Juan Guerrero 25 de octubre de 2019
@camilodeasis
Chile,
2019, es la Venezuela de 1989. Para aquel entonces se afirmaba que el país
sudamericano estaba por entrar en su plenitud democrática y se perfilaba como
la primera economía de América Latina, con una moneda lo suficientemente fuerte
para competir en los mercados internacionales. Pero el “Caracazo” de repente
mostró que ello no era tan cierto.
El
país se fue disolviendo en una ola de reclamos y protestas, inicialmente
justos, hasta terminar en un rechazo absoluto contra las normas de convivencia,
los políticos y la política. Una secuencia de acontecimientos que terminaron,
nueve años después, en un despertar de esperanza, con la asunción al poder de
Chávez y el chavizmo.
Lo
demás es historia, tumulto y eslóganes llenos de populismo y demagogia ahogado
en hambre, sangre y muerte.
No
entraré a indicar índices estadísticos para demostrar nada. Nos interesa
resaltar algo que está siendo, ahora, visto como una terrible realidad para
asombro de quienes, de buena fe, creen en las ofertas populistas de quienes
engañan a incautos.
Nada
ha sido espontáneo ni tampoco han sido dirigidos por benefactores de las
mayorías empobrecidas.
Lo
anterior quiere decir que el histórico Caracazo, de 1989, fue un plan
preconcebido para justificar la avalancha de frustración de una parte de la
población venezolana insatisfecha y sin asistencia efectiva del Estado
venezolano. Sobre esto protagonistas de esos sucesos lo han indicado en varias
entrevistas, quienes supieron montarse sobre la ola de inconformidad social
dirigiendo, coordinadamente, el descontento social de los estratos más pobres.
Esto
es lo que ahora estamos presenciando en Chile con una distancia de 30 años de
experiencia. Indica esto que se han mejorado las estrategias, logística y
justificación de dichos actos asociales de los llamados “internacionalistas” de
extrema izquierda.
Toda
vez que ahora existe una coordinación internacional, que, estructurada a la
manera de gigantesca red de redes que funciona de manera autónoma en cada
escenario donde se llevan a cabo acciones para desestabilizar gobiernos
democráticamente electos, toman de sus sociedades aquellas banderas de reclamos
sociales que más afectan a esos países.
El
centro, el cerebro puede estar en La Habana, pero también en Caracas, Managua o
Moscú. Como también se desplaza por escenarios menores, sean pueblos, selvas u
oficinas filantrópicas. Además, los líderes históricos son eso, históricos.
Hoy
no importa quién esté a la cabeza del régimen del país. Es lo de menos. Importa
sólo hacer la revolución. Los internacionalistas de la izquierda radical se
desplazan por el mundo, y muy especialmente por Latinoamérica, disfrazados de
asesores de todo tipo. Son, desde sanitaristas, fisioterapistas, miembros de
grupos culturales y deportivos, hasta choferes de taxis y componentes de
organizaciones paramilitares.
Esto
que indico no es para nada “teoría de conspiración” ni fantasía tercermundista.
Está soportado, con otras palabras y también declarado por parte de su
liderazgo internacional, tanto en documentos internos de grupos, partidos y
movimientos de izquierda, como en discursos a los que asisten estos líderes.
Pueden
revisar los documentos del denominado Foro de Sao Paulo, así como el Plan de la
Patria venezolano, o el reciente movimiento formado y denominado Grupo de
Puebla, México-julio del presente año.
En
estos y otros movimientos creados por la izquierda radical, puede apreciarse la
intencionalidad marcada e “inducida” como estrategia política para acceder al
poder, sea de manera violenta o usando los mismos procedimientos democráticos,
para, una vez accedido al poder, proceder al desmantelamiento del Estado, la
república, y crear sus propias estructuras político-administrativas
totalitarias para instalarse en el poder de manera absoluta y permanente.
Por
ello, una de las características que muestran, una vez accedido al poder, es
cambiar la constitución en cada país.
El
movimiento de izquierda radical internacional, socialista-comunista, agrupado
sea en el Foro de Sao Paulo, sea ahora en el Grupo de Puebla, se estructura
también en forma de partido político, grupo de opinión, ONGs., ambientalistas,
defensores de los derechos de minorías, feminismo, nacionalismo y hasta grupos
étnicos, sexuales o religiosos.
Por
si fuera poco, aparecen en los escenarios más sanguinarios, como agrupaciones
terroristas y narcotraficantes. Es una constante mutación para encontrar
alianzas, sean permanentes o tácticas, pero siempre su objetivo final es el
acceso al poder del Estado.
La
aplicación de estrategias para acceder al poder se están dando, hoy, utilizando
la denominada lucha de guerra de última generación, que es eminentemente de
alta tecnología y uso de la información y contrainformación (fake news) donde
la propaganda, control de medios de información, tradicionales como virtuales,
son parte de las armas de tercera y cuarta generación.
Es
por ello que el uso de la mentira y el engaño permanente, son usados como
política de Estado.
El
liderazgo de la izquierda mundial se ha adecuado a las nuevas realidades de un
mundo extremadamente globalizado, utilizando la tecnología y las
investigaciones de la psicología evolutiva y sociología de masas, para el
control de grandes sectores sociales, a quienes inducen a generar reclamos,
inicialmente válidos, para luego transformarlos en verdaderos saqueadores,
delincuentes que se escudan en políticos populistas, demagogos, quienes les
defienden desde tribunas, bien nacionales (diputados, senadores) e
internacionales.
No
será fácil deslastrarnos de estos modernos parásitos sociales, pues, si bien no
son inteligentes son muy astutos, farsantes y despiadados.
Antes
llamada izquierda caviar o disney, ellos ahora han mutado y se confunden entre
la masa hambrienta, apareciendo como defensores de los humildes y menesterosos.
Con su argumentación de doble discurso, la retórica del irresponsable
populismo, medran en los espacios oscuros de las democracias que se debilitan y
pocos defienden, para inducir a la subversión y contra el orden social.
Pues
saben que sólo en el orden y respeto de las leyes, puede existir convivencia y
ciudadanía democrática.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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