Editorial ANALÍTICA
Es increíble que siendo
Venezuela el único país de América Latina en el que se ha podido lograr un
acuerdo de todos los partidos políticos opositores para enfrentar y vencer al
régimen, y arrebatarle el control de la Asamblea Nacional, algunos quieran
ahora destruir a la oposición con críticas acervas por no haber también logrado
sacar al presidente Maduro del gobierno.
El hecho mismo que exista un
mecanismo que agrupe a todos los partidos es un logro de proporción mayor en la
vida política de nuestra región, y nos atreveríamos a decir del mundo en
general.
Que esta organización pueda
haber cometido errores, que no sea perfecta y que se tarde mucho en tomar
decisiones, eso lo sabemos, pero hay que concientizar que es integrada por más
de 27 organizaciones políticas heterogéneas y las decisiones se toman, como lo
exige la democracia, por acuerdos o consenso.
Hay que solo imaginar dónde
estaríamos los venezolanos que no están de acuerdo con el actual Gobierno si no
existiera un mecanismo de coordinación política que exprese el malestar y las
preocupaciones que tenemos la mayoría de los venezolanos frente a la deriva
autoritaria o inclusive totalitaria que ha venido asumiendo el régimen.
Es obvio que el principal
interesado en desmantelar a la MUD y a los partidos políticos es el propio
Gobierno porque, nos gusten o no, son una piedra en los zapatos -o botas- de
quienes pretenden convertir a nuestro país es una nueva Cuba.
Por eso, más que criticar, que
achacarle culpas y pretender sustituir a la MUD por una entelequia intelectual,
hay que reforzarla, orientarla y convertirla en nuestra principal palanca para
el cambio.
Pérez Jiménez, en 1953,
suprimió a AD como partido y el país se unió detrás de la tarjeta amarilla de
URD para infligirle una derrota electoral, que forzó al régimen de entonces de
terminar de quitarse la careta y convertirse en lo que fue hasta su caída: una
dictadura militar.
Ahora, el régimen pretende
hacer lo mismo poniendo condiciones prácticamente imposibles de cumplir en el
lapso y con las pocas máquinas para que los partidos políticos se relegitimen .
¿Qué nos quedaría, entonces,
para votar? La tarjeta de la Unidad. A menos que se inventen otra argucia
leguleyera para también excluirla. Hacer esto último requerirá que el TSJ
cometa otro fraude legal y, entonces, al igual que en 1953, estaríamos, sin
atenuantes, en una nueva dictadura militar.
10-02-17
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