Por Federico Vega
Decía mi tío Leopoldo, cuando
le preguntaban cuántos años tenía, que no lo sabía ni quería saberlo.
—Solo sé cuántos años ya no
tengo —agregaba—, de los que tengo por vivir no me atrevo a hacer estimaciones.
Mientras más vivimos más
relativo se nos va haciendo el tiempo. Hay veces que parece un soplo, otras un
huracán. A veces se pone lento, pesado, y parece arrastrarse detrás de nosotros.
Al día siguiente nos pasa por encima y sigue de largo tan campante.
El tiempo debería ser lo que
hacemos con él y no tanto lo que el tiempo hace con nosotros. Una buena medida
son las obras que realizamos con placer, el amor que compartimos con los demás,
las buenas conversaciones, mejor si ocurren mientras caminamos por la ciudad
que nos vio nacer. Ese es el tiempo con el que debemos cumplir, el verdadero
cumpleaños. A la vida no se viene a gozar ni a sufrir, pues pareciera que esas
metas no están en nuestras manos; venimos al mundo a ser generosos con lo
vivido y por vivir.
El único cumpleaños que me
trajo cambios importantes fue el de los 18. A partir de ese día podía votar y
manejar. Cincuenta años después me sigue entusiasmando ese voto secreto que por
un instante me hace creer que de mi dependiera el destino de Venezuela, pero
ahora me niegan con crueles truculencias esa oportunidad. Manejar ya no me
gusta tanto, pero esta ciudad me lo exige.
Más que celebrar los 450 años
de Caracas deberíamos prepararnos para sus 500. Yo no estaré en esa fiesta,
pero, bajo las elusivas leyes de la relatividad del tiempo, cinco décadas no
son nada para una ciudad. Recuerdo como si fuera pasado mañana el terremoto del
67 y las fastuosas celebraciones del cuatricentenario.
¿Por qué 500 años son para
Caracas tan importantes como para a un joven sus 18? Sucede que las
ciudades, como el ave Fénix, tienen el derecho y el deber de renacer, al menos,
cada cinco siglos.
El pájaro Fénix tiene el mismo
plumaje rojo, anaranjado y amarillo incandescente de las guacamayas que surcan
las tardes caraqueñas, también el fuerte pico y las mismas garras. Cada 500
años lo consume el fuego y luego resurge de sus cenizas con todos sus dones,
como el de llorar lágrimas curativas. Ya lo decían los budistas: “el dolor y el
sufrimiento son nuestros maestros”.
Cuentan que la guacamaya Fénix
vivió en el Jardín de El Paraíso hasta el día que Adán y Eva fueron expulsados.
Esa tarde de cambios irreversibles vino un ángel a desterrarlos y de su espada ardiente
surgió una chispa que incendió al inocente pájaro en su nido. Por haber sido la
única criatura que se había negado a probar la fruta del bien y del mal, Dios
le concedió la capacidad de renacer de sus propias cenizas, convirtiéndose en
un símbolo de purificación e inmortalidad.
Cuando siente que le ha
llegado la hora de morir, el pájaro Fénix hace un nido con hierbas aromáticas y
al tercer día comienza a arder. Una vez que se queman sus carnes totalmente,
sus huesos son transportados a un lugar llamado la “Ciudad del Sol” y allí son
depositados en un altar. Entonces los sacerdotes examinan esos registros del
pasado y descubren qué le estaba sucediendo a Fénix cuando cumplió los
quinientos años. Esto explica que el ave renazca cada vez más sabía y con
renovadas ganas de ser feliz y próspera.
¿Qué conclusiones podemos
sacar al estudiar los huesos de nuestra ardiente Caracas? ¿Qué propuestas
podemos hacer para hacerla más dueña de su futuro y liberarla de las condenas
que le imponemos? ¿Cuándo y cómo aprenderá a diferenciar el mal del bien? ¿Cuál
es la carne que está en el asador? ¿Cuáles son esas vértebras y costillas que
han de prevalecer?
Quisiera desarrollar una serie
de nueve temas sobre los dictados del pasado que reclaman un futuro. Iban a ser
diez pero le temo a todo lo que sepa a mandamiento. Tampoco pretendo ser
exhaustivo. Habrá otras exploraciones que también apuntan hacia lo más
importante o urgente. Solo puedo asegurar que estas nueve posibilidades me
atraen y entusiasman. Tienen diferente escala y propósito. Unas son más
teóricas y se darán a largo plazo, otras tratan sobre propuestas más
pragmáticas que podrían iniciarse hoy mismo, o que han sido perversamente
postergadas.
Me atrevo a enumerar estas
ideas y presentarlas brevemente con la esperanza de que Prodavinci me obligue a
desarrollarlas en próximas entregas. Hay tiempo hasta el año 451.
Soñar con los 500 años de
Caracas me ayudará a olvidar este año 450, tan terrible, tan estancado, tan
henchido de una aparente irreversibilidad. Ya lo decía Marcel Proust:
No hay más paraísos que los
perdidos.
Sobre la vivienda
Bloques de la Misión Vivienda
sobre la avenida Libertador
La vivienda debe ser creadora
de ciudad, no su substituto o su negación.
El Estado debe propiciar y
organizar óptimas condiciones legales, urbanas y financieras, y los privados
construir en esa trama sometiéndose, en definitiva, al juicio de los usuarios.
El Estado no está llamado a adjudicar las viviendas, sino los ciudadanos a
adquirirlas en condiciones justas y, por consiguiente, a cuidarlas como
algo propio y ganado con su esfuerzo.
Una vivienda sin ciudad nos va
convirtiendo en náufragos. El punto de partida y la meta no puede ser lograr
una cantidad de viviendas cuyo valor será nulo si lejos de crear una mejor ciudad
la degradan y empobrecen.
Aristóteles nos ofrece una
referencia, o quizás un imperativo: “Por naturaleza, la ciudad es anterior a la
casa y a cada uno de nosotros, ya que el conjunto es necesariamente anterior a
la parte.”
Hay otro párrafo del mismo
filósofo que debe orientar estas relaciones entre la parte y el todo: “La
ciudad tiene su origen en la urgencia del vivir, pero subsiste para el vivir
bien”.
Boulevard Libertador
Avenida Libertador
La Libertador debe pasar de
ser una avenida que hunde automóviles a un boulevard que libere
ciudadanos. Hace falta generar contextos que dignifiquen los elementos, y
no elementos que destruyan a su contexto.
Un ejemplo de la obsesión
política por el número de viviendas olvidando el compromiso de hacer una ciudad
más digna se ha dado a lo largo de esta avenida, al insertar torres de vivienda
que no ofrecen más que cajas de celdas para habitar, sin ofrecer nada a la
calle en sus plantas bajas. Se dio un gran paso cuando se dejó de edificar en
los márgenes de la ciudad, pero la falta de una conciencia urbana ha generado
una marginalización de la trama existente en el centro.
La avenida Libertador es hoy
una larga fosa que divide la ciudad como una herida, convirtiendo una hendidura
de kilómetros en uno de los recorridos más tristes de Caracas, solo animado por
la transexualidad. Conquistar ese hundimiento cubriéndolo con un gran bulevar
arbolado generará un contexto ideal para renovar la avenida con viviendas, comercios
y espacios públicos.
En Boston se logró algo
similar, con el costoso agravante de que debieron empezar por hundir una
autopista y luego cubrirla. Aquí ya nos hicieron el hueco.
El Parque La Carlota
Solución ganadora al concurso
Parque La Carlota, realizada por Manuel Delgado, Jorge Pérez Jaramillo y la
oficina Opus Estudio, radicada en Medellín
Caracas necesita que le
cumplan la mejor de sus promesas.
Por alguna perversa ley de
compensación, ocurre con absurda frecuencia que los espacios que pueden
ofrecernos la mayor felicidad y dicha sean sometidos a los mayores absurdos y
desidias.
Así ocurre con el actual
aeropuerto de La Carlota, llamado a ser el más bello y accesible parque de
Caracas y una gran plaza donde la ciudad celebre su magnífica naturaleza
y geografía. De contemplar viene la palabra templo.
Esa promesa es hoy el gran
corral de Caracas, el patio trasero de la casa donde se acumula lo que sobra o
nadie sabe donde colocar. Allí se da la negación de lo civil, que es el reino
de lo militar.
El concurso para diseñar un
parque ha sido una de las convocatorias a nuestros arquitectos y urbanistas más
amplias, democráticas y fructíferas. Los resultados plantearon una visión
creadora de la ciudad y entregaron una ofrenda grandiosa y vinculante a los
caraqueños.
Estas posibilidades fueron
saboteadas con un centro ferial inexistente y un puente, el más abigarrado de
todas las autopistas de Caracas. En esa estructura para tanques de guerra se ha
gastado más que lo se requería para todo el parque. Y nadie lo cruza ni tendrá
sentido hacerlo mientras la Carlota permanezca yerma y militarizada.
Legislación urbana
Frontera entre La Urbina y el
barrio José Feliz Rivas
Caracas necesita revisar y
actualizar la mejor de sus tradiciones, la más universal y clásica.
El Imperio español realizó una
de las gestas pobladoras más eficientes y permanentes en la historia de la
humanidad. Me atrevo a decir que fundó más pueblos y ciudades que el Imperio
Romano.
De los centros urbanos de
nuestro país solo un 6% han sido fundados después de la Independencia.
Pareciera que hemos perdido el arte de hacer ciudades al punto que el Estado
hoy se concentra solo en hacer viviendas. Y las hace mal.
Las Leyes de Indias, con su
propuesta de dameros y plazas, guiaron por más de tres siglos la estructura de
nuestras ciudades. A mediados del siglo XX se impuso una normativa de
inspiración anglosajona basada en porcentajes de ubicación y construcción,
separación de funciones y el aislamiento de las edificaciones. Fue la muerte
del urbanismo y el nacimiento de las urbanizaciones y otros aislados
desarrollos. Pasamos de una trama ordenadora a una red disgregadora.
Los pobladores, al haber
perdido la tradición que los congregaba, se irían marginando. Los más ricos en
sus torres aisladas, los más pobres en una red sin trama ni espacios públicos
estancada en una eterna provisionalidad. Esta es hoy la imagen fundamental de
nuestra ciudad y uno de sus problemas esenciales.
Un sistema de plazas
Plaza Los Palos Grandes, diseño
de Edwin Otero
Lo que es bueno y posible debe
repetirse con justicia.
Después de décadas en las que
las plazas, lejos de nacer, morían, la alcaldía de Chacao logró hacer en Los
Palos Grandes una nueva plaza que resultó ser hermosa, amada por sus vecinos y
admirada por todos los caraqueños. Este ejemplo de espacios privados
convertidos en públicos puede y debe reproducirse a lo largo de toda Caracas.
Estableciendo una distancia
similar a la que existe entre la plaza Los Palos Grandes y la plaza Altamira
podríamos ir creando un sistema de remansos y encuentros que vaya tejiendo a la
ciudad, dándole centro e identidad a sus partes.
Las plazas no deben ser hechos
aislados sino un bordado de episodios que le de sentido y vida a la trama. Tan
importante como estar en una plaza es desearla, presentirla, vislumbrarla,
caminar hacia ella.
Un paseo desde Petare hasta
Catia
Caminante no hay camino, el
camino se hace al andar por la ciudad.
En el 2067 el caminante será
el gran protagonista de la ciudad y, ya no más, el automóvil. Para lograr esta
meta necesitamos de un sistema con una columna vertebral de la cual vayan
surgiendo ramificaciones y alternativas.
Tenemos la fortuna de ya
contar con gran parte de este gran eje. De la plaza Sucre en el casco colonial
de Petare bajamos a la Francisco de Miranda, que tendrá aceras aún más
esplendidas que las diseñadas para la alcaldía de Chacao por Carlos Agell. Hay
que aprovechar que Caracas te regala el verde y poblar este paseo con árboles.
Caminando siempre hacia el oeste pasamos al lado del Parque del Este, que nos
ofrecerá algo más que una cerca de alambre, y del parque de La Estancia, que
aportará mucho más que su muro ciego y mezquino. Así llegamos a la plaza
Altamira y continuamos hasta el final de la Miranda. En la plaza Luis Brión se
inicia el boulevard Sabana Grande, luego la Gran Avenida y ya estamos en la
plaza Venezuela, centro geográfico de la ciudad y la mitad de nuestra jornada.
Comienza entonces el Parque Los Caobos, y por entre los Museos de Ciencias y de
Bellas Artes llegamos al Parque Vargas. Lo recorremos hasta a la plaza
Diego Ibarra, y a través del Centro Simón Bolívar pasamos a la plaza Caracas.
Desde allí vemos a la plaza O’Leary de El Silencio y el parque El Calvario, el
más romántico de Caracas. Ya solo falta crear un paseo a lo largo de la
avenida Sucre para llegar al parque del Oeste y culminar en el boulevard de
Catia, donde podemos desayunar en el mercado, pues esta excursión urbana es
para tempraneros.
Según Google Maps el recorrido
es de unos 19 kilómetros y nos tomará cuatro horas. Es poco tiempo y longitud
para ser la ruta que nos congregará en el civilizado arte de caminar por una
ciudad. Y no hace falta hacer el recorrido de punta a punta, es suficiente con
saber que existe, que nos aguarda.
La naturaleza
Propuesta de un sistema de
áreas verdes en la solución ganadora del concurso Parque La Carlota
Hay que partir de un acucioso
estudio de la historia de nuestro paisaje y sentar desde él las bases para el
renacimiento de nuestro paraíso, perdido por buscarlo cuando lo teníamos en
nuestras narices.
Nuestra legislación urbana
debe declarar a la naturaleza protagonista principalísima en el diseño de
Caracas. En Túnez una ley establece que ningún edificio será más alto que la palmera
más alta. Hay un hermoso ejemplo de esta política en las avenidas de La Florida
que llevan los nombre de sus árboles: “Los Samanes”, “Los Jabillos”, “Las
Acacias”. Algunos aún prevalecen frente a los edificios que han ido
sustituyendo las antiguas quintas.
Los paisajistas son
considerados los últimos convidados a la fiesta del diseño y están siempre
entre los que llegan después, a veces demasiado tarde. Vienen a cumplir con la
máxima que establece: “los médicos cubren sus errores con tierra, los arquitectos
con hiedra”. El paisajista ha pasado a ser un invitado de relleno, cuando su
verdadera vocación es fundacional.
La esencia de la personalidad
de Caracas está en su naturaleza. Ella es tan bella y omnipresente que nos
adormece. El Ávila, la luz y las brisas nos convierten en alucinados
espectadores de profusos dones. Comprender de una vez por todas que en esta
ciudad el paisaje es el principal escenario le otorgará a nuestra arquitectura
un justo, sereno y clarividente segundo lugar; sólo entonces nuestro
anestesiante esplendor dejará de ser la causa solapada de nuestra miseria
física y espiritual. El paisaje es nuestro principal patrimonio y debe ser
nuestro más fecundo matrimonio. Los paisajistas tienen que plantear las
directrices fundamentales de lo urbano y ser los sumos sacerdotes de esta
ciudad que se abre desde su valle como una invocación a su espléndido cielo.
El Barrio
Dueño de la quebrada y de las
pendientes imposibles constituye una arquitectura más genuina y representativa
de nuestra realidad que aquella a la que circunda. Contiene décadas de
esfuerzos y la sabiduría de la emergencia.
En las crónicas de los
orígenes de Caracas leemos como una ranchería se convirtió en un damero estable
bajo los simples principios de Las Leyes de Indias. En un plano de 1775,
llamado “Plan de la Ciudad de Caracas, con división de sus barrios”,
constatamos que en el origen de Caracas el barrio era la célula fundamental.
¿En que momento pasó a denominar aquello que la ciudad desprecia y abandona a
su suerte? Con el tiempo la excepción se ha ido convirtiendo la regla. Una
simple ley de proporción ha hecho que lo informal sea la imagen más formal.
En su libro De la
cuadrícula al Aleph: perfil histórico y social de Caracas, Francisco
Ferrándiz narra un episodio que revela la distancia que media entre lo que
Lefevbre denominó “representaciones del espacio”, o espacios abstractamente
planificados, y las percepciones y usos de los habitantes de dichos espacios:
“Sin duda, la metáfora más
idónea del fracaso político y urbanístico del dictador Pérez Jiménez puede
encontrarse en el paradójico devenir de una de sus principales intervenciones
en el marco de su plan para controlar los barrios. El gobierno encargó al Banco
Obrero un estudio cuya finalidad era explorar las posibilidades de crear
espacios de vivienda popular de forma masiva para así detener la proliferación
de la ciudad informal en los cerros de Caracas, cuyas laderas alojaban, según
estimaciones de la época, más de 40.000 ranchos en 1950”.
Estos superbloques no
consiguieron solucionar el problema. Aún más dramático ha sido lo que se ha
generado alrededor de si mismos: una exacerbación de lo que se pretendía
resolver.
Medio siglo después aún se
insiste en la misma receta. El Estado no está llamado a hacer viviendas sino a
generar las condiciones para que la ciudad nos permita vivir generosamente,
aportando nuestro esfuerzo y participando en las decisiones.
Estructura urbana
Plano de Caracas (1775)
París tiene sus
veinte arrondissements, New York sus cinco boroughs, Barcelona sus
diez distritos. ¿De qué está formada nuestra ciudad, de urbanizaciones, de
barrios, de sectores, de parroquias, de alcaldías, de municipios, de comunas?
Hasta a la Alcaldía Metropolitana le salió la competencia de otro ente paralelo
e inventado llamado Gobierno del Distrito Capital.
El primer plano que definió
las composición nuestra ciudad es el ya citado “Plan de la Ciudad de
Caracas, con división de sus barrios”. Este dibujo de 1775 nos presenta una
ciudad colonial de unas 256 cuadras formado por las parroquias Altagracia,
Candelaria, San Pablo, Santa Rosalía y Catedral. Cada una con un centro
definido por una plaza y una iglesia. Todas mantienen las mismas proporciones,
funciones y leyes de crecimiento que el resto de la trama. Existe una
continuidad entre las partes, una homogeneidad, una totalidad donde, al mismo
tiempo, el ciudadano encontraba una unidad vecinal donde podía ejercer sus
deberes y derechos con un sentido de pertenencia.
Hoy en día Caracas carece de
una estructura coherente conformada por unidades de escalas semejantes y
adecuadas, pues la actual división en cinco alcaldías presenta discrepancias
enormes. La alcaldía Libertador ocupa 433 kilómetros cuadrados y tiene unos dos
millones de habitantes. La alcaldía de Chacao tiene unos setenta mil
habitantes, un tamaño ideal, y sus límites coinciden con los de la original
parroquia San José de Chacao.
El último plano en ofrecer una
división homogénea y basada en un mismo criterio fue realizado en 1959 por el
presbítero Carlos Rosales, quien trazó los límites de las 68 parroquias
eclesiásticas de la Caracas metropolitana. Esta lógica y tradicional estructura
establecida por la iglesia nos ofrece un importante punto de partida y de
reflexión.
A veces nuestra religión tiene
una idea del espacio urbano más sana que la establecida por la política. Por
algo se autotitula católica, apostólica y romana. Fue capaz de organizar una
ciudad medieval y conducirla a través del renacimiento hasta crear la
extraordinaria Roma del barroco. Algo podemos aprender.
10-02-17
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