Milagros Socorro 6 de junio
de 2013
Sobre todo en
los días de pago, se forma una especie de estacionamiento de carritos de
supermercados repletos de productos y abandonados en un rincón. A veces, esta
suerte de fondeadero crece hasta dificultar el paso de los clientes al local; y
en muchas ocasiones puede verse clientes apiñados a su alrededor, para escarbar
botellas de aceite, paquetes de azúcar y, en fin, esa mercancía de llegada
irregular a los puntos de venta.
Por qué alguien
invierte tanto tiempo en llenar un carrito de supermercado, en escoger los
productos, las presentaciones, las marcas (si hubiere de dónde escoger), los
precios (si acaso se presentara divergencia entre ellos o, más remoto aún, una
oferta), en suma, por qué alguien deja escorada esa trabajosa selección, que
supone esfuerzo y concentración… Porque al acercarse a la caja, se encuentra
con una cola que le llevará más de una hora.
Para el
consumidor venezolano ya no hay martes en la mañana. Ahora cada visita al super
–y hay que hacer muchas para abastecerse de lo básico- supone una gran
inversión de tiempo, porque todos los días y a toda hora, están repletos. Esta
superpoblación se debe, en parte, a que los almacenes ya no sirven únicamente a
las áreas circundantes, sino a zonas lejanas de la ciudad e incluso a pueblos
vecinos cuyos abastos se encuentran mucho peor surtidos. Eso explica la
presencia, en los supermercados de las grandes ciudades, de familias enteras
venidas desde sitios remotos a adquirir productos que no consiguen en sus
sitios de residencia. No debe descartarse que buena parte de esas captaciones
tengan por objeto la reventa en ámbitos buhoneriles.
En el lento
avance por los pasillos hasta las cajas, se ven los productos abandonados en
ese lapso de espera e inactividad, que permite ponderar la compra. Hay quienes
ejercen el “ya que”: ya que estoy aquí y ya que hay tal cosa, voy a comprar
varios paquetes en previsión de que no pueda volver o de que no se encuentren.
De esa manera, siempre se gasta más de lo calculado y se adquieren más
productos de lo necesario, con lo que se vacían más rápidamente los anaqueles.
Estas
peregrinaciones a los centros de abastecimiento han permitido a cualquier
parroquiano ser testigo de peleas delante de las neveras, ante las cajas e
incluso en las puertas de los mercados, donde imperan los agresivos
acarreadores de bolsas. Este es otro elemento novedoso del paisaje venezolano
contemporáneo, la ira contenida –por lo general, mal contenida-, del hombre
joven dedicado a trabajos temporales o informales, la mayoría de los cuales da
la impresión de estar bajo una inmensa presión, experimentar gran ira o estar a
punto de estallar frente al cliente que le pide que, por favor, no arroje el
paquete de los plátanos sobre el de pastas para no quebrarlas. Con frecuencia,
la respuesta a la solicitud del cliente es de inopinada violencia, con lujo de
resoplidos.
En la morosa
procesión hacia las cajas, el cliente ve más o menos la mitad de estas vacías:
nunca hay empleados suficientes para llenarlas. Y, naturalmente, jamás se
cumple con la norma de atender rápidamente a embarazadas y personas de la
tercera edad para evitarles el incómodo plantón con los consecuentes empujones,
tropezones y codazos. Con tono de indignación se oyen los comentarios: de las
seis cajeras que vinieron a trabajar, cuatro se fueron a comer, quedan dos y
están “fastidiadas”. Faltan al trabajo y no se les puede decir nada. Llegan
casi una hora tarde y se sientan a desayunar. La ley del trabajo de la
revolución fue escrita por el negrito del batey (para quien el trabajo es un
enemigo), nadie cuida su puesto ni se quiere superar (“porque el trabajo lo
hizo Dios como castigo”).
La romería por
los pasillos de los supermercados nos acerca a la libreta de racionamiento, se
oye decir entre mentadas de madre, que, según, ya se avista en el horizonte. La
secuencia es así: estrangule la producción nacional / controle los precios /
importe con pingües ganancias para los jerarcas del régimen / una vez
instalada la previsible escasez, culpe a los productores de no estar
interesados en vender sino en “acaparar” / cuando la escasez sea
desestabilizante para las almas y los gobiernos, diseñe “un sistema de
racionamiento” para productos regulados / y cómprele los chips al hijo de un
antiguo golpista devenido magnate bolivariano.
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