DEMETRIO BOERSNER 8 DE ENERO 2014
Cuando el estadista israelí Yitzhak
Rabin firmó los acuerdos de Oslo con el líder palestino Yaser Arafat, pronunció
la frase: “Uno no hace las paces con amigos, sino con enemigos”. Explicó
que un acuerdo de paz no busca transformar el odio en súbito amor, sino poner
fin a la lucha armada y crear condiciones para que los hijos y nietos de los
actuales adversarios convivan en amistad. El diálogo entre bandos adversos no
es un abrazo entre “comeflores”, sino un proceso de tenaz negociación desde
posiciones antagónicas.
Tal diálogo-negociación luce indispensable en esta Venezuela dividida en mitades hostiles y agobiada de graves problemas económicos y sociales. La crisis de inflación, desabastecimiento y deterioro productivo debería inducir al oficialismo a negociar con la oposición para lograr un pacto de emergencia. Este contemplaría en primer lugar el saneamiento económico mediante el reemplazo de la estatización asfixiante por un modelo de cooperación “mercado-Estado”, con reglas de juego confiables entre el sector público y el privado.
En segundo término, la negociación debería apuntar a la creación de un clima político de tolerancia que facilite la reforma económica. Infortunadamente, este segundo aspecto de la negociación es más difícil que el primero. La mentalidad del régimen chavista es la que Marx en su época abominó y calificó de “comunismo de cuartel” (Kasernen-Kommunismus), alentado hoy por el régimen cubano y el neoestalinismo internacional, que sueñan con una contradictoria fórmula de liberalización económica con simultáneo mantenimiento del despotismo político.
Acaso tal fórmula funcione por cierto tiempo en China, Vietnam y Cuba, donde la oposición interna fue diezmada. En cambio, en Venezuela la oposición democrática cuenta con la adhesión de 49% de la población y gobierna los centros urbanos más avanzados e importantes. La correlación objetiva de fuerzas nos induce a pensar que llegará el momento en que el gobierno (a menos que opte por un hundimiento catastrófico) se verá obligado a aceptar la negociación para una apertura no solo económica sino también política.
Todo ello depende, sin embargo, de la cohesión y eficacia de la alternativa democrática. Como también lo dijo una vez Yitzhak Rabin: “(Un acuerdo de paz) no vale nada si no está respaldado por (la) fuerza (disuasiva)”. Para tener fuerza negociadora, persuasiva y disuasiva en un “diálogo” nacional, la MUD debe quedar unida y disciplinada.
Ello no impide que sea deseable que su ala de izquierda democrática se perfile más y presente tesis y programas progresistas capaces de arrebatar al chavismo su base popular, tal como lo propuso hace unos días el partido socialdemócrata más viejo y experimentado del país. Volveremos sobre este último tema.
Tal diálogo-negociación luce indispensable en esta Venezuela dividida en mitades hostiles y agobiada de graves problemas económicos y sociales. La crisis de inflación, desabastecimiento y deterioro productivo debería inducir al oficialismo a negociar con la oposición para lograr un pacto de emergencia. Este contemplaría en primer lugar el saneamiento económico mediante el reemplazo de la estatización asfixiante por un modelo de cooperación “mercado-Estado”, con reglas de juego confiables entre el sector público y el privado.
En segundo término, la negociación debería apuntar a la creación de un clima político de tolerancia que facilite la reforma económica. Infortunadamente, este segundo aspecto de la negociación es más difícil que el primero. La mentalidad del régimen chavista es la que Marx en su época abominó y calificó de “comunismo de cuartel” (Kasernen-Kommunismus), alentado hoy por el régimen cubano y el neoestalinismo internacional, que sueñan con una contradictoria fórmula de liberalización económica con simultáneo mantenimiento del despotismo político.
Acaso tal fórmula funcione por cierto tiempo en China, Vietnam y Cuba, donde la oposición interna fue diezmada. En cambio, en Venezuela la oposición democrática cuenta con la adhesión de 49% de la población y gobierna los centros urbanos más avanzados e importantes. La correlación objetiva de fuerzas nos induce a pensar que llegará el momento en que el gobierno (a menos que opte por un hundimiento catastrófico) se verá obligado a aceptar la negociación para una apertura no solo económica sino también política.
Todo ello depende, sin embargo, de la cohesión y eficacia de la alternativa democrática. Como también lo dijo una vez Yitzhak Rabin: “(Un acuerdo de paz) no vale nada si no está respaldado por (la) fuerza (disuasiva)”. Para tener fuerza negociadora, persuasiva y disuasiva en un “diálogo” nacional, la MUD debe quedar unida y disciplinada.
Ello no impide que sea deseable que su ala de izquierda democrática se perfile más y presente tesis y programas progresistas capaces de arrebatar al chavismo su base popular, tal como lo propuso hace unos días el partido socialdemócrata más viejo y experimentado del país. Volveremos sobre este último tema.
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