Por: Héctor Bujanda
Promotora de las minorías y
sus derechos, con argumentos para la mediación de conflictos, la articulista de
Contrapunto accedió hablar del país en clave de despolarización. Considera que
aquí “cada vez se elige menos, se discute menos”
Es licenciada en Artes y con
un posgrado en Planificación Social, pero lo suyo ha sido en los últimos años
adentrarse en las agallas de la polarización para identificar elementos que
puedan servir para el diálogo y lo que ella denomina la reconciliación de la
sociedad venezolana.
Adriana Ponte es articulista
de Contrapunto desde hace unos meses y su columna "El caño de la madre”
no sólo ha sido una fuente de debate alrededor de la promoción de los derechos
humanos y de las minorías, sino que tiene la astucia y la inteligencia para
hablar de unos temas ligados a la despolarización que no son fáciles de
potabilizar para una sociedad imbuida en el resentimiento, el rechazo al presente
y la desconfianza en el otro.
Si hay algún termómetro que
permita medir cómo están cambiando los imaginarios políticos en Venezuela, este
es precisamente el de Adriana Ponte. Su columna es una de las más leídas del
portal y goza de un grupo fiel de seguidores e hinchas dispuestos a promover un
nuevo lenguaje, una nueva aproximación, un nuevo relacionamiento en medio del
desierto que ha dejado la contienda política.
Estamos lejos de acercarnos
al otro
–El chavismo nació como un
proyecto político que anteponía el problema del "otro". Creció justo
en una época, años 90, que había una narrativa del sálvese quien pueda. A la
vuelta de 17 años en el poder, ¿hasta qué punto la sociedad venezolana encontró
en el otro la fórmula para avanzar políticamente? ¿La encontró? ¿O más bien nos
tropezamos con un abismo?
–Yo creo que no la encontró,
más bien se profundizó aquello del sálvese quien pueda. Lo podemos ver ahorita
en la conducta que tiene la gente con el problema de la escasez. Nadie, ni
siquiera esos grupos que creó el chavismo, como Consejos Comunales y otras
maneras de organización social, han ideado mecanismos para cooperar entre sí y
para encontrarse con el otro, para actuar en una red de solidaridad que haga
algo con el problema de la escasez. Allí te das cuenta de que eso fue puro
cuento, que no se cambió realmente el individualismo por la solidaridad.
Otra cosa que sucedió con la
propuesta chavista fue la reivindicación de la pobreza, pero no para comprender
los factores que la generan y derrumbar con eso toda aquella mitología basura
de que “los pobres son pobres porque son flojos y beben cerveza y no estudian”,
sino para hacer de eso un modelo. Es decir, no comprendimos el sistema de
desigualdad e inequidad que daba origen a esa pobreza material, sino que se
creó una especie de nuevo mito en el cual las clases media y alta eran
culpables.
Por un lado se victimizó a
los pobres sin hacerles entender el origen real de sus circunstancias, y por el
otro se dio a entender la pobreza como un valor. Eso distorsionó las relaciones
entre muchos sectores, produciendo brechas más allá de lo económico y en lo
ideológico. Como sociedad, en este momento, nos comprendemos menos y nos
odiamos más.
–Si fracasó el modelo de la
solidaridad y la reivindicación de la pobreza fue sólo una coartada, ¿puede
decirse que el chavismo ha sido una estafa?
–Cuando se dice que el
chavismo es una estafa, se está dando por sentado que hay una intención. Yo no
sé, no me atrevería a decir si esto ha sido planificado como tal, o si más bien
es el resultado de un proceso de no-planificación y de incompetencia sumada a
una cantidad de elementos derivados de la anti-política que se gestó en los
años noventa, y de la que no hemos salido todavía.
Yo creo que esa crisis de
los noventa no terminó dando las respuestas esperadas, así que ganó, de alguna
forma, el anti partidismo. El chavismo que surgió como respuesta a eso no supo
manejar el poder y terminó agrupando y temiendo. La verdad, me cuesta mucho
creer que la idea era, como piensa alguna gente, destrozar al país. Siento que
el chavismo ha tenido etapas, pequeñas olas, que lo han convertido en esto.
–¿A qué se refiere cuando
dice que se ha convertido “en esto”?
–Yo creo que el chavismo se
comió a sí mismo, porque le faltó, de entrada, un componente ideológico que
estuviese bien blindado y resguardado. Se fue haciendo con el tiempo. Si uno
escucha a Chávez en 1998, en el 2002, en el 2005 y en el 2012, te das cuenta
que fue cambiando. Obviamente, la influencia del modelo cubano fue
determinante, pero antes de eso, no había una ideología, una forma política que
blindara toda esa fuerza que tuvo inicialmente. Y por eso, un poco coqueteando
con el modelo cubano, se terminó de ir por esa vía.
–Con el “otro” nos manejamos
igual que con las minorías sexuales. Desarrollamos discursos que hablan de
tolerancia, de reconocimiento de las diferencias, pero no pasamos de las buenas
intenciones.
–La comprensión del otro es
un fenómeno complejo, que no se da de la noche a la mañana. Eso no es un mal
venezolano sino global. Y lo ves en las noticias todo el tiempo. El miedo a la
diferencia mueve demasiadas decisiones y poderes, y es ahí donde está el
problema: cuando alguien con miedo, toma decisiones. Creo que eso fue lo que
pasó con Hugo Chávez.
Yo también creo que esa
visión del otro, discursivamente impecable y operativamente nefasta, es una
cosa muy marcada por lo católico, por la caridad. Entonces las políticas
públicas, la responsabilidad social empresarial y todas las aproximaciones que
se hacen al otro que está en una situación distinta, digamos precaria, es a
través de la caridad. Por eso el diseño de las misiones sociales fue bajo un
modelo de caridad y de lástima, donde no había una intención real de reivindicación
social. Y así son los programas que impulsan muchos empresarios en Venezuela.
Seguimos estando lejos de acercarnos al otro.
Antes que crear simpatía, se
capitaliza el descontento
–¿Qué función ha tenido la
polarización en este contexto?
–La polarización es el caldo
de cultivo perfecto para alejarnos del otro, con la excusa de una ideología o
de una postura política, de una religión o de determinadas simpatías. Lo más
grave de la polarización, me parece a mí, es que te hace creer que el otro va a
desaparecer o que puedes desaparecerlo por arte de magia. Y eso es grave,
porque como en la realidad eso no es posible, es decir no puedes desaparecer a
la gente que no te gusta o que no está de acuerdo contigo, comienzas a idear
mecanismos para que eso suceda.
Consciente o
inconscientemente, el relacionamiento social se da en esos términos: queriendo
desaparecer al otro y eso nos hace inviables como sociedad. Hace inviable la
política, hace inviable lo social e incluso, lo económico. Y estamos viviendo
las muestras de eso.
–La polarización era útil
mientras había un líder fuerte que mineralizaba el campo de lo político. ¿Ahora
que no lo hay, la polarización es como el síndrome del miembro fantasma?
–Sin lugar a dudas. Pero hay
que recordar que la crisis política ya existía con el líder fuerte. El problema
es que ahora no se alimenta de ese liderazgo tan debilitado que tienen ambos
polos, sino que se alimenta de los pensamientos e ideas que se hace cada quien
del otro. Si lo vemos en términos de memética, ya el meme de la intolerancia
está metido en la gente. No importa tu tendencia política, ni la condición
social.
Se activa la intolerancia con
cada situación en la microsociedad, en la familia, en el supermercado. Y eso es
muy peligroso, porque termina justificando de alguna manera que los liderazgos
actúen con arbitrariedades. Ves gente justificando atrocidades como los
Operativos de Liberación del Pueblo (OLP) ¿Por qué? Porque allí la lógica
polarizadora se activa en contra del malandro, contra la mamá del malandro y
contra el entorno del malandro.
–¿Con los signos de
agotamiento, cómo rehacer el campo social y las correlaciones de fuerza?
–Algunas encuestas han
estado dando números que indican que cada día hay menos gente en los polos
dominantes (el Psuv y la MUD) y cada vez más la que se identifica con posturas ni-ni o
intermedias, que han sido muy criticadas y vilipendiadas en los últimos años de
radicalidad. La pregunta que hay que hacerse ante esto es: ¿quién está
construyendo una opción para ese grupo, que es ahora mayoría? No veo opciones a
la vista.
Quizás estamos viviendo una
reedición de la crisis de los partidos que en los años 90 dio lugar a la
ruptura del bipartidismo y al surgimiento de Hugo Chávez como opción política.
Si esto es así, tenemos dos grandes conclusiones: por una parte, el trabajo de
Hugo Chávez fue malo, no logró hacer lo que tenía que hacer; no respondió a la
crisis que lo generó; el chavismo fue una transición entre esa crisis y la
actual, pero no fue la respuesta a aquella crisis porque no supo serla.
Lo segundo es que el país
parece no haber aprendido mucho de esa transición que fue o es el chavismo,
porque para esa nueva mayoría, alejada de los polos, parece que no hay opciones
a la vista. ¿Quién está capitalizando esa nueva mayoría? No es la oposición,
lamentablemente. Porque la oposición ha sido muy torpe en sus propuestas, se ha
dedicado a capitalizar el descontento y no a crear simpatías. Todavía, de
cara a las elecciones parlamentarias, están apostando al voto castigo, lo cual
es muy decepcionante. Después de 17 años, no han entendido por dónde van los
tiros para ofrecer una respuesta a la gente.
“Nosotros en este desastre,
y estos locos aquí”
–¿A qué le atribuye que no
aparezcan alternativas? ¿Qué papel juega la sociedad en todo esto?
–Creo que se perdió, o se
extravió en algún momento, la noción de la política. Otra vez estamos hablando
del descrédito que sufrieron los partidos en los años ochenta y noventa,
todavía lo estamos padeciendo. El partido no se ve, se extravió como agrupación
de ciudadanos que se organizan para acceder al poder, y desde el poder activar
los mecanismos y cambios en la administración del país.
Las fricciones naturales,
lógicas, sanas que se deberían estar dando, no existen. Porque no hay forma de
establecer estas dinámicas de intercambio. No hay reconocimiento del otro,
porque se está en un solo bloque: en la MUD o en el Psuv. Y el que se sale de
esa esfera, de los dos polos, es un traidor. Cada vez estamos eligiendo menos,
cada vez tenemos menos democracia, discutimos menos.
–Por ahí salió un tuit de
alguien que leyó la
entrevista del historiador Oscar Bataglini y comentó “no hay que
llegarles. Ellos solos se están viniendo”. ¿Eso es lo que está ocurriendo
dentro del chavismo?
–No, la verdad que no. ¿Qué
pasa? Me parece que la oposición tampoco está haciendo su trabajo, incluso está
peor que el chavismo. Aún no entiende de dónde salió, ni por qué surgió. Ni
siquiera tiene la intención de convertirse en una opción, sino que están
apostando a eso, a que los chavistas se vengan solitos. A mí me resulta tan
artificial esa propuesta.
No hay, lo que se dice, una
postura política auténtica, que le hable a todos los sectores. Sólo apostar a
que el chavismo se venga, es decir “vamos a esperar a que se pongan bravos”.
Bueno, ¿qué se vengan a qué? Las encuestas, últimamente, dicen que la gente se
está despolarizando. No, la gente no se está despolarizando. La gente lo que
está diciendo es: “coño, nosotros en este desastre y estos locos aquí”.
Revanchismo y garantías
–Hay gente que piensa en
cómo construir un acontecimiento que cambie la situación. Hace un año, por
ejemplo, fue La Salida.
–La torpeza mayor es que fue
una cosa como “de laboratorio”. Es decir, es un tema que yo identifico y me
preocupa muchísimo. Estamos viendo una historia repetida. Toda la movida
política de Leopoldo López, considero, es artificial. Para mí, él se sentó a
estudiar el fenómeno actual y se dijo: “ah, mira. Cosa de calle, discurso
épico, entrega épica, preso”. Por eso siento que La Salida tuvo sus
simpatizantes pero, realmente, no era orgánica. Y la política que hace la
oposición es muy artificial, no se corresponde con lo que la gente está
sintiendo, pensando, anhelando o creyendo del país.
–¿Para que el chavista se
vaya a la oposición no necesita primero la garantía de que no viene un proyecto
revanchista?
–Eso tiene su antecedente
muy claro en el 11 y 12 de abril de 2002, que fue el peor desastre histórico a
nivel de “chapucerismo”. Eso es inédito. Fue la locura desatada. El revanchismo
allí dejó pendejo al que tenía Chávez. Ese es un antecedente que está muy
fresco.
–Dirán que ha pasado mucho
tiempo
–Es natural que ese
sentimiento lo tenga el chavismo. Y es natural que se cuide: “coño, van a venir
estos locos”. Es más, otra vez, las figuras políticas que siguen en la palestra
son más o menos las mismas de entonces: Ramos Allup, María Corina, Leopoldo
López, Henrique Capriles.
–De no prender una
alternativa, qué pasará en este país. ¿Volverá la figura del outsider?
–Hay dos escenarios: uno, la
aparición de una figura que la gente descubra y diga “guao, este tipo estaba
aquí y ese es el que nos pudiera conducir de nuevo a la esperanza”. El problema
para el chavismo es que la esperanza es un elemento fundamental. Ya se demostró
que estamos en un “peladero de chivo”, por lo menos antes estaba la esperanza:
un proyecto de la izquierda en Venezuela que iba a cambiar la distribución de
la renta, iba a cambiar las inequidades, las desigualdades se iban a superar.
Ya ni siquiera tenemos eso.
Estamos frente a un panorama
desolador. Entonces surge la posibilidad que mencionas: el tipo que llega. Por
ahí se oye el nombre de Henry Falcón. Incluso el de Claudio Fermín. O quizás
uno inédito. Alguien que ni siquiera está medianamente presente en el escenario
político. O que la gente –eso me encantaría que pasara, no sé si sea posible–,
termine de construir, desde la base, algo tan orgánico que le diga a ese
alguien que llega: “mira, la cosa es por aquí”.
El único consenso: la
represión
–Para muchos la
reconciliación es la foto de un abrazo fraterno entre Ismael García y Ricardo
Sánchez. ¿Cree en esa posibilidad?
–Absolutamente. No sólo creo
fervientemente en la reconciliación, sino que yo creo que esto va a tener que
pasar. Previo a la reconciliación, puede que exista violencia. Yo no lo
descarto como escenario. Pero eso va a pasar, para mí es inevitable. ¿Qué es lo
peor de la reconciliación? Quizás es Ricardo –Ricardito– abrazando a Ismael.
Eso es lo peor, pero, bueno. Habrán otras fotos menos perversas, ¿no?
–No hay soluciones fáciles.
Esa es la imagen que trae la reconciliación
–Sin embargo, creo que es
posible y creo que es el pilar central de la reconstrucción del país: entender
que ciertos procesos históricos nos llevaron a esta gran escisión de la
sociedad. La gente habla de la polarización, pero ella tiene varios rostros.
Porque también dentro del chavismo hay una polarización entre los que están más
cerca del poder y los que no.
Creo en la reconciliación.
Por eso creé el proyecto “Reconocernos”, por eso me fui a dar talleres como una
loca, sin ganar ni medio por todo el país: apostando a eso. Por eso recibí
amenazas. Por ahí he orientado mis intereses y mi vida: tratemos de ver al
otro, tratemos de ver qué es lo que está pasando en esa cabeza –en ese
universo–, porque eso es lo que finalmente va tendiendo puentes de
acercamiento. Tarde o temprano vamos a tener que sentarnos en una misma mesa,
así te incomode y te perturbe hablar con el otro.
–¿Cómo reencontrar a la
sociedad venezolana?
–Es una pregunta bien
difícil, que no puedo responder sin apostar a la gente. Esa pregunta se la
tiene que hacer el país entero. Esa es una discusión que debería estar sobre la
palestra pública en este instante, una discusión que debería estar pidiendo la
sociedad. ¿Cómo vamos a resolver el problema económico? ¿Cómo hacemos con los
altos índices de violencia? No veo que se esté dando esa discusión,
lamentablemente.
Y en la esfera de la alta
política, es imprescindible que se comience a hablar de consensos. Que ya se
frene ese infantilismo político de la rivalidad y la necedad. Aquí, tarde o
temprano, se tiene que dar el diálogo, se tienen que comenzar a producir
consensos y concertaciones. Eso puede postergarse con la retórica ideológica de
por medio. Pero mientras la crisis económica, social y política se vaya
profundizando, el entuerto será más difícil de arreglar.
–Parece que el único consenso
que se ha producido en este contexto es el que llaman el "consenso
represivo" en torno a la OLP y su despliegue bélico en zonas populares.
–Me perturba aceptarlo, pero
sí. El consenso represivo siempre ha tenido aceptación en el país. A muchos se les
olvida que Hugo Chávez llegó al poder porque llevábamos años diciendo que hacía
falta una “mano dura”. Y un montón de gente se alegra con las OLP y ahora están
de fiesta con el cierre de la frontera y la deportación de colombianos. Otra
vez, la mano dura, la represión.
Cuando a raíz de las
protestas de febrero de 2014 se estableció laMesa de Diálogo, cuya primera
sesión fue televisada, no hubo consenso sobre lo tremendamente positivo que era
ese proceso. Por eso fracasó, en gran parte porque no tuvo respaldo de la
gente. Eso era para organizar una gran marcha en apoyo al diálogo y al consenso
nacional, pero no había músculo, no solo porque se había sembrado ya mucho odio
sino porque hemos aprendido a arreglar las cosas a carajazos.
–Hay categorías para la
descalificación política como “escuálido” para hablar del opositor;
“talibanismo” para hablar de los radicales; y “guabinoso” para hablar del que
no es chicha ni limonada. ¿Se considera guabinosa?
–No me importa, en realidad.
Porque ya yo he sido señalada peyorativamente como “ni-ni”, como guabinosa.
Cuando estaba haciendo el taller “Reconocernos”, un señor me escribió por
redes. Me decía que yo era mandada por el G2 cubano y que yo estaba saboteando
a la oposición. Y otra persona me decía lo contrario. A mí me hace sentir bien
eso, porque me aleja un poco de las posturas de destruir al otro. Si eso es ser
guabinoso, entonces soy guabinosa. No tengo ningún problema en decirlo. Si
serlo apunta a que en el país quepa toda la gente: sí, soy guabinosa.
06-09-15
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