Laureano Márquez 26 de octubre de 2019
@laureanomar
Es
el título en español de una serie documental de «National Geographic» («One
strange rock», en inglés), cuyo anfitrión es celebérrimo actor Will Smith. No
podía ser de otra manera, si alguien tiene experiencia en esto de ver la Tierra
en el contexto de las galaxias que la circundan es Mr. Smith, que ha perseguido desde hace
tiempo a esos extraterrestres malandros, que son unas despreciables cucarachas
(el mundo de los insectos se encuentra siempre desprotegido de nuestros afectos
y es quizá son los únicos seres vivos que pueden ser humillados sin
consecuencias, sin que nadie se indigne. No hay, que uno sepa, un “comité de defensa de las
cucarachas”. Muy por el contrario, en el supermercado, compramos gustosos
venenos en spray para su exterminio).
En
la serie, ocho astronautas nos cuentan cómo vieron a la Tierra desde el espacio
y a partir de allí se construye un increíble relato de la manera como se formó
nuestro planeta y la vida en él. Al parecer no fue fácil, una serie de coincidencias
afortunadas se dieron en esta misteriosa roca que es la Tierra, para que la
vida fuese en ella posible: la existencia de agua, por ejemplo, ese «vital
liquido» que uno usa, a veces, sin mucha conciencia del tesoro que representa;
la configuración de una capa de atmósfera que envuelve el planeta y le protege
de agresiones, repleta del oxígeno indispensable para la vida; el impacto de
agentes exógenos (como meteoritos) y endógenos (como fabulosas erupciones
volcánicas) que cambiaron nuestro destino. En fin la Tierra, esta Tierra que
destruimos hoy, es fruto de la paciencia de siglos. Aunque nosotros vivamos
acelerados, el planeta se tomó su tiempo, tiene sus maneras. Sobre él un tipo
particular de ser vivo apareció: el «homo sapiens», que curiosamente significa
«hombre sabio». Es decir un ser pensante, capaz de aprender y de comunicarse,
consciente de su existencia y con una capacidad inventar «homo faber», que transformó al planeta y a sí mismo, para bien
y para mal.
Trae
uno esto a colación, porque vista desde el espacio, la Tierra es la casa de
todos, así la percibieron los astronautas. Desde arriba no se distinguen
religiones, ni pulsiones políticas, el millonario y el pobre lucen del mismo
microscópico tamaño e igual de efímeros. Visto desde fuera, nuestro planeta,
puede ser contemplado en un sentido distinto, “sub specie aeternitatis”, que
diría Baruch de Spinoza. Creo que esto es lo que nos hace falta a los seres
humanos de este tiempo, darnos una miradita desde el punto de vista de la eternidad,
para evitar las infinitas pequeñeces que
nos destruyen de múltiples maneras. Al humilde entender de quien esto escribe,
que no es físico ni astrónomo, algunas formas de destrucción son inevitables:
tenemos que bañarnos y es aconsejable que sea diariamente y con cambio -al
menos- de ropa interior, vehículos, transporte, casa cómoda, calefacción,
comunicaciones modernas, etc., son necesarias e indispensables, parte de
nuestro avance es haberlas conquistado, porque tampoco es que, para salvar el
planeta nos vamos a dejar morir. Esta extraña roca existe porque está en la
cabeza de los seres humanos y si los seres humanos se acaban, ya no habrá
planeta. Por eso, tenemos que tenerlo claro: a la hora de salvar algo, lo
primero que tenemos que salvar es a los seres humanos.
El
planeta tiene una destrucción de uso, por nuestra existencia como animales
sabios, sin embargo, la vamos atenuando con energías alternativas y
racionalización de la vida, pero la que
si no se atenúa y crece exponencialmente convirtiéndose en la más inquietante y
dañina de las destrucciones, es la que hacemos en función de nuestra ambición
de poder económico y político: dos guerras mundiales, bombas atómicas,
exterminio masivo de otros homos tan sapiens como los exterminadores, legítimas
protestas que por el aumento del precio del transporte que terminan destruyendo
el servicio de transporte que pretendían abaratar, nacionalismos separatistas
que incendian lo que quieren salvar, diversas formas de terrorismo, dan cuenta de ello. Hay muchas razones para
pensar que el “homo sapiens” se está convirtiendo en los últimos tiempos (hablo
especialmente de los últimos cien años) en un “homo imbecilis”. Nosotros los
venezolanos podemos hablar con propiedad de ello, llevamos al “homo imbecilis”
al poder y le entregamos un «kit destructivo de naciones» marca «ACME».
Huir
del planeta no está fácil. No tenemos otra opción que salvarlo (es decir
salvarnos, salvar la vida toda) mientras algún meteorito, cuya trayectoria aún
desconocemos, prepara nuestro final desde el fondo del espacio. Para salvar a
la humanidad toda de los múltiples meteoritos en que nosotros mismos nos hemos
convertido, hay un solo camino: hacer honor al título de “homo sapiens” con que
nos hemos autonombrado. Así que, ¡a estudiar filosofía todo el mundo!, que los
libros no muerden.
Laureano
Márquez
@laureanomar
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