Por Teresita Goyeneche
Para Anaomí, profesional en
comercio y funcionaria en Cuba, el mundo se vino abajo el pasado jueves 12
de enero. Durante las últimas semanas, su viaje a Estados
Unidos había sido el tema predilecto de conversación, casi hasta el
hastío. A sus 41 años, la mujer de ojos almendrados y largas uñas rojas, ya
tenía resuelta la venta de su casa, que debía quedar lista una vez tuviera
certeza de que recibiría la visa mexicana, desde donde podría cruzar la
frontera. Pero esta opción quedó sepultada con la suspensión de la política
denominada “Pies Secos, Pies Mojados” que les permitía a los cubanos que
llegaran a suelo estadounidense de manera ilegal tener permiso de trabajo y
ayudas financieras mientras tramitaban su residencia en el país.
La vida de Anaomí no es
precaria dentro del promedio económico cubano. Tiene una casa propia donde vive
con su hijo de 9 años y no padece escasez en sus necesidades básicas. El asunto
es que durante los últimos años ha visto cómo sus amigas más cercanas apostaron
por viajar aprovechando los beneficios de la particular política migratoria, y
si bien ejercen oficios básicos, tienen una mejor remuneración que les permite
acceder al estilo de vida que han soñado. “No quiero pasarme la vida buscando y
contando pollos y huevos, que muchas veces no son suficientes para todo el
mundo”, dijo en alguno de sus discursos monotemáticos, como se presenta en este
relato publicado por la plataforma de periodismo latinoamericano CONNECTAS.
Las medidas del presidente
Barack Obama como epílogo de su mandato, están acordes a los compromisos de
normalización de las relaciones entre ambas naciones. Una de sus grandes
apuestas de política hemisférica. Además de cerrar las puertas bajo la política
de “Pies Secos, Pies Mojados”, también cierra el programa que estimulaba la
migración de los médicos cubanos en condiciones especiales.
Tan sabido era que vendrían
las medidas, que según el Homeland Security Department de Estados Unidos,
durante el último año fiscal más de 41.500 cubanos entraron al país por la
frontera sur, la cifra más alta en los últimos cinco años. Muchos argumentaron
saber que el privilegio pronto se acabaría. De ahí que la sorpresa para los
isleños no fuera la medida, sino lo imprevisto. Cientos, quizás miles,
súbitamente se quedaron en el camino, en la incertidumbre de no tener destino
ni recursos para regresar.
La noticia de la restricción
migratoria rápidamente se propagó en la isla, en parte gracias a los
nuevos puntos de acceso a internet en los parques, que es otra de las medidas
que se ha tomado en el camino de la Normalización. Para sorpresa de un
extranjero, dejaba en muchos casos a su paso más desconsuelo que la que dejó la
muerte de Fidel. Así se vivió en el barrio Miramar en La Habana.
Mientras finalizaba el día,
las nuevas condiciones se fueron esparciendo por las calles como un rumor que
entristeció en diferentes tonos de azul los ánimos de los isleños. Esa noche,
en un concierto en el Tun Tún de La Habana, el trovador Frank Delgado habló del
fin del corazón de la Ley de Ajuste a un público todavía incrédulo, que
esperaba al día siguiente con la esperanza de estar viviendo una pesadilla
liviana. Pero no lo fue.
Para el gobierno cubano las
condiciones migratorias que había era uno de los principales focos de
desestabilización interna. Desde que se implementó esta política en 1995
cientos de miles han migrado a Estados Unidos, muchos de ellos con los altos
niveles de educación. Frenar esa fuga de capital humano es uno de los puntos a
favor que se le concede al Régimen.
El 27 de diciembre de 2016,
mientras el mundo entero se preparaba para recibir el año nuevo, Raúl Castro daba
su último discurso del año frente a la Asamblea Nacional. En el, reconocía el
decrecimiento en el producto interno bruto, y alentaba a los cubanos a superar
los prejuicios creados durante años de adoctrinamiento socialista que crearon
los temores sobre el capital foráneo, que hoy en día han complejizado la
aceleración de la economía a través de la inversión extranjera. Castro señaló:
“no vamos, ni iremos al capitalismo, pero no debemos ponerle trabas a lo que
podemos hacer en el marco de las leyes vigentes”. Para esto necesita que la
gente se quede en la isla. Sin embargo, los locales no lo ven tan fácil como su
líder, pues se preguntan si no es al capitalismo, ¿hacia dónde va Cuba? Y, ¿de
qué se trata el cambio del que todo el mundo habla?
A mediados de enero baja la
temperatura en La Habana. Es la época de los frentes fríos que modifican la
vestimenta de los transeúntes callejeros y complica la salida a conversar en
los balcones de los edificios. Durante una de esas tardes frescas se prepara el
almuerzo en casa del padre de Anaomí – cerdo, congrí, huevos rebosados,
ensalada de pepino, tomate y repollo, y yuca con mojo-. En su departamento
familiar de Nuevo Vedado, un barrio clase media al norte de La Habana, el
patriarca ya retirado, habla con actitud militar expresando su descontento con
las intenciones que tenía su hija.
Aunque reciba una pensión que
no llega a los 25 CUC (menos de 25 dólares), dice tener todo lo que necesita.
“No hay que confundirse. Antes de la revolución había niveles de desigualdad más
intensos que los que tenemos ahora. Mi familia era realmente pobre, pero además
no tenían educación. Lo que pasó con nosotros es que todos pudimos ir a la
universidad, y una vez nos das educación, nos das perspectiva, y esa
perspectiva nos hace querer tener una vida que la situación económica del país
no puede ofrecernos. Por eso muchos se quieren ir, aunque tengan suficiente
para vivir acá”.
Bajo esa mirada, la nueva
medida es un paso hacia adelante en la potenciación y fortalecimiento de la
soberanía política y económica de Cuba, pero al preguntarle a varios cubanos
sobre qué serían capaces de sacrificar para lograr tener la vida que quieren
vivir sin salir de su país, las respuestas fueron diversas y discordantes.
Por un lado, hay quienes dicen
que por mejorar la situación económica del país podrían sacrificar un poco de
la seguridad de la que gozan en la isla de manera ejemplar, o tal vez abrir un
poco la política de salud y educación a un escenario híbrido entre lo público y
lo privado. Todas características bandera y orgullo nacional del gobierno de
Fidel. Para otros es imposible contestar esta pregunta, porque para hacer un
sacrificio las personas deberían ser capaces de decidir su destino y en un país
que vive bajo un régimen totalitario, donde es ilegal hacer manifestaciones
públicas y donde todavía hay censura a la libertad de expresión, lo que se está
negociando, dicen, son los intereses de los mandatarios y no los del pueblo.
Para el emblemático actor
cubano, Jorge Perugorría, famoso por sus roles en “Edipo Rey” y la reciente
estrenada serie “Cuatro Estaciones” de Netflix, basadas en la obra de Leonardo
Padura, no hay nada que sacrificar. Para él, los cubanos han pasado varios años
sacrificando el bienestar individual por el colectivo y este es un momento para
recuperar las libertades individuales que son necesarias para poder aportar a
la sociedad.
Perugorría, locuaz y popular
por donde va, que sigue conservando el espíritu joven de sus primeras
apariciones públicas en los 90, habla sentado en una mesa del bar que lleva el
nombre de la película que lo hizo famoso, “Fresa y Chocolate”, mientras le da
vueltas al anillo en forma de carabela que lleva en el meñique.
“Cuba es diferente, la
aspiración de los cubanos no es llegar a ser igual de los demás. Nosotros no
queremos ser como México, ni como Colombia. Cuba tiene que cambiar –
especialmente en su modelo económico- y lo está haciendo lentamente, pero esos
cambios se parecen más a la socialdemocracia que a lo que pasa en el resto de
la región. Lo que nos han metido en la cabeza durante las últimas décadas lo
tenemos tatuado. Aunque nos empecemos a entender como individuos, seguiremos
siendo seres sociales”, señala con optimismo.
Es claro que mientras la isla
termina de digerir el trastazo, las opiniones están divididas.
Cuba está cambiando, pero ese cambio no viene como esperan los que ven lo que pasa desde afuera, casi con ingenuidad. El reto es mejorar las condiciones de vida y derechos de los ciudadanos al interior de la Isla. Abrir la puerta al capitalismo sería una acción suicida para los avances sociales que ha vivido el país durante casi 60 años de Revolución.
Los cubanos se siguen
sintiendo vencedores. Paradójicamente se sienten orgullosos de no ser
dependientes de la gran potencia mundial que es Estados Unidos, pero resienten
los cambios y privilegios que se dan en la normalización de esas relaciones. A
pesar de querer irse, o sufrir algunos padecimientos, agradecen ser de aquí y
no de otra parte. Un país de contrastes en donde la canasta básica para una
familia cuesta cuatro veces más que lo que recibe un pensionado; pero si te da
un infarto, podrías recibir un trasplante inmediato de forma totalmente
gratuita.
*Esta crónica fue realizada
por Teresita Goyeneche para CONNECTAS y
es republicado en El Espectador y Efecto Cocuyo gracias a un acuerdo
para distribución de contenidos. Para leer este artículo en CONNECTAS, enlace:
31-01-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico