Por Alonso Moleiro
Por estos días, cada vez que
algún parte emanado de la MUD se encarga de documentar “la dificultad de
armonizar propósitos y enfoques” que confronta los factores de la coalición,
muchos pensamientos, intercalados con suspiros e interrogantes, terminan
gravitando en torno a Henri Falcón. Lo que de verdad quiere, y lo que de verdad
le interesa, al actual Gobernador del Estado Lara.
Habiendo sido durante un
tiempo una figura del chavismo, y un mandatario regional exitoso, Falcón se ha
desplazado con enorme cuidado para no dejar sumar adeptos sin perder su
capital-semilla inicial. Al comienzo, la navegación pudo hacerse con mucho
éxito.
Falcón ha medido sus
palabras para construir realidades con habilidad, sin producir antagonismos,
procurando que hable su gestión. Siempre ha tenido claro que, detrás de la
polarización, subyace una sociedad sedienta de acuerdos para solucionar
problemas concretos.
Sobre esa delicada suma de
contrapesos ha podido avanzar Falcón, el más moderado de todos los opositores,
antes el más moderado de los chavistas, orbitando en torno al centro político,
lidiando con las voces capciosas, construyendo un escenario en el cual ya se ha
convertido en una importante referencia nacional. Y en última instancia, aún
con las dudas, Falcón y su partido, Avanzada Progresista, siempre terminan
fotografiados dentro de los confines de la MUD.
Por estos meses, sin embargo,
la estrategia de Falcón parece perder la brújula. El exceso de salvedades de su
mensaje tiende a producir confusión. No logra desprenderse Falcón de un extraño
ánimo palaciego cada vez que la crisis nacional se desborda. Como a muchos
dirigentes que pertenecieron a la órbita bolivariana, Falcón luce demasiado
pendiente de lo que los chavistas puedan opinar de él. Sin darse cuenta, Falcón
le quiere proponer al chavismo una especie de opositor “bueno”: uno que sí es
de izquierda, políticamente correcto.
La estrategia de Falcón se
puede extraviar porque no atiende una realidad nueva: en Venezuela ya no hay
polarización política. Con todo su poder y su organización, los chavistas se
han erosionado terriblemente, y su influencia social no es, ni en 100 años, la
que tenían en un año como 2012.
Pienso que Falcón tiene todo
el derecho del mundo a ocupar el lado “blando” de la Mesa y opino que lo hace
sinceramente. A diferencia de otros, en lo que a él respecta, no temo un salto
de talanquera. Falcón es un dirigente con una identidad política reformista,
que es muy notoria, y unos seguidores que no son nada chavistas.
Henri debe olvidarse un poco
del equilibrio como doctrina. Es incorrecto suponer que, al juntar los méritos
opositores con alguna virtud chavista que pueda quedar, emergerá el venezolano
perfecto. No debemos enfermarnos de “transicionismo” El país está a las puertas
de un nuevo período histórico. Está etapa será superada, y para sobrevivir
políticamente en el futuro puede que sea muy importante la nitidez y la firmeza
en la crisis de hoy.
12-02-17
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