Francisco Fernández-Carvajal 30 de octubre de
2019
@hablarcondios
— Nuestro refugio y protección están en el amor a
Dios. Acudir al Sagrario.
— Jesús Sacramentado nos prestará todas las ayudas
necesarias.
— Cerca del Sagrario, ganaremos todas las batallas. Almas
de Eucaristía,
I. En el camino
hacia Jerusalén, que con tanto detalle describe San Lucas, Jesús dejó escapar
del fondo de su corazón esta queja hacia la Ciudad Santa que rehusó su
mensaje: Jerusalén, Jerusalén..., cuántas veces he querido reunir a tus
hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas...1.
Así nos sigue protegiendo el Señor: como la gallina a sus polluelos indefensos.
Desde el Sagrario, Jesús vela nuestro caminar y está atento a los peligros que
nos acechan, cura nuestras heridas y nos da constantemente su Vida. Muchas
veces le hemos repetido: Pie pellicane, Iesu Domine, me immundum munda
tuo sanguine... Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame, a mí, inmundo, con
tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo
entero2. En Él está nuestra salud y nuestro refugio.
La imagen del justo que busca protección en el Señor
«como los polluelos se cobijan bajo las alas de su madre» se encuentra con
frecuencia en la Sagrada Escritura: Guárdame como a la niña de tus
ojos, escóndeme bajo la sombra de tus alas3, pues
Tú eres mi refugio, la torre fortificada frente al enemigo. Sea yo tu huésped
por siempre en tu tabernáculo, me acogeré bajo el amparo de tus alas4,
leemos en los Salmos. El Profeta Isaías recurre a esta imagen para
asegurar al Pueblo elegido que Dios lo defenderá contra los sitiadores. Así
como los pájaros despliegan sus alas sobre sus hijos, así el Eterno
todopoderoso protegerá a Jerusalén5.
Al final de nuestra vida, Jesús será nuestro Juez y
nuestro Amigo. Mientras vivía aquí en la tierra, y también mientras dure
nuestro peregrinar, su misión es salvarnos, dándonos todas las ayudas que
necesitemos. Desde el Sagrario Jesús nos protege de mil formas. ¿Cómo podemos
tener la imagen de un Jesús distanciado de las dificultades que padecemos,
indiferente a lo que nos preocupa?
Ha querido quedarse en todos los rincones del mundo
para que le encontremos fácilmente y hallemos remedio y ayuda al calor de su
amistad. «Si sufrimos penas y disgustos, Él nos alivia y nos consuela. Si
caemos enfermos, o bien será nuestro remedio, o bien nos dará fuerzas para
sufrir, a fin de que merezcamos el cielo. Si nos hacen la guerra el demonio y
las pasiones, nos dará armas para luchar, para resistir y para alcanzar
victoria. Si somos pobres, nos enriquecerá con toda suerte de bienes en el
tiempo y en la eternidad»6.
No dejemos cada día de acompañarle. Esos pocos minutos que dure la Visita serán
los momentos mejor aprovechados del día. «¡Ah!, y ¿qué haremos, preguntáis
algunas veces, en la presencia de Dios Sacramentado? Amarle, alabarle,
agradecerle y pedirle. ¿Qué hace un pobre en la presencia de un rico? ¿Qué hace
un enfermo delante del médico? ¿Qué hace un sediento en vista de una fuente
cristalina?»7.
II. Nuestra
confianza en que saldremos adelante en todas las pruebas, peligros y
padecimientos no está en nuestra fuerzas, siempre escasas, sino en la
protección de Dios, que nos ha amado desde la eternidad y no dudó en entregar a
su Hijo a la muerte para nuestra salvación. El mismo Jesús se ha quedado cerca,
en el Sagrario, quizá a no mucha distancia de donde vivimos o trabajamos, para
ayudarnos, curar las heridas y darnos nuevos ánimos en ese camino que ha de
acabar en el Cielo. Basta que nos acerquemos a Él, que espera siempre. Nada de
lo que nos puede ocurrir podrá separarnos de Dios, como nos enseña San Pablo en
una de las lecturas de la Misa8,
pues si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos
dará en Él todas las cosas?... ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La
tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el
peligro, o la espada? Nada nos podrá separar de Él, si nosotros no nos
alejamos.
«Revestidos de la gracia, cruzaremos a través de los
montes (cfr. Sal 103, 10), y subiremos la cuesta del
cumplimiento del deber cristiano, sin detenernos. Utilizando estos recursos,
con buena voluntad, y rogando al Señor que nos otorgue una esperanza cada día
más grande, poseeremos la alegría contagiosa de los que se saben hijos de
Dios: si Dios está con nosotros, ¿quién nos podrá derrotar? (Rom 8,
31)»9.
Aunque el Señor permita tentaciones muy fuertes o que
crezcan las dificultades familiares, y llegue la enfermedad o se haga más
costoso el camino..., ninguna prueba por sí misma es lo suficientemente fuerte
para separarnos de Jesús. Es más, con una visita al Sagrario más próximo, con
una oración bien hecha, nos encontraremos con la mano poderosa de Dios y
podremos decir: Omnia possum in eo qui me confortat10.
Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Porque estoy convencido –continúa
San Pablo en la Primera lectura de la Misa– de que ni
la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas
presentes, ni las futuras, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad,
ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en
Cristo Jesús. Es un canto de confianza y de optimismo que hoy podemos hacer
nuestro.
San Juan Crisóstomo nos recuerda que «Pablo mismo tuvo
que luchar contra numerosos enemigos. Los bárbaros le atacaban, sus propios
guardianes le tendían trampas, hasta los fieles, a veces en gran número, se
levantaron contra él, y sin embargo Pablo triunfó de todo. No olvidemos que el
cristiano fiel a las leyes de su Dios vencerá tanto a los hombres como a
Satanás mismo»11.
Si nos mantenemos muy cerca de Jesús, presente en la Eucaristía, venceremos en
todas las batallas, aunque a veces parezca que perdemos... El Sagrario será
nuestra fortaleza, pues Jesús se ha querido quedar para ampararnos, para
ayudarnos en cualquier necesidad. Venid a Mí... nos llama
todos los días.
III. La
serenidad que hemos de tener no nace de cerrar los Ojos a la realidad o de
pensar que no tendremos tropiezos y dificultades, sino de mirar el presente y
el futuro con optimismo, porque sabemos que el Señor ha querido quedarse para
socorrernos.
De las mismas pruebas de la vida resultará un gran
bien, y nunca estaremos solos en las circunstancias más difíciles. Si en estas
ocasiones se agradece tanto la cercanía de un amigo, ¿cómo será la paz que
alcanzaremos junto al Amigo, en el Sagrario más próximo? Allí hemos de ir
enseguida a encontrar el consuelo, la paz y las fuerzas necesarias. «¿Qué más
queremos tener al lado que un tan buen Amigo, que no nos dejará en los trabajos
y tribulaciones, como hacen los del mundo?»12,
escribe Santa Teresa de Jesús.
Cuando ya podía vislumbrarse que iba a ser perseguido,
Santo Tomás Moro fue llamado a comparecer ante el tribunal de Lambeth. Moro se
despidió de los suyos, pero no quiso que le acompañaran, como era su costumbre,
hasta el embarcadero. Solo iban con él William Roper, esposo de su hija mayor y
predilecta, Margaret, y algunos criados. Nadie en el bote se atrevía a romper
el silencio. Al cabo de un rato, y de improviso, susurró Tomás al oído de
Roper: Son Roper, I thank our Lord the field is won: «Hijo mío
Roper, doy gracias a Dios, porque la batalla está ganada». Roper confesaría más
tarde no haber entendido bien el significado de esas palabras. Más tarde
comprendió que el amor de Moro había crecido tanto que le daba esta seguridad
de triunfar sobre cualquier obstáculo13.
Era la certeza del que, sabiéndose cercano a su último combate, esperaba que el
Señor no le abandonaría en el momento supremo. Si nos mantenemos cerca de
Jesús, si somos almas de Eucaristía, Él nos cobijará, como las aves
a sus polluelos, y siempre, ante los mayores obstáculos, podremos decir de
antemano: la batalla está ganada.
«¡Sé alma de Eucaristía!
»—Si el centro de tus pensamientos y esperanzas está
en el Sagrario, hijo, ¡qué abundantes los frutos de santidad y de apostolado!»14.
Santa María, que tantas veces habló con Él aquí en la
tierra y ahora le contempla para siempre en el Cielo, nos pondrá en los labios
las palabras oportunas si alguna vez no sabemos muy bien qué decirle. Ella
acude siempre prontamente para remediar nuestra torpeza.
1 Lc 13,
34. —
2 Himno Adoro
te devote. —
3 Sal 17,
8. —
4 Sal 61,
45. —
5 Is 31,
5. —
6 Santo
cura de Ars, Sermón sobre el Jueves Santo. —
7 San
Alfonso Mª de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento, 1.
—
8 Primera
lectura. Año I. Rom 8, 31-39. —
9 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 219. —
10 Fil 4,
13. —
11 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre la Epístola a los Romanos,
15. —
12 Santa
Teresa, Vida, 22, 6-7. —
13 Cfr. Santo
Tomás Moro, La agonía de Cristo, Rialp, Madrid 1988,
Introducc., p. XXXII. —
14 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 835.
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