Carolina Gómez-Ávila 19 de octubre de 2019
Me
pregunto si vamos a tener que comenzar a diferenciar entre la “oposición de
izquierda” y la “izquierda opositora”. Me pregunto si será necesario añadir que
la institucionalidad es la clave.
Porque
identifico a un grupo que aspira a un Gobierno de estructura republicana, con
políticas socioeconómicas propias de esa tendencia. Entre ellos, algunos
quieren el poder y otros sólo quieren vivir en él; a todos estos llamo la
“oposición de izquierda”. Lo hago porque se oponen a la dictadura como sistema,
admiten que es lo que vivimos en la actualidad y la adversan. También es cierto
que no parecen tener un líder interesado en explicarnos cómo recobrar ese
sistema de organización del Estado.
Pero
por otra parte tengo muy vistos a los disidentes del chavismo que lo son, sólo
con la condición de ser quienes sustituyan al régimen y, cada tanto, cuando no
está clara esa oportunidad, operan para la continuidad del mismo. A estos llamo
la “izquierda opositora”; quieren lo mismo que hay, pero con ellos al mando.
Es
verdad que muy pocos han logrado convencernos de su deslinde del chavismo, pero
a veces lo intentan. Lamentablemente su discurso es populista de izquierda y
omiten pronunciarse sobre el tema institucional. Pero el problema que
representa esta “izquierda opositora”, es que la “oposición de izquierda” se
confunde y comienza a dar un giro de regreso al chavismo en sus opiniones y
propuestas.
Así
estamos presenciando el retroceso de quienes tienen años diciendo que son
opositores por disidencia. Consideran que el chavismo es una opción preferible
a cualquier otra que no ponga en el poder a uno salido de sus filas. O dicho de
otro modo, su lema es “salgamos de la izquierda por la izquierda, o no
salgamos”.
Es
esta “izquierda opositora” la que fomenta la inquina por motivos fútiles contra
la coalición democrática, la que juzga –con criterios de monja de clausura– los
desaciertos menores de la dirigencia. Es la que quiere que creamos que la
dictadura es un mal menor, un horror preferible, una opción tolerable, la del
“quiero salir del chavismo pero la oposición no me deja”, cuando en realidad
está consubstanciado con el origen de la tragedia que llamamos patria.
Lo
hacen porque entienden que no cuentan con el apoyo de las masas y no toleran la
posibilidad de someterse al cambio. No saben perder el poder, lo han tenido
demasiados años.
A
esta “izquierda opositora” debemos opiniones según las cuales, el régimen de
Maduro logró los votos para formar parte del Consejo de Derechos Humanos de la
ONU, por incompetencia de la coalición democrática. Ni por error hablan del
sistema de complicidades de los gobiernos autocráticos del planeta, no evalúan
que Rusia y China movieron su maquinaria de triangulación del crudo venezolano
y, enriqueciéndose grotescamente, invitaron a otros al festín. No, esas y otras
razones igual de preocupantes, no entran en el menú de opciones de la
bochornosa “izquierda opositora”.
Me
preocupa la “oposición de izquierda”, me refiero a la que entiende esto y lo
acepta pero, pudiendo ser honesta, calla por temor o por solidaridad con la
“izquierda opositora”.
El
problema de la “oposición de izquierda” es que no se da cuenta de que cada
nueva deshonestidad nos aleja a todos de solucionar la emergencia humanitaria
compleja y dificulta la paz social que vamos a necesitar. El problema de la
“izquierda opositora” es que, cada vez que sabotea a la coalición democrática,
en beneficio de la satrapía, se aleja más irremediablemente del poder.
Se
ha convertido en un verdadero problema, la izquierda.
Carolina
Gómez-Ávila
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