Por Marco Negrón
Finalizando la década de
1960 V. L. Urquidi, un pensador mexicano altamente valorado en toda la región,
afirmaba que la dinámica de las sociedades latinoamericanas conducía a la
formación de la no-ciudad, grandes concentraciones de población con altos
índices de desempleo y subempleo, desprovistas de los servicios y equipamientos
básicos característicos de las ciudades de los países avanzados.
Afortunadamente los hechos
han terminado refutándolo. En las últimas décadas un número creciente de esas
ciudades ha concretado transformaciones urbanísticas, sociales y económicas que
les han valido reconocimiento mundial, inscribiéndose en una lógica de progreso
que no parece tener vuelta atrás.
Lamentablemente Caracas, que
entonces parecía la ciudad latinoamericana menos expuesta a ese riesgo, hoy se
cuenta entre las de peor desempeño. Aunque su crecimiento fue relativamente
tardío, ella conoció una rápida modernización en la cual, entre muchas otras
notables arquitecturas, destaca la admirable Ciudad Universitaria; alrededor de
los viejos pero estupendos museos de Ciencias y de Bellas Artes se formó un
poderoso núcleo cultural que incluyó la ampliación de este último, el Ateneo de
Caracas, el Complejo Cultural Teresa Carreño y el Museo de Arte Contemporáneo
de Caracas Sofía Imber; el Banco Obrero, después Instituto Nacional de la
Vivienda, exploró las alternativas más avanzadas en el terreno de la vivienda de
interés social, consagrándose como un referente ineludible en la región. Desde
1960 la ciudad se había dotado de una Oficina Metropolitana de Planeamiento
Urbano de alta solvencia profesional que contribuyó con estudios fundamentales
para entenderla.
Un impacto muy profundo y
perdurable lo produjo el Metro, el modernísimo sistema de transporte
subterráneo que no sólo revolucionó el modo de transportarse de los caraqueños
sino que también potenció los espacios públicos de la ciudad y, siguiendo la
tradición inaugurada por C. R. Villanueva en la década de 1940 con El Silencio,
incorporando a ellos obras de arte de la gran calidad.
Desde luego, la actual
crisis de la ciudad no puede disociarse de la profunda crisis económica del
país, iniciada comenzando la década de 1980 con una sostenida caída del PIB que
persiste hasta hoy pese a los prolongados períodos de altos precios del
petróleo. Pero lo decisivo ha sido la persistencia por más de tres lustros de
un régimen cuartelario, rabiosamente centralista, que ha hecho de todo para
esterilizar los poderes regionales y locales e insiste en reducir a cenizas los
mayores logros de la república civil.
Esas políticas han sido
particularmente perversas con Caracas, asumiendo formas extremas en las leyes
promulgadas en 2009 para reducir a su mínima expresión los recursos y
competencias de una Alcaldía Metropolitana que pocos meses antes habían
conquistado las fuerzas democráticas con la victoria de Antonio Ledezma. Pero
como eso no bastó para anularla y Ledezma volvió a ganar las elecciones de
2013, la impotencia del régimen desembocó en su arresto ilegal, permaneciendo
todavía injustificadamente detenido: innecesario explicar las funestas
consecuencias de estas acciones sobre el gobierno de la ya maltratada ciudad.
No puede sorprender entonces
que la promisoria Caracas de ayer, la que atraía migrantes de todo el mundo,
sea ahora la que amenaza con convertirse en la no-ciudad, con niveles de
deterioro que superan las hipótesis más pesimistas. La causa principal no es la
económica, sino el enquistamiento en el poder de una extraña oligarquía, mezcla
letal de primitivismo cultural, incompetencia profesional y corrupción. No se
ha llegado al colapso gracias a las fortalezas acumuladas durante los años de
la república civil que, en medio del deslave físico y el derrumbe moral,
mantienen vivos proyectos de futuro que florecerán con el renacimiento
democrático.
03-05-16
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