Por Gregorio Salazar
A lo largo del año el
régimen de Maduro lo ha ido demostrando: tiene una bien definida estrategia
electoral, milimétricamente calculada y concatenada con la mira puesta en la
Asamblea Nacional. Ahora ha llegado el momento de lanzar la escalada y si no
hay contrapesos lo hará en forma contundente y avasalladora.
Fue el 27 de mayo de este
año cuando Maduro hizo el primer llamado a la maquinaria partidista del PSUV “a
prepararse para salir victoriosos en las elecciones legislativas que más
temprano que tarde tendrán que convocarse”.
Después, en paralelo con los
diálogos de Noruega y mucho antes de la decisión apareciera como producto de un
acuerdo con los sectores minoritarios de la oposición, Maduro planteó el
inminente regreso de la fracción oficialista a sus curules en la AN.
La reincorporación al ámbito
legislativo se concretó el pasado 24 de septiembre. El chavismo recuperó su
lugar y su beligerancia en esa tribuna plural sin hacer ninguna concesión a la
oposición: sus diputados que se fueron a la constituyente no perdieron esa
condición, la AN sigue en “desacato” y para volver a la legalidad tendría que
tragarse todos los actos ejecutados desde enero del 2016, al punto que Ramos
Allup tendría que encargarse de la presidencia del Legislativo.
Con la reunión de esta
semana con la llamada “nueva mesa de diálogo nacional” el oficialismo comienza
a abordar dos objetivos en los que el régimen mantiene la sartén por el mango:
la modificación de la directiva del CNE, que con otros bemoles también exige el
G-4, y el cambio del método para la representación proporcional de las
minorías.
El método vigente le servía
al chavismo cuando era mayoría y le permitía obtener una representación mucho
mayor en correlación al porcentaje de votos recibidos. Ya no, visto que fue ese
mismo elemento, ahora que son absoluta minoría, el que facilitó la mayoría
calificada de la oposición el 6D. Ese nuevo cálculo, más democrático, también
es de conveniente interés para las fuerzas minoritarias, que de otra forma
serían fagocitadas por la polarización.
El régimen mantiene mientras
tanto sus fórmulas de control y será muy difícil que ceda su mayoría en la
directiva del CNE. No lo ha aceptado en la oportunidad de otros diálogos. Y si
no se lograra un acuerdo para el cambio del método que garantice la
representación proporcional le queda para su imposición el comodín de la
asamblea nacional espuria pero supraconstitucional, especie de pistola sobre la
sien de la aspiración democrática venezolana.
Si el G-4 no da sus votos
para la elección de los miembros del CNE, allí está esa barajita llamada TSJ
para llenar a troche y moche ese vacío. La verdad es que sin menospreciar los
acuerdos presentados por “la nueva mesa de diálogo”, nada impide que
unilateralmente el régimen genere e imponga los cambios que necesita para no
recibir otra barrida en las elecciones legislativas del 2015.
Y nosotros, la oposición,
¿adónde vamos? ¿Cuál es nuestro plan y nuestro norte? ¿Seremos capaces de
luchar y hacer valer nuestra representatividad en la AN para lograr las
garantías justas y creíbles que muevan masivamente hacia las urnas a la inmensa
legión opositora que repudia a la dictadura? O nos conformaremos con decir
“no juego” y lanzar lo que hoy tenemos al renglón de pérdidas totales.
Claro, el régimen sabe que
con un elemento o dos puede intoxicar un proceso electoral hasta volverlo no
apto para el consumo de la mayoría opositora. Su objetivo es llevar esta
batalla a la abrupta topografía ventajista de siempre y comenzar a desbandar el
contingente de su contrario antes de que se inicien las acciones.
El objetivo del régimen es
que las fuerzas mayoritarias de la oposición queden fuera de juego. Dominar una
Asamblea Nacional que legitime lo que hoy no puede hacer su infecta
constituyente y finalmente mandar al diantre cualquier adelanto de elecciones
presidenciales.
Para ello la estrategia
también comprende varios frentes comunicacionales: los mensajes de movilización
permanente a sus parciales para lo cual se vale de su hegemonía comunicacional,
los que tienden a legitimar los acuerdos de la nueva mesa de negociación y los
que irriten y desencanten a la hueste opositora, la fuerza que los derrotaría
con condiciones medianamente justas.
El chavismo tiene su plan
largamente programado y afinado. ¿Y nosotros qué? ¿Cómo vamos a afrontar el
reto crucial de las elecciones legislativas que la Constitución pauta para el
próximo año? La pelota está en nuestro campo. Hay que ponerla en juego.
20-10-19
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