Vladimiro Mujica 30 de octubre de 2019
Explotan
las redes con un artículo que se atribuye a Mario Vargas Llosa sobre Argentina.
Digo se le atribuye porque hay denuncias importantes de que se trata de otro
caso de “fakenews”. Hace unos años Vargas Llosa escribió un artículo de similar
contenido sobre Venezuela, esta vez si verificado. La tesis común en ambos
textos: Los pueblos de Venezuela y Argentina cavaron sus propias tumbas al
elegir gobernantes populistas autoritarios. Nadie se los impuso, venezolanos y
argentinos tienen una gran responsabilidad en haber elegido los destinos
catastróficos que hoy aquejan a sus naciones.
A
la tesis que aboga por la responsabilidad ciudadana en el crucial tema de la
democracia, se le opone la demagogia comunistoide que afirma que los pueblos
nunca se equivocan. Una especie de defensa mística de algo que se describe como
la sabiduría popular. Ello con independencia de la sólida evidencia histórica
de que algunas de las mayores tragedias de la historia ocurrieron disparadas
inicialmente por un acto de voluntad popular, por una elección. El caso más
paradigmático lo constituye la elección alemana del año 1932 que llevó al
mariscal Hindenburg a designar a Adolf Hitler como Canciller en 1933, un hecho
que tuvo consecuencias nefastas para todo el mundo civilizado y que condujo en
última instancia a la ruina de Alemania y a la II Guerra Mundial. Vale la pena
sentarse a mirar los estupendos documentales o a leer los valiosos tratados
sobre el ascenso de Hitler al poder para maravillarse del poder histriónico,
del poderoso carisma de Hitler que lo llevó a convertirse en un auténtico líder
de masas. De hecho, es suya la reflexión de que más que imponer el terror de
las armas era preferible ganar el corazón de los alemanes. La idea de la Gran
Comunidad, sin clases sociales y con un solo liderazgo es también de Hitler y
su ministro de Propaganda e Iluminación, Goebbels. Por muchas razones, la
democrática y europea Alemania ha optado por tratar de desaparecer su pasado
nazi, pero ahí están los hechos tercos, como diría Lenin. Errores similares de
juicio del pueblo, se produjeron en Italia y en numerosos países africanos. Más
cercanamente están los casos de Argentina y Venezuela. Argentina con el
peronismo castrante y sus herederos, y Venezuela con el chavismo.
Que
el pueblo se equivoca con H mayúscula, parafraseando a Cortázar, obliga a
reflexiones muy complejas sobre la democracia y el bien común. Reflexiones
éstas que se remontan a La República de Platón, quien argüía, en traducción
moderna, sobre la necesidad de que el gobierno fuese elegido y estuviese en
manos de un sector restringido de gente privilegiada, bien por su instrucción,
su posición social, o ambas. Esta democracia censitaria, basada en un censo de
capacidades, fue la norma, más que la excepción en muchos países hasta
comienzos del siglo XX, cuando se fueron extendiendo los movimientos a favor del
voto libre y universal. En algún momento se intentó imponer como condición en
algunos países el saber leer y escribir, pero inclusive esa restricción
desapareció. La realidad que estamos viviendo en nuestros países es que tenemos
voto universal, pero un número muy importante de ciudadanos con derecho al voto
no lo ejerce, por un conjunto de razones que van desde la carencia de
información hasta la apatía, y muchos de quienes lo ejercen, o no tienen
ninguna información sobre el significado del voto o son susceptibles a la
manipulación, a los “fakenews” y a la manipulación, adelantada por humanos, por
robots en Internet, o ambos. A todo ello hay que añadirle la desigualdad social
y económica que determina la existencia de una correlación muy profunda entre
estos males endémicos en nuestro países y la manipulación populista del voto.
Como
si el cuadro no fuese lo suficientemente complejo y desolador, el mal de la
corrupción, la ausencia de ética en la función pública y la propensión de
muchos dirigentes políticos a dejarse llevar por una visión mediática de la
política, controlada por “influencers” y redes sociales, contribuye a agravar
dramáticamente el problema de la defensa de la democracia. Líderes débiles,
excepto cuando parecen tener detrás su propio carisma y el apoyo de sectores
poderosos, o cuando le venden una ilusión populista y demagógica al pueblo,
todo ello aunado con una población en buena parte desprotegida y a merced de
sus propias carencias, limitaciones y resentimientos. Visto así, pareciera ser
un milagro que la democracia haya sobrevivido en muchos países.
Este
tipo de reflexiones y preguntas sin aparentes respuestas han llevado a la idea
de epistocracia, o gobierno de la gente con conocimiento, adelantada entre
otros por Jason Brennan, profesor de la Universidad de Georgetown, en su último
libro, Against Democracy (Contra la democracia). La polémica teoría de Brennan
parte de una premisa: «En general, los votantes son unos ignorantes». En su
descripción de la sociedad están los hobbits, gente desinformada que debería
abstenerse por responsabilidad; los hooligans, que siguen la información
política con la conducta de quien apoya a su equipo de fútbol; y los vulcanos,
que estudian la política con objetividad científica, respetan las opiniones
opuestas y ajustan cuidadosamente las suyas: «Cuando se trata de información
política, algunas personas saben mucho, la mayoría de la gente no sabe nada y
mucha gente sabe menos que nada».
La
tentación de las respuestas fáciles, a prueba de idiotas, acerca de qué
funciona mal cuando los pueblos se equivocan, es muy grande. En esa dirección
van las frases globalizantes y generalizadoras: “los venezolanos nunca han
entendido”, “los argentinos no aprenden”, que responden todo y no responden
nada, y que separan la inmensa responsabilidad del liderazgo político, con sus
errores y aciertos, en inducir respuestas en la población. Lamentos y
llorantinas que dejan al populismo irresponsable y corrupto, a la izquierda
comunistoide, corrupta y sin principios que mal gobierna Venezuela y Cuba, en
una alianza criminal con el terrorismo y el narcotráfico, como señores del
campo. La alianza perfecta, dicen algunos, entre la estupidez de los pueblos y
la astucia de los bandidos, una versión menos acabada de la frase que reza “los
pueblos tienen el gobierno que se merecen”.
La
verdad del asunto es que no hay ningún milagro en el funcionamiento imperfecto
de la democracia, el peor sistema político, como diría Churchill, excepto por
el resto. Hay instituciones, hay líderes visionarios que entienden que hay que
cambiar y conectarse con la gente, hay partidos políticos que garantizan la
transducción del poder que reside en la soberanía popular al gobierno, hay
constituciones que se renuevan y se mantienen vigentes, y hay un sistema
educativo que enseña los valores de la democracia y la libertad. Y estamos
nosotros que estamos obligados a defenderlos con todas sus complejidades. Sin
esperar que venga la epistocracia a imponerse, o que los pueblos aprendan las
bondades de la economía de mercado y la libertad de pensamiento. Esa es el
verdadero reto del ejercicio consciente de la ciudadanía, el bien más preciado
que nos ha dado la civilización occidental y que nos convoca a nunca dar por
sentadas la democracia y la libertad.
Vladimiro
Mujica
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