Por Roberto Patiño
La crisis alimentaria ya no es
indiferente a ninguno de los venezolanos y nos afecta a todos en lo más
profundo. El informe al respecto de Caritas, la organización católica
internacional, con larga experiencia en la realización de estudios sobre la
pobreza, publicaba la semana pasada lo que a ojos vista se vive en el país:
personas que se ven forzadas a “comer en la calle”, el terrible eufemismo para
hablar de la búsqueda, en contenedores de basura en supermercados y
restaurantes, para encontrar algún tipo de alimento. El aumento de casos de
desnutrición y enfermedades relacionadas. La orientación a la dependencia del
Estado y el escaso alcance para atender la magnitud de la emergencia de la
iniciativa gubernamental CLAPs .
Las consecuencias de esta
crisis se presentan en diferentes formas. Unas descarnadas y terribles: los
micro-saqueos y los crímenes por hambre, cuyo exponente más dantesco se vio en
un sonado caso hace unos días: un hombre asesinó a su hermano por negarle un
trozo de pan con mantequilla, comida que la víctima reservaba para alimentar a
sus hijos.
Otras expresiones muestran lo
mejor de nosotros, nuestra fibra más humana, que es sacudida frente a los
padecimientos que vemos en nuestros familiares, amigos y vecinos, y nos lleva a
actuar positivamente para transformar la situación: las iniciativas
particulares, espontáneas, que se han producido en los últimos meses en las que
personas dan comida a los venezolanos en situación de riesgo en calles,
hospitales públicos y sectores de la ciudad.
Lo hemos vivido personalmente,
con el apoyo continuo (en insumos, fondos y voluntariado) recibido con el plan
de Alimenta la Solidaridad. En días recientes, a la salida de un programa
radial donde informábamos al respecto, recibimos la llamada de un señor que se
comunicaba desde el estado Lara. Conmovido, nos decía que donaba parte de su
pensión porque sencillamente él aún podía conseguir alimentos para mantenerse y
“no podía vivir” sabiendo que los niños pasaban hambre.
No puede negarse la
responsabilidad de Gobierno y Estado en la crisis. El régimen madurista no ha
establecido puentes y ni se ha articulado en redes con otros sectores del país
para abordar la situación. Muy por el contrario, ha negado sistemáticamente el
reconocimiento del problema, culpado a innumerables enemigos internos y
externos e impulsado iniciativas sectarias e ineficientes como los CLAPs. Ha
aprovechado el problema que él mismo ha creado, escudándose en un falso
discurso de atención a los pobres y lucha contra el acaparamiento. Poniendo en
función mecanismos para controlar y someter a los venezolanos como el Carnet de
la Patria, humilla y juega inmoralmente con las necesidades de las personas,
amenazando con dejar sin alimentos, prestaciones sociales y opciones de
vivienda a quienes no se inscriban en ella.
¿Cómo sobreviviremos a la
crisis?
El régimen madurista apuesta a
lo peor del ser humano, a explotar descarada e indignantemente los problemas. A
la normalización del empobrecimiento, el hambre y la violencia para continuar
un proceso de afianzamiento de su Estado dictatorial.
Para nosotros existe la
certeza de que hay que reconocer los problemas y actuar en la organización y
articulación de las personas. En apelar a lo mejor de nosotros para reconstruir
la convivencia y generar cambios (sociales, económicos y políticos) para
transformar la realidad.
Esto lo ha experimentado el
mismo Nicolás Maduro en carne propia. Hace unos días en el programa “En
Contacto con Maduro”, la estudiante de 16 años DulbiTabarquino, solicitó
ayuda para su liceo y evidenció la terrible situación que se vive en muchas
escuelas del país, donde los alumnos se desmayan en las aulas por no haber
comido, y los programas de comedores escolares, de grandísima importancia para
las familias, han sido abandonados por el Gobierno. Dulbi también dio una
lección de liderazgo y valentía. Hizo un reclamo respetuoso y articulado. Y no
individual, sino en nombre de sus compañeros, su colegio, el Benito Canónico, y
su comunidad.
Las respuestas que dio Nicolás
Maduro a sus solicitudes, fueron vacíos llamados a la manifestación y torpes
afirmaciones de desconocimiento, que evidenciaron las bases de
irresponsabilidad y de mentira que cimientan su supuesta autoridad.
¿Cómo sobreviviremos a la
crisis? Como Dulbi, una muchacha que a sus 16 años apenas termina el
bachillerato y tiene el valor, la responsabilidad y el sentido de
oportunidad de reclamar al presidente la ayuda y atención que el Estado debe al
grave problema que afecta a su comunidad. Una muchacha que es la voz de un
grupo unido, que se manifiesta y articula en función de sus necesidades
comunes.
¿Cómo sobreviviremos a la
crisis? Sin ser indiferentes. No solo frente a la situación y los padecimientos
de los demás, sino también frente al reconocimiento del valor que tienen nuestros
actos para transformar esta dura realidad que estamos viviendo.
Coordinador de Movimiento Mi
Convive
Miembro de Primero Justicia
13-02-17
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