Tulio Ramírez 17 de octubre de 2019
Comencemos
con las cuentas. Si en el país hay aproximadamente 3000 liceos públicos y
corresponden 300 gallinas por plantel, tendremos 900.000 gallinas distribuidas
por todo el país. Ahora bien, si en esas instituciones educativas hay un
promedio de 450 estudiantes, estaríamos hablando de un millón trescientos
cincuenta mil estudiantes. De acuerdo a wikipedia, cada gallina produce una
ñema al día. Desayunarían con un huevo solo el 66% de los estudiantes de
bachillerato, al tercio restante les tendríamos que decir: ¡coman sardina!.
Pero
el asunto no es solo de ñemas por alumno. La cosa se complica cuando pensamos
en el espacio a utilizar para que pernocten estos plumíferos. Podríamos
ubicarlas en el Laboratorio de Biología, total hace muchos años que está
cerrado por falta de insumos y materiales. Ese espacio se ha venido usando para
almacenar aires acondicionados dañados, viejas máquinas de escribir y pupitres rotos;
además de las pacas de arroz y los guacales de cambur, propiedad del profesor
de castellano, quien vende en los recreos para redondearse el sueldo.
El
otro problema es para garantizar la ración diaria de huevos. Según los que
saben de eso, hace falta que haya luz permanente en el gallinero. Allí es donde
se enreda el papagayo. En el Barrio la luz llega de vez en cuando y por ratos.
Se me ocurre que se tendrían que comprar unas 80 linternas con sus respectivas
pilas para que, colgadas del techo, iluminen el recinto. También podríamos
decidir por lo más práctico, una planta eléctrica. Al final, nada de esto es
viable porque la caja chica del liceo, es demasiado chica para enfrentar esos
gastos.
Vamos
con el tema de la seguridad. En verdad es un reto logístico mantener esas
gallinas vivas y produciendo. No se había hecho el anuncio presidencial, cuando
a las pocas horas se descubrieron detrás de los inodoros, dibujos de planos del
liceo con unos puntitos que guiaban al Laboratorio de Biología.
Evidentemente
son planes para sustraerlas bajo la protección de la noche. Esto ha generado
mucha preocupación por ser una amenaza creíble, ya que al menos el 80% del
alumnado tiene una condición familiar rayando en la pobreza extrema. Un
sancocho de gallina, aun sin verduras, reanima a una familia entera.
Contratar
una empresa de vigilancia puede ser un remedio peor que la enfermedad. Se da
por descontado que los vigilantes se convertirán en los primeros sospechosos
cuando alguien se percate que se reduce el número de gallinas. Con esta medida,
estaríamos ampliando el espectro de posibles culpables. En la lista original
hay que incluir también, además de los estudiantes, a docentes,
administrativos, obreros y hasta a los directivos. Todos nos estamos comiendo
un cable. No podemos a priori descartar a nadie.
Por
supuesto, el asunto de cómo alimentarlas es algo no resuelto. Es poco probable
que el gobierno entregue a cada gallina con su pan debajo del brazo. Lo más
seguro es que por la falta de nutrientes, se pongan tan flacas y débiles que en
vez de huevos pondrán algo parecido a las cotufas. No se descarta el
gallinalismo, perdón, canibalismo entre gallinas. Cosas más raras se han visto.
La
otra gran incógnita es cómo reaccionará Conchita, nuestra apreciada Bedel,
actualmente de reposo, cuando se entere que tendrá que limpiar diariamente, sin
agua y sin guantes, los desechos sólidos de las gallináceas. Finalmente, de lo
que si estamos absolutamente claros es que aceptaremos las benditas gallinas.
Después, que sea lo que Dios disponga.
Tulio
Ramírez
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