MIGUEL BAHACHILLE 09 de enero de 2017
El
caudillismo instaurado al inicio del siglo XIX y expandido entre 1847 y 1858,
si bien había desaparecido como expresión social a manera de aquella época, no
se ha desarticulado de la psiquis de algunos chavistas que aún lo veneran como
ente idóneo para manejar el Estado. José Gil Fortoul (1861-1943) atribuía el
hecho a las intrincadas y desprotegidas condiciones geográficas características
de la población que recurría al resguardo de un tutor con algún grado de
“autoridad”. El escritor, abogado, político y diplomático, Carlos Irazábal (1907-1991),
señala que esa realidad se ubicaba en la tradición automatista de las
provincias lo que impedía establecer un poder capaz de controlarlas desde el
centro.
Las
dictaduras fueron consideradas durante algún tiempo como necesarias para
restituir el orden social perdido y acabar con la anarquía disgregativa; que
era el único camino seguro para garantizar el progreso y la ruta hacia la
libertad. “El tirano honrado, el gendarme necesario, el César democrático, el
jefe civil con bigotes”, eran expresiones que suponían un perfil de autoridad
idóneo para refrendar el orden y la concordia. Es inexplicable que hoy, en
pleno siglo XXI, el régimen siga privilegiando la figura del caudillo a
sabiendas de los daños ostensibles que ocasiona al recusar de los beneficios de
la descentralización mientras la corrupción centralizada se incrementa.
Hoy
pretende instaurarse en Venezuela una especie de caudillaje que según todas las
encuestas es rechazado por el pueblo. Nunca como ahora ha habido tantos
gobiernos democráticos en la región. Los presidentes de Argentina, Bolivia,
Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras,
Méjico, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay,
elegidos democráticamente por voluntad popular, no rebuscan inventos como
socialismo para preservase en el poder.
Como
si fuera poco, los fiascos del régimen, que son muchos, pretenden reproducirse
a través de los múltiples medios oficiales como éxitos aunque el hambre se deje
ver en cualquier calle del país. Es importante que “toda la evidencia esté en
orden” para justificar el desatino gubernativo. Sin embargo las etéreas reglas
de evasión que buscan aturdir al colectivo, han fracasado. La naturaleza del
venezolano es en el fondo liberal aunque a veces se dé aires de revolucionario.
Ahora han surgido individualidades, quijotes o banderías, vinculadas a las
cúpulas del poder con ofertas trastornadas y que para defendernos de la amenaza
que representa el simbolismo ininteligible llamado progreso capitalista.
Abstraídos
o no, la gente ya no privilegia la figura del autócrata; por el contrario, la
rechaza. La cree menos idónea y expedita para resolver sus conflictos. Una de
las mentes más lúcidas del siglo XX, el escritor, profesor universitario y
crítico literario venezolano Mariano Picón Salas (1901-1965), calificó la
sentencia criolla jefe es jefe como violenta y fatalista para referirse no sólo
a caudillos y caciques, también a algunos intelectuales. Esa trágica cita que
retrataba la confusión y el atraso cultural de la masa desmantelada y sin avíos
para entender un futuro limpio, no contaminado, ya no tiene cabida en plena era
cibernética; tampoco el efugio de magos que vengan a sustituir a todo los
demás.
Los
voceros gubernativos están obligados a entender de una buena vez que sus
repetidos gritos con intervalos regulares no constituyen signo de que hayan
logrado penetrar la masa. Por el contrario cuando se hacen violentos desgarran
el propósito de su intención. El gobierno está obligado a oír y procesar las
quejas del pueblo. Decía el Rey Faisal de Arabia Saudita que Dios le había dado
al hombre dos orejas y una boca; por lo tanto debe hablar la mitad de lo que
escucha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico