Américo Martín 21 de octubre de 2019
El
asesinato de Eloy Alfaro, probablemente a manos del general Leónidas Plaza, fue
un parteaguas. Ambos eran liberales, aquél radical, éste moderado.
“Alfaro
vive”, es un lema que surge, desaparece y resurge a compás de la alternancia
tensión-violencia, siempre acechantes en Ecuador. La amistad se rompió, Alfaro
se alzó en armas contra su antiguo amigo y selló su destino. Por eso se cree
que su asesino fue Plaza.
Alfaro
era hombre de guerra y de pensamiento. Enemigo de los conservadores dondequiera
que gobernaran, fue uno de los artífices de una alianza liberal de fuerte
vocación internacional, de la que fueron activos dirigentes el venezolano
Cipriano Castro, el ecuatoriano Eloy Alfaro, el colombiano Rafael Uribe, el
cubano Antonio Maceo (llamado el titán de bronce) y el nicaragüense José Santos
Zelaya. Corrían los primeros años del siglo XX y ya era fácilmente perceptible
la fragua de violencia armada animada por Venezuela, Colombia y Ecuador,
casualmente los tres Departamentos del gran sueño bolivariano de unidad
hispanoamericana. La llamada gran Colombia, nostálgico recuerdo del Libertador,
el tenaz y brillante visionario caraqueño.
Demás
está decir que de todos aquellos liberales internacionalistas el general
Cipriano Castro, dueño del poder en su país desde 1898, predominaba en parte
porque sus compañeros lo consideraban conveniente y en parte por su cómico
temperamento siempre lanzado a lo grandioso y grandilocuente.
Se
fue deslizando la idea que ardía en el corazón de don Cipriano: si el gran
proyecto de Bolívar se hacía realidad, el presidente del despertar gran
colombiano sería él, el siempre vencedor jamás vencido, hasta que lo fue con
poca gloria y mucha pena.
Ecuador,
Colombia y Venezuela basculaban entre una paz tensa y una violencia disruptiva.
Ecuador no ha salido del todo de doce días de ira inexplicable para quienes no
descubran en su pasado las recónditas tensiones que acaban de poner en serio
peligro al gobierno democrático de Lenin Moreno. Estos lodos vienen de aquellos
polvos.
La
cruenta crisis llegó al tope aunque su desenlace no colmado las esperanzas de
sus enemigos, quienes empeñados en enrumbar aquel vasto sacudimiento social
hacia el derrocamiento de Moreno, hicieron lo que estuvo a su alcance para
lograr el premio mayor. El vigoroso activismo de las etnias pareció justificar
las más intrépidas aspiraciones. Era de conocimiento público que el movimiento
de las etnias ecuatorianas estaba entre los más desarrollados del continente.
En
Ecuador como en Venezuela, el precio de la gasolina es irracionalmente
reducido. Para justificar la renuencia a cotizaciones más altas se alega que
por ser propiedad nacional sería moralmente injusto que el combustible fluyera
en condiciones similares a las de los países no petroleros.
Populismo
en estado puro, cierto es, pero también es una realidad viva que al final
impuso el viraje. Con respaldo del FMI, Moreno derogó el decreto y organizó una
mesa técnica muy participativa para elaborar un nuevo decreto de subsidios a
combustibles.
La
rápida intervención del presidente, según el diario El Comercio de Quito
“parecía haber superado la era de las protestas capaces de acabar con la
democracia.
Quizá
siga la polarización. Dos figuras políticas la encarnan hoy: Rafael Correa y
Lenin Moreno. Compartieron el poder hasta que la volcánica ambición de Correa
lo llevó a las playas del socialismo siglo XXI. Aprovechó los días turbulentos
para bailar en el proscenio mientras Moreno pisaba tierra firme con su
inteligente viraje de pulso y sangre fría.
Conclusión:
la razón parece haberse impuesto a la pasión desmadrada, la Política a la anti
política y Moreno a Correa.
Américo
Martín
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