THAYS PEÑALVER 23 de octubre de 2019
Un
embajador en Venezuela me preguntó si creo que la política estadounidense con
mi país es en parte responsable de lo que sucede. Mi respuesta fue tan
inmediata y contundente como un rotundo no y considero pertinente resaltar que
su apoyo incondicional por resolver nuestra difícil realidad, es la mejor
prueba.
Además
de llegar tarde a la función como el resto del planeta, los únicos responsables
de esta tragedia somos nosotros los venezolanos. No uno, ni dos, ni muchos en
la oposición, sino los millones de venezolanos. Culpar a Estados Unidos por el
esfuerzo que hacen para entender y ayudar en nuestra compleja situación o a la
Unión Europea por jugar a la contraparte del policía bueno sin importarles un
bledo nuestra somalización, es realmente incidental, porque el destino de la
tragedia estaba escrito ya de antemano y además por mérito propio.
A
Venezuela nadie la mató, como bien dijo Mario Vargas Llosa hace 20 años, se
suicidó. Y es que el escritor lo definió magníficamente cuando todo comenzaba y
no por ser un adivino, sino porque bastaba un repaso de la historia para
entender: “que haya o no democracia en Venezuela le importa una higa a la
comunidad internacional, de manera que ésta no moverá un dedo para frenar esa
sistemática disolución de la sociedad civil y los usos elementales de la vida
democrática que lleva a cabo el ex golpista, con la entusiasta y ciega
colaboración de tantos incautos venezolanos”.
Quizás
aquí, en esto último es donde podría discutir con el premio Nobel porque ni
creo que fueran “incautos” ni que Chávez haya engañado alguien. Cuando el
tirano en el 2004 dijo que su proyecto se inscribía “dentro de las luchas
revolucionarias en la que Carlos Marx (...) el Che Guevara (...) Muamar el
Gadafi inscribían el suyo”, apenas un tercio de los votantes firmaron para
sacarlo del poder.
Luego
se hartó de decir: “En Cuba no hay comunismo, hay socialismo. Venezuela va al
socialismo, Cuba y Venezuela son dos revoluciones hermanas”, y algo cumbre:
“¡No! No lo estoy imponiendo, estoy llamando a que lo construyamos. Vamos al
socialismo”.
Y
de nuevo frente a ese drama, apenas un tercio de los votantes se opusieron a
semejante bestialidad, apenas un 28% se opuso en su proyecto constitucional de
implementar el socialismo y una cifra aún menor a que se reeligiera como un
emperador perpetuo. De hecho en la última recolección de firmas, ya cuando el
narcotráfico era un hecho, los presos políticos una realidad diaria y cientos
de niños eran masacrados, asesinados o heridos en las manifestaciones, el mismo
tercio de siempre, apenas el 31% es decir 6.5 millones de los más de 20
millones de electores inscritos estamparon sus firmas para decir ¡Basta Ya!
Pero
aunque la comunidad internacional no tiene culpas, eso no excluye la
posibilidad de críticas sobre los planes y proyectos internacionales con
Venezuela y menos con los que están basados en “hacer lo mismo una y otra vez
esperando obtener resultados diferentes”. Y ese es el caso de Venezuela, pues
el programa aplicado hasta hoy por Estados Unidos, es en sí una copia del
definido en las memorias del secretario George Shultz para Panamá que buscaba
por todos los medios evitar una intervención: “... y poner en riesgo a nuestros
chicos” por lo que debía “existir algo entre la guerra y no hacer nada”.
De
allí que en el justo punto medio entre la guerra y no hacer nada es donde
inventaron la creación de un gobierno alternativo (presidente Del Valle),
construyeron el apoyo para desconocer el régimen, la amenaza y presión militar
para agotar las capacidades de logísticas de las fuerzas de defensa, las
sanciones generales para causar una olla de presión económica y privar de
dinero al régimen, para que Noriega no dispusiera del dinero estadounidense y
así forzar una negociación finalmente.
Pero
como pasa en Venezuela hoy, de acuerdo al vicepresidente Bush en sus memorias: “Noriega
creyó que todo había sido un bluff y terminó con las negociaciones”. Mientras
que desde adentro, el plan fracasó de acuerdo a unos de los cercanos al mando
de Noriega, el coronel Roberto Díaz Herrera, porque “los oficiales de alto
rango lo agarraron por la parte alta del pantalón, y le dijeron: ‘tú no te
puedes ir porque nosotros quedamos mal y esta gente nos friega’ ”. Y si esos
eran sus hombres, se podía intuir también que tampoco le gustaría mucho la
traición a Pablo Escobar y a los cárteles que lo habían apoyado.
Como
bien lo definieron los militares estadounidenses que estudiaron ese proyecto,
Noriega no se podía marchar porque “su gobierno era una ‘narcocleptocracia’
(...) una poderosa industria criminal, en la que la mayoría vivía del crimen
organizado, o de centenares de empresas privadas que no fueron jamás alcanzadas
por las sanciones”. Pero a quienes sí alcanzó fue a la población en general,
que de acuerdo a los militares, “dejó de pensar en política y se fundió en una
dinámica de supervivencia” mientras que “cifró todas sus esperanzas en la
presión y una posible intervención”.
A
fin de cuentas el problema no es que se repita la historia, ni que el plan sea
bueno o malo, el asunto es que mientras el tercio de Venezuela ruega por un
cambio, a la gigantesca mayoría, lamentablemente le da lo mismo. Y eso no lo
digo yo, ya la comunidad internacional comienza a darse cuenta y a sospechar
con sobrada razón, que buena parte de los venezolanos ya se acostumbraron a lo
peor.
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