútil. Tanto, que la vida misma se ha convertido en una especie de
existencia parasitaria.
Ante
semejante realidad las soluciones drásticas, como el suicidio, comienzan a
tomar sentido con tan espantosas estadísticas.
Es
tiempo de denunciar esta epidemia social de la que poco se habla. Seamos
responsables y atendamos esta tragedia nacional.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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