RAFAEL LUCIANI 11 de febrero de 2017
@rafluciani
En
contextos como los nuestros, es imperativo, incluso por sanidad mental,
reconstruir la «mística del vivir
juntos» (Evangelii Gaudium, 87). De otro modo, el peso diario de la
realidad nos seguirá consumiendo lentamente hasta no reconocernos más como individuos
capaces de una vida digna.
Es
cierto que el agobio cotidiano asfixia la esperanza en el porvenir. Sin
embargo, es en ese momento cuando debemos encontrar las «razones de nuestra
esperanza» (1Pe 3,15). Ciertamente no es algo fácil porque exige una apuesta
personal, el querer cambiar las condiciones en las que vivimos y arriesgarnos a
mirar al otro desde otra perspectiva, como un hermano, ante cuyo sufrimiento no
puedo ser indolente. El mayor triunfo de un victimario, en este caso de quienes
controlan el poder político, es lograr que los demás perdamos la esperanza y
nos hagan creer que las cosas no pueden cambiar, que todo será igual para
siempre.
El porvenir
Pero
los cambios no surgen exnihilo. Siempre han de ser construidos. Son opciones
que se hacen en la vida de cada uno, sabiendo que en nuestras manos está el
porvernir del país, de nuestras familias. Y en nuestro caso esto significa, hoy
más que nunca, recuperar la puesta en práctica de dos actitudes básicas que nos
caracterizaron como sociedad moderna, pero que hemos olvidado: la «inclusión
social» y la «acogida fraterna».
En
Venezuela se llegó a vivir aquello que la comunidad de Mateo expresó
metafóricamente al decir: «era forastero y me hospedaste» (Mt 25,35), pues no
existía distinción de origen ni de raza, y mucho menos de ideología. La
inclusión pasa por sanar el modo como nos hablamos y tratamos los unos a los
otros, por recuperar ese talante perdido de gran familia venezolana (Lc
8,19-21) en la que todos podemos ser acogidos y disfrutar del mismo banquete
(Lc 24,30-31).
Inspiración
La
praxis de Jesús es inspiración para los que creemos que sí es posible un cambio
que devuelva humanidad a nuestras vidas. Entre los criterios que inspiraron a
Jesús podemos mencionar cuatro: la práctica de la no violencia (Mt 5,9), la
lucha en favor de la justicia (Mt 5,10), la opción por el bien del pobre y de
la víctima (Lc 6,20), el cuidado del enfermo y del débil (Lc 7,21).
Estos
criterios, aún cuando puedan parecer utópicos, nos ayudan a reconocer cuán mal
estamos como sociedad. Exponen el deterioro moral en el que vivimos, a veces
cómplices por acción u omisión.
Cada
uno de ellos nos confronta con un modo de actuar concreto cuyo objetivo es
salvaguardar la vida y vivirla con abundancia.
Alejadas
Puestos
en contexto sociopolítico, estos criterios revelan cuán alejadas están las
políticas públicas actuales de los dramas que viven las mayorías del país, pues
no hacen más que promover una subcultura de la escasez, alimentada de una
triste mentalidad de sobrevivencia, en la cual la falta de paz nos seguirá
arrastrando hacia la violencia, la falta de justicia hacia la impunidad, la
falta de bienestar hacia una pobreza cada vez mayor, y la escasez de alimentos
y medicinas a la desnutrición y la muerte de muchos, como ya está sucediendo.
¿Queremos,
pues, que «esta tierra sea como el cielo» (Mt 6,10) y que exista «pan para
todos» (Mt 6,11; Lc 9,17), sin escasez alguna?
Hay
que optar, decidirse y cambiar. Es una decisión personal que sólo podemos hacer
ante la propia conciencia, por amor a los demás, al país y a Dios.
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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