Papa Francisco 30 de abril de 2016
La parábola
del buen samaritano ha sido el centro de la catequesis del Papa Francisco en la
última audiencia general de este mes de abril.
“El
verdadero amor tampoco hace distinciones entre personas, sino que ve a todos
como prójimos que necesitan de nuestra ayuda y cercanía”. A
continuación la reflexión del Santo Padre:
¿Quién
es mi prójimo?
Hoy
reflexionamos sobre la parábola del buen samaritano (Cfr. Lc 10,25-37). Un
doctor de la Ley pone a prueba a Jesús con esta pregunta: "Maestro, ¿qué
tengo que hacer para heredar la Vida eterna?" . Jesús le pide dar a él
mismo la respuesta, y él lo da perfectamente: "Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu
espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo"... Jesús entonces concluye:
"obra así y alcanzarás la vida"
Entonces
aquel hombre hace otra pregunta, que se hace muy preciosa para nosotros:
"¿Y quién es mi prójimo?", y presupone: "¿mis parientes? ¿mis
connacionales? ¿Aquellos de mi misma religión?...". En fin, quiere una
regla clara que le permita clasificar a los demás en “prójimo” y “no prójimo”,
en aquellos que pueden convertirse en prójimos y en aquellos que no pueden
hacerse prójimos.
Amar
al prójimo no es algo automático
Y
Jesús responde con una parábola, que pone en escena a un sacerdote, un levita y
un samaritano. Los dos primeros son figuras relacionadas con el culto del
templo; el tercero es un judío cismático, considerado como un extranjero,
pagano e impuro, es decir el samaritano. En el camino de Jerusalén a Jericó el
sacerdote y el levita se encuentran con un hombre moribundo, que los ladrones
han asaltado, robado y abandonado. La Ley del Señor en situaciones símiles
preveía la obligación de socorrerlo, pero ambos pasan de largo sin detenerse.
Tenían prisa. El sacerdote, tal vez, ha mirado el reloj y ha dicho: "pero,
llegare tarde a la Misa… Debo decir la Misa". Y el otro ha dicho:
"pero, no sé si la Ley me lo permite, porque hay sangre ahí y quedare
impuro…". Van por otro camino y no se acercan. Y aquí la parábola
nos ofrece una primera enseñanza: no es automático que quien frecuenta la
casa de Dios y conoce su misericordia sepa amar al prójimo. ¡No es automático!
Tú
puedes conocer toda la Biblia, tú puedes conocer todas las normas litúrgicas,
tú puedes conocer toda la teología, pero del conocer no es automático el amar: el
amar tiene otro camino, el amor tiene otro camino. Con inteligencia, pero
con algo más… El sacerdote y el levita ven, pero ignoran; miran, pero no
proveen. Ni siquiera existe un verdadero culto si ello no se traduce en
servicio al prójimo.
Ignorar
al sufrimiento es ignorar al mismo Dios
No lo
olvidemos jamás: ante el sufrimiento de tanta gente agotada por el hambre, por
la violencia y la injusticia, no podemos permanecer como espectadores. ¡Ignorar
el sufrimiento del hombre, ¿qué cosa significa? Significa ignorar a
Dios! Si yo no me acerco a aquel hombre, a aquella mujer, a aquel niño, a aquel
anciano o aquella anciana que sufre, no me acerco a Dios.
Sentir
verdadera compasión
Pero,
vayamos al centro de la parábola: el samaritano, es decir, aquel despreciado,
aquel sobre quien nadie habría apostado nada, y que de todos modos también él
tenía sus deberes y sus cosas por hacer, cuando vio al hombre herido, no pasó
de largo como los otros dos, que estaban relacionados con el Templo, sino «lo
vio y se conmovió» Así dice el Evangelio: "Tuvo compasión",
es decir, ¡el corazón, las vísceras, se han conmovido! Esta ahí la diferencia.
Los otros dos "vieron", pero sus corazones permanecieron cerrados,
fríos. En cambio, el corazón del samaritano era sintonizado con el corazón de
Dios. De hecho, la "compasión" es una característica esencial
de la misericordia de Dios. Dios tiene compasión de nosotros. ¿Qué cosa
quiere decir? Sufre con nosotros, nuestros sufrimientos Él lo siente.
Compasión:
“compartir con”. El verbo indica que las vísceras se mueven y tiemblan a la
vista del mal del hombre. Y en los gestos y en las acciones del buen samaritano
reconocemos el actuar misericordioso de Dios en toda la historia de la
salvación. Es la misma compasión con la cual el Señor viene a encontrar a cada
uno de nosotros:
Dios
jamás nos abandona
Dios no
nos ignora, conoce nuestros dolores, sabe cuánta necesidad tenemos de ayuda y
consolación. Esta cerca y no nos abandona jamás. Pero podemos, cada uno de
nosotros, hacernos la pregunta y responder en el corazón: “¿Yo lo creo? ¿Yo
creo que el Señor tiene compasión de mí, así como soy, pecador, con tantos
problemas y tantas cosas?”. Pensar en esto y la respuesta es: “¡Sí!”. Pero, cada
uno debe mirar en el corazón si tiene la fe en esta compasión de Dios, de
Dios bueno que se acerca, nos cura, nos acaricia. Y si nosotros lo rechazamos,
Él espera: ¡es paciente! Siempre junto a nosotros.
El
amor no es un sentimiento vago
El
samaritano se comporta con verdadera misericordia: venda las heridas de aquel
hombre, lo lleva a un albergue, lo cuida personalmente, provee a su asistencia.
Todo esto nos enseña que la compasión, el amor, no es un sentimiento
vago, sino significa cuidar al otro hasta pagar personalmente. Significa comprometerse
cumpliendo todos los pasos necesarios para “acercarse” al otro hasta
identificarse con él: «amaras a tu prójimo como a ti mismo». Este es el
mandamiento del Señor.
Concluida
la parábola, Jesús devuelve la pregunta al doctor de la Ley y le pide:
"¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado
por los ladrones?". La respuesta es finalmente inequivocable: "El que
tuvo compasión de él".
Sufrir
con el otro
Al
inicio de la parábola para el sacerdote y el levita, el prójimo era el
moribundo; al final el prójimo es el samaritano que se ha hecho cercano. Jesús
cambia la prospectiva: no clasificar a los demás para ver quién es el prójimo y
quién no lo es. Tú puedes hacerte prójimo de quien se encuentra en la
necesidad, y lo serás si en tu corazón tienes compasión, es decir, tienes esa
capacidad de sufrir con el otro.
¡Esta
parábola es un estupendo regalo para todos nosotros, y también un compromiso! A
cada uno de nosotros Jesús repite lo que le dijo al doctor de la Ley: "Ve,
y procede tú de la misma manera"
Estamos
todos llamados a recorrer el mismo camino del buen samaritano, que es la figura
de Cristo: Jesús se inclinó hacia nosotros, se ha hecho nuestro siervo, y así
nos ha salvado, para que también nosotros podamos amarnos como Él nos ha amado,
del mismo modo. ¡Gracias!
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