Por René Núñez, 08/09/2015
Los que dirigen los destinos nacionales, se han pasado el tiempo
cambiando nombre de instituciones democráticas e inventando soluciones que en
muchos casos no tienen correspondencia con las necesidades y aspiraciones de la
gente. No han atacado la raíz de los problemas estructurales de la crisis
económica y humanitaria en proceso. Pero, eso sí, no han dejado de untarlas de
pasiones y sentimientos populosos para mantener la esperanza viva del “futuro
edén” que no termina de llegar ni llegará por lo inviable del modelo
político-económico instaurado. Dónde los ciudadanos importan siempre y cuando
no protesten o contradigan sus decisiones.
La democracia, como sistema político, ha sido creada por las personas
para realizar una vida en común con libertades, igualdad y justicia. No es
suficiente contar con estructuras de poder sino hay valores, actitudes y
conductas democráticas tanto entre los gobernados como los gobernantes. La
participación ciudadana, más que un deber, un derecho humano, para exigir
protección y respeto del espacio y la condiciones de vida.
En nuestro país, gobiernos y dirigentes, salvo honradas excepciones, han
estado alcanzando al poder para servirse asimismo y no para servir a quienes se
deben y representan constitucionalmente, como lo son los ciudadanos. Han
mezclado y desvirtuado la función pública, personalizándola, cultivando el
culto del agradecimiento. Sus imágenes adornan vallas y equipos del Estado.
Las actitudes y modos de comportamientos democráticos tienen como base
la adhesión a valores de la dignidad de la persona humana, de la búsqueda de la
verdad, del desarrollo de la libertad y de la justicia. De los resultados. El
ciudadano no puede ser un “convidado de piedra” en los pocos actos públicos que
lo invitan, para solo oír y aplaudir. No. El Estado, los gobiernos y dirigentes
se deben a los ciudadanos. Cuando éstos lo asumen en silencio, se convierten en
cómplices de su propia tragedia o aislamiento social y político.
Su función ha de ser siempre activa, constituyéndose en un crítico
objetivo permanente de las desviaciones, de los abusos; opinando, discutiendo y
cuestionando cuando el tema o caso así lo amerite; ya sea en el gremio, la ONG,
la escuela, la universidad, el trabajo, el sindicato, la junta de vecinos, la
iglesia, el partido político, etc. Hoy más que nunca, en estos momentos de
aciago democrático, se requiere de una voluntad ciudadana real, sensata, efectiva
y decisiva para evitar que otros hagan o decidan por uno.
La calidad del voto es decisiva, eligiendo los mejores, los decentes,
los más idóneos y confiables de producir los cambios. Igual, es responsabilidad
del elector convencer a los indiferentes, quienes permanecen ajenos a los
problemas y asuntos del bien común. La fuerza de los cambios que demanda la
nación depende de una voluntad mayoritaria electoral firme y entusiasta para
exigirlos y mantenerlos en el tiempo. En la naturaleza todo cambia y se
transforma si cesar, a excepción de lo mineral. Decía el Papa Juan Pablo VI
“Evitad tanto el extremo de los que canonizan el pasado y creen que de nada de
él se debe cambiar, como también el muy peligroso extremismo de los que quieren
hacer por su cuenta cambios precipitados y sin reflexión, que más que ser de
provecho pueden convertirse en ruina y destrucción”.
@renenunez51
Presidente de Ifedec Bolívar
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