Por Roberto Patiño
La muerte de los niños del
J. M. de los Ríos es sin duda una de las tragedias más devastadoras de la
actual crisis. Nos muestra de manera descarnada al estado de indefensión a la
que está sometida nuestra población infantil en la emergencia compleja que
vivimos en el país.
Los graves problemas de
violencia, crisis alimentaria e hiperinflacionaria, colapso de servicios y
migración, afectan directamente a nuestros niños, constituyendo la amenaza más
grande para nuestro futuro como sociedad y nación.
Sufrimos una tormenta
perfecta: según datos del Observatorio Venezolano de la Violencia, mueren 4
niños al día solo a causa de la violencia. Los efectos de la desnutrición no
solo han aumentado los índices de mortalidad infantil, sino que también
comprometen el desarrollo intelectual y físico de toda una generación.
De igual forma, han
descendido los índices de escolaridad y asistencia a clases, ante la
imposibilidad de transporte, la crisis económica, además de los problemas de
infraestructura y personal del sector. La diáspora de amplios sectores de la
población ha fracturado el grupo familiar y, en muchos casos, ha sometido a los
niños a la difícil experiencia de la migración en condiciones extremas de
riesgo y precariedad.
Lograr el cambio de esta
situación depende de la salida del actual modelo destructivo y exige de todos
nosotros mantener la continuidad de nuestros esfuerzos por superar al régimen
dictatorial. Pero, con igual importancia, debemos vincularnos y apoyar las
acciones inmediatas que puedan hacerse ahora para ayudar a paliar los efectos
catastróficos de la crisis sobre nuestros niños.
La labor de organizaciones
como Cecodap, Prepara Familia, Unicef en Venezuela, por nombrar tan solo unas
pocas, así como la creación de redes de apoyo enfocadas a los problemas de la
población infantil, constituyen un factor determinante de ayuda.
En el contexto de un Estado
secuestrado que no tiene la voluntad de cumplir con sus obligaciones para con
sus ciudadanos, estos grupos y organizaciones visibilizan problemáticas,
canalizan las ayudas correspondientes, y movilizan a diversos sectores sociales
para sumarse a esfuerzos solidarios. En nuestro caso particular, llevamos a
cabo programas en el área de la crisis alimentaria y la violencia. La
organización Alimenta la Solidaridad, con un modelo empoderamiento de las
comunidades, llega a más de 10.000 niños en todo el país. Así mismo,
implementamos el programa Vamos Convive, que brinda oportunidades de trabajo
para jóvenes en riesgo de violencia, otro grupo que junto con el infantil se
encuentra en situación de vulnerabilidad.
Hoy más que nunca debemos
tomar conciencia de los estragos que la crisis está causando en nuestros niños
y jóvenes, no solo como motivo de indignación y escándalo, sino como razón
movilizadora para la acción social y política, individual y colectiva.
Las pérdidas que estamos sufriendo son irreparables. La muerte de un niño es la
muerte de un pedazo de nosotros, de un pedazo del país. Ese niño que muere es
nuestra familia.
Esta debe ser la causa
principal y concreta de nuestra lucha. Esta es nuestra verdadera prioridad.
03-05-19
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico