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martes, 8 de septiembre de 2015

Adriana Ponte: En este país hemos aprendido a arreglar las cosas a carajazos por @contrapuntovzla


Por: Héctor Bujanda



Promotora de las minorías y sus derechos, con argumentos para la mediación de conflictos, la articulista de Contrapunto accedió hablar del país en clave de despolarización. Considera que aquí “cada vez se elige menos, se discute menos”

Es licenciada en Artes y con un posgrado en Planificación Social, pero lo suyo ha sido en los últimos años adentrarse en las agallas de la polarización para identificar elementos que puedan servir para el diálogo y lo que ella denomina la reconciliación de la sociedad venezolana.


Adriana Ponte es articulista de Contrapunto desde hace unos meses y su columna "El caño de la madre” no sólo ha sido una fuente de debate alrededor de la promoción de los derechos humanos y de las minorías, sino que tiene la astucia y la inteligencia para hablar de unos temas ligados a la despolarización que no son fáciles de potabilizar para una sociedad imbuida en el resentimiento, el rechazo al presente y la desconfianza en el otro.

Si hay algún termómetro que permita medir cómo están cambiando los imaginarios políticos en Venezuela, este es precisamente el de Adriana Ponte. Su columna es una de las más leídas del portal y goza de un grupo fiel de seguidores e hinchas dispuestos a promover un nuevo lenguaje, una nueva aproximación, un nuevo relacionamiento en medio del desierto que ha dejado la contienda política.

Estamos lejos de acercarnos al otro

–El chavismo nació como un proyecto político que anteponía el problema del "otro". Creció justo en una época, años 90, que había una narrativa del sálvese quien pueda. A la vuelta de 17 años en el poder, ¿hasta qué punto la sociedad venezolana encontró en el otro la fórmula para avanzar políticamente? ¿La encontró? ¿O más bien nos tropezamos con un abismo?

–Yo creo que no la encontró, más bien se profundizó aquello del sálvese quien pueda. Lo podemos ver ahorita en la conducta que tiene la gente con el problema de la escasez. Nadie, ni siquiera esos grupos que creó el chavismo, como Consejos Comunales y otras maneras de organización social, han ideado mecanismos para cooperar entre sí y para encontrarse con el otro, para actuar en una red de solidaridad que haga algo con el problema de la escasez. Allí te das cuenta de que eso fue puro cuento, que no se cambió realmente el individualismo por la solidaridad.

Otra cosa que sucedió con la propuesta chavista fue la reivindicación de la pobreza, pero no para comprender los factores que la generan y derrumbar con eso toda aquella mitología basura de que “los pobres son pobres porque son flojos y beben cerveza y no estudian”, sino para hacer de eso un modelo. Es decir, no comprendimos el sistema de desigualdad e inequidad que daba origen a esa pobreza material, sino que se creó una especie de nuevo mito en el cual las clases media y alta eran culpables.

Por un lado se victimizó a los pobres sin hacerles entender el origen real de sus circunstancias, y por el otro se dio a entender la pobreza como un valor. Eso distorsionó las relaciones entre muchos sectores, produciendo brechas más allá de lo económico y en lo ideológico. Como sociedad, en este momento, nos comprendemos menos y nos odiamos más.

–Si fracasó el modelo de la solidaridad y la reivindicación de la pobreza fue sólo una coartada, ¿puede decirse que el chavismo ha sido una estafa?

–Cuando se dice que el chavismo es una estafa, se está dando por sentado que hay una intención. Yo no sé, no me atrevería a decir si esto ha sido planificado como tal, o si más bien es el resultado de un proceso de no-planificación y de incompetencia sumada a una cantidad de elementos derivados de la anti-política que se gestó en los años noventa, y de la que no hemos salido todavía.

Yo creo que esa crisis de los noventa no terminó dando las respuestas esperadas, así que ganó, de alguna forma, el anti partidismo. El chavismo que surgió como respuesta a eso no supo manejar el poder y terminó agrupando y temiendo. La verdad, me cuesta mucho creer que la idea era, como piensa alguna gente, destrozar al país. Siento que el chavismo ha tenido etapas, pequeñas olas, que lo han convertido en esto.

–¿A qué se refiere cuando dice que se ha convertido “en esto”?

–Yo creo que el chavismo se comió a sí mismo, porque le faltó, de entrada, un componente ideológico que estuviese bien blindado y resguardado. Se fue haciendo con el tiempo. Si uno escucha a Chávez en 1998, en el 2002, en el 2005 y en el 2012, te das cuenta que fue cambiando. Obviamente, la influencia del modelo cubano fue determinante, pero antes de eso, no había una ideología, una forma política que blindara toda esa fuerza que tuvo inicialmente. Y por eso, un poco coqueteando con el modelo cubano, se terminó de ir por esa vía.

–Con el “otro” nos manejamos igual que con las minorías sexuales. Desarrollamos discursos que hablan de tolerancia, de reconocimiento de las diferencias, pero no pasamos de las buenas intenciones.

–La comprensión del otro es un fenómeno complejo, que no se da de la noche a la mañana. Eso no es un mal venezolano sino global. Y lo ves en las noticias todo el tiempo. El miedo a la diferencia mueve demasiadas decisiones y poderes, y es ahí donde está el problema: cuando alguien con miedo, toma decisiones. Creo que eso fue lo que pasó con Hugo Chávez.

Yo también creo que esa visión del otro, discursivamente impecable y operativamente nefasta, es una cosa muy marcada por lo católico, por la caridad. Entonces las políticas públicas, la responsabilidad social empresarial y todas las aproximaciones que se hacen al otro que está en una situación distinta, digamos precaria, es a través de la caridad. Por eso el diseño de las misiones sociales fue bajo un modelo de caridad y de lástima, donde no había una intención real de reivindicación social. Y así son los programas que impulsan muchos empresarios en Venezuela. Seguimos estando lejos de acercarnos al otro.

Antes que crear simpatía, se capitaliza el descontento



–¿Qué función ha tenido la polarización en este contexto?

–La polarización es el caldo de cultivo perfecto para alejarnos del otro, con la excusa de una ideología o de una postura política, de una religión o de determinadas simpatías. Lo más grave de la polarización, me parece a mí, es que te hace creer que el otro va a desaparecer o que puedes desaparecerlo por arte de magia. Y eso es grave, porque como en la realidad eso no es posible, es decir no puedes desaparecer a la gente que no te gusta o que no está de acuerdo contigo, comienzas a idear mecanismos para que eso suceda.

Consciente o inconscientemente, el relacionamiento social se da en esos términos: queriendo desaparecer al otro y eso nos hace inviables como sociedad. Hace inviable la política, hace inviable lo social e incluso, lo económico. Y estamos viviendo las muestras de eso.

–La polarización era útil mientras había un líder fuerte que mineralizaba el campo de lo político. ¿Ahora que no lo hay, la polarización es como el síndrome del miembro fantasma?

–Sin lugar a dudas. Pero hay que recordar que la crisis política ya existía con el líder fuerte. El problema es que ahora no se alimenta de ese liderazgo tan debilitado que tienen ambos polos, sino que se alimenta de los pensamientos e ideas que se hace cada quien del otro. Si lo vemos en términos de memética, ya el meme de la intolerancia está metido en la gente. No importa tu tendencia política, ni la condición social.

Se activa la intolerancia con cada situación en la microsociedad, en la familia, en el supermercado. Y eso es muy peligroso, porque termina justificando de alguna manera que los liderazgos actúen con arbitrariedades. Ves gente justificando atrocidades como los Operativos de Liberación del Pueblo (OLP) ¿Por qué? Porque allí la lógica polarizadora se activa en contra del malandro, contra la mamá del malandro y contra el entorno del malandro.

–¿Con los signos de agotamiento, cómo rehacer el campo social y las correlaciones de fuerza?

–Algunas encuestas han estado dando números que indican que cada día hay menos gente en los polos dominantes (el Psuv y la MUD) y cada vez más la que se identifica con posturas ni-ni o intermedias, que han sido muy criticadas y vilipendiadas en los últimos años de radicalidad. La pregunta que hay que hacerse ante esto es: ¿quién está construyendo una opción para ese grupo, que es ahora mayoría? No veo opciones a la vista.

Quizás estamos viviendo una reedición de la crisis de los partidos que en los años 90 dio lugar a la ruptura del bipartidismo y al surgimiento de Hugo Chávez como opción política. Si esto es así, tenemos dos grandes conclusiones: por una parte, el trabajo de Hugo Chávez fue malo, no logró hacer lo que tenía que hacer; no respondió a la crisis que lo generó; el chavismo fue una transición entre esa crisis y la actual, pero no fue la respuesta a aquella crisis porque no supo serla.

Lo segundo es que el país parece no haber aprendido mucho de esa transición que fue o es el chavismo, porque para esa nueva mayoría, alejada de los polos, parece que no hay opciones a la vista. ¿Quién está capitalizando esa nueva mayoría? No es la oposición, lamentablemente. Porque la oposición ha sido muy torpe en sus propuestas, se ha dedicado a capitalizar el descontento y no a crear simpatías. Todavía, de cara a las elecciones parlamentarias, están apostando al voto castigo, lo cual es muy decepcionante. Después de 17 años, no han entendido por dónde van los tiros para ofrecer una respuesta a la gente.

“Nosotros en este desastre, y estos locos aquí”

–¿A qué le atribuye que no aparezcan alternativas? ¿Qué papel juega la sociedad en todo esto?

–Creo que se perdió, o se extravió en algún momento, la noción de la política. Otra vez estamos hablando del descrédito que sufrieron los partidos en los años ochenta y noventa, todavía lo estamos padeciendo. El partido no se ve, se extravió como agrupación de ciudadanos que se organizan para acceder al poder, y desde el poder activar los mecanismos y cambios en la administración del país.

Las fricciones naturales, lógicas, sanas que se deberían estar dando, no existen. Porque no hay forma de establecer estas dinámicas de intercambio. No hay reconocimiento del otro, porque se está en un solo bloque: en la MUD o en el Psuv. Y el que se sale de esa esfera, de los dos polos, es un traidor. Cada vez estamos eligiendo menos, cada vez tenemos menos democracia, discutimos menos.

–Por ahí salió un tuit de alguien que leyó la entrevista del historiador Oscar Bataglini y comentó “no hay que llegarles. Ellos solos se están viniendo”. ¿Eso es lo que está ocurriendo dentro del chavismo?

–No, la verdad que no. ¿Qué pasa? Me parece que la oposición tampoco está haciendo su trabajo, incluso está peor que el chavismo. Aún no entiende de dónde salió, ni por qué surgió. Ni siquiera tiene la intención de convertirse en una opción, sino que están apostando a eso, a que los chavistas se vengan solitos. A mí me resulta tan artificial esa propuesta.

No hay, lo que se dice, una postura política auténtica, que le hable a todos los sectores. Sólo apostar a que el chavismo se venga, es decir “vamos a esperar a que se pongan bravos”. Bueno, ¿qué se vengan a qué? Las encuestas, últimamente, dicen que la gente se está despolarizando. No, la gente no se está despolarizando. La gente lo que está diciendo es: “coño, nosotros en este desastre y estos locos aquí”.



Revanchismo y garantías

–Hay gente que piensa en cómo construir un acontecimiento que cambie la situación. Hace un año, por ejemplo, fue La Salida.

–La torpeza mayor es que fue una cosa como “de laboratorio”. Es decir, es un tema que yo identifico y me preocupa muchísimo. Estamos viendo una historia repetida. Toda la movida política de Leopoldo López, considero, es artificial. Para mí, él se sentó a estudiar el fenómeno actual y se dijo: “ah, mira. Cosa de calle, discurso épico, entrega épica, preso”. Por eso siento que La Salida tuvo sus simpatizantes pero, realmente, no era orgánica. Y la política que hace la oposición es muy artificial, no se corresponde con lo que la gente está sintiendo, pensando, anhelando o creyendo del país.

–¿Para que el chavista se vaya a la oposición no necesita primero la garantía de que no viene un proyecto revanchista?

–Eso tiene su antecedente muy claro en el 11 y 12 de abril de 2002, que fue el peor desastre histórico a nivel de “chapucerismo”. Eso es inédito. Fue la locura desatada. El revanchismo allí dejó pendejo al que tenía Chávez. Ese es un antecedente que está muy fresco.

–Dirán que ha pasado mucho tiempo

–Es natural que ese sentimiento lo tenga el chavismo. Y es natural que se cuide: “coño, van a venir estos locos”. Es más, otra vez, las figuras políticas que siguen en la palestra son más o menos las mismas de entonces: Ramos Allup, María Corina, Leopoldo López, Henrique Capriles.

–De no prender una alternativa, qué pasará en este país. ¿Volverá la figura del outsider?

–Hay dos escenarios: uno, la aparición de una figura que la gente descubra y diga “guao, este tipo estaba aquí y ese es el que nos pudiera conducir de nuevo a la esperanza”. El problema para el chavismo es que la esperanza es un elemento fundamental. Ya se demostró que estamos en un “peladero de chivo”, por lo menos antes estaba la esperanza: un proyecto de la izquierda en Venezuela que iba a cambiar la distribución de la renta, iba a cambiar las inequidades, las desigualdades se iban a superar. Ya ni siquiera tenemos eso.
Estamos frente a un panorama desolador. Entonces surge la posibilidad que mencionas: el tipo que llega. Por ahí se oye el nombre de Henry Falcón. Incluso el de Claudio Fermín. O quizás uno inédito. Alguien que ni siquiera está medianamente presente en el escenario político. O que la gente –eso me encantaría que pasara, no sé si sea posible–, termine de construir, desde la base, algo tan orgánico que le diga a ese alguien que llega: “mira, la cosa es por aquí”.

El único consenso: la represión

–Para muchos la reconciliación es la foto de un abrazo fraterno entre Ismael García y Ricardo Sánchez. ¿Cree en esa posibilidad?

–Absolutamente. No sólo creo fervientemente en la reconciliación, sino que yo creo que esto va a tener que pasar. Previo a la reconciliación, puede que exista violencia. Yo no lo descarto como escenario. Pero eso va a pasar, para mí es inevitable. ¿Qué es lo peor de la reconciliación? Quizás es Ricardo –Ricardito– abrazando a Ismael. Eso es lo peor, pero, bueno. Habrán otras fotos menos perversas, ¿no?

–No hay soluciones fáciles. Esa es la imagen que trae la reconciliación

–Sin embargo, creo que es posible y creo que es el pilar central de la reconstrucción del país: entender que ciertos procesos históricos nos llevaron a esta gran escisión de la sociedad. La gente habla de la polarización, pero ella tiene varios rostros. Porque también dentro del chavismo hay una polarización entre los que están más cerca del poder y los que no.

Creo en la reconciliación. Por eso creé el proyecto “Reconocernos”, por eso me fui a dar talleres como una loca, sin ganar ni medio por todo el país: apostando a eso. Por eso recibí amenazas. Por ahí he orientado mis intereses y mi vida: tratemos de ver al otro, tratemos de ver qué es lo que está pasando en esa cabeza –en ese universo–, porque eso es lo que finalmente va tendiendo puentes de acercamiento. Tarde o temprano vamos a tener que sentarnos en una misma mesa, así te incomode y te perturbe hablar con el otro.

–¿Cómo reencontrar a la sociedad venezolana?

–Es una pregunta bien difícil, que no puedo responder sin apostar a la gente. Esa pregunta se la tiene que hacer el país entero. Esa es una discusión que debería estar sobre la palestra pública en este instante, una discusión que debería estar pidiendo la sociedad. ¿Cómo vamos a resolver el problema económico? ¿Cómo hacemos con los altos índices de violencia? No veo que se esté dando esa discusión, lamentablemente.

Y en la esfera de la alta política, es imprescindible que se comience a hablar de consensos. Que ya se frene ese infantilismo político de la rivalidad y la necedad. Aquí, tarde o temprano, se tiene que dar el diálogo, se tienen que comenzar a producir consensos y concertaciones. Eso puede postergarse con la retórica ideológica de por medio. Pero mientras la crisis económica, social y política se vaya profundizando, el entuerto será más difícil de arreglar.

–Parece que el único consenso que se ha producido en este contexto es el que llaman el "consenso represivo" en torno a la OLP y su despliegue bélico en zonas populares.

–Me perturba aceptarlo, pero sí. El consenso represivo siempre ha tenido aceptación en el país. A muchos se les olvida que Hugo Chávez llegó al poder porque llevábamos años diciendo que hacía falta una “mano dura”. Y un montón de gente se alegra con las OLP y ahora están de fiesta con el cierre de la frontera y la deportación de colombianos. Otra vez, la mano dura, la represión.

Cuando a raíz de las protestas de febrero de 2014 se estableció laMesa de Diálogo, cuya primera sesión fue televisada, no hubo consenso sobre lo tremendamente positivo que era ese proceso. Por eso fracasó, en gran parte porque no tuvo respaldo de la gente. Eso era para organizar una gran marcha en apoyo al diálogo y al consenso nacional, pero no había músculo, no solo porque se había sembrado ya mucho odio sino porque hemos aprendido a arreglar las cosas a carajazos.

–Hay categorías para la descalificación política como “escuálido” para hablar del opositor; “talibanismo” para hablar de los radicales; y “guabinoso” para hablar del que no es chicha ni limonada. ¿Se considera guabinosa?

–No me importa, en realidad. Porque ya yo he sido señalada peyorativamente como “ni-ni”, como guabinosa. Cuando estaba haciendo el taller “Reconocernos”, un señor me escribió por redes. Me decía que yo era mandada por el G2 cubano y que yo estaba saboteando a la oposición. Y otra persona me decía lo contrario. A mí me hace sentir bien eso, porque me aleja un poco de las posturas de destruir al otro. Si eso es ser guabinoso, entonces soy guabinosa. No tengo ningún problema en decirlo. Si serlo apunta a que en el país quepa toda la gente: sí, soy guabinosa.

06-09-15




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