Por Simón García
Una estrategia para tramitar
los problemas del país debe englobar y trascender, la fundamental, pero
insuficiente lucha de poder entre el gobierno y la oposición. Señal de esta
necesidad es la conformación de un tercer polo, relativamente mayoritario, que
percibe como inútil la polarización fundada en falsos dilemas.
Existen muchas
individualidades dispuestas a aportar enfoques serios, innovadores y realistas
sobre las crisis concurrentes que pudieran conectar a las dos orillas y alentar
ensayos prácticos de convivencia. Ya hay, en varias ciudades, grupos actuando
en esa dirección y cuya reflexión añade temáticas y nuevas perspectivas a la
agenda pública..
Para que esas visiones no
convencionales irrumpan, es necesario que su incipiente vocería brote desde
distintas instancias de la sociedad civil y puedan reconocerse como valores
agregados a las tendencias hacia una transición. Por lo pronto, están
encontrando su identidad en una conversación libre de prejuicios.
Esa conversación, respetuosa
de la dignidad del otro, es un semillero de ideas convergentes. Hablar es
también hacer, es ocuparse activamente de algo que puede conducirnos a
prácticas extraordinarias. ¿Hay tema de conversación más estimulante que pensar
en qué podemos hacer personalmente para impedir que las diversas crisis sigan
masacrándonos?
Ante las evidencias de que los
factores que más contribuyen a incrementar la crisis no tienen propósito de
rectificación y que quienes aspiran a una renovación democrática y al rediseño
de una economía exitosa carecen de medios para llevarlos a cabo, hay que buscar
políticas alternativas, efectivas para lograr cambios a través de acciones
diferentes al choque frontal.
¿Quiénes asumirán la
reinvención del discurso sobre el país? La pregunta muestra la clase de
desafíos culturales con los que hay que bregar para hacer más fecundo,
sostenible y justo el nuevo ciclo histórico cuya apertura, en algún momento,
comenzará a hacerse visible para todos.
Un signo de su advenimiento
será la declinación, en la conciencia social, de la cultura populista
petrolera. Otro, el desarrollo de inteligencia estratégica en y entre las
élites políticas, económicas, científicas, culturales y mediáticas.
Pero antes, el dibujo de una
esperanza creíble de país debe ir hasta donde los partidos no llegan y
sembrarse en los pequeños lugares de la cotidianidad para crear la masa crítica
de una insurgencia de ideas desde cadenas de conversaciones a la vista de
todos. Es decir, un alzamiento cultural, un desafío a la inercia y a los
esquemas anacrónicos, una conspiración cívica y pacífica por la democracia.
A medida que se reduzcan los
derechos de los partidos y las libertades de los ciudadanos, habrá que
atreverse a conversar para puntear ese dibujo.
11-02-17
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