Por Ángel Oropeza
No sé si es verdad aquello de
que los venezolanos somos un pueblo de corta memoria, pero hay algunos hechos
que parecieran confirmarlo.
Corría el año 2003. El
gobierno se encontraba en su punto más bajo de acompañamiento popular. Se
afirmaba que en ese momento el oficialismo era incapaz de ganar cualquier
elección.
Los dirigentes de la oposición
de esa época estaban convencidos de que ya el trabajo estaba hecho, y que el
gobierno se hallaba casi de salida. Por lo tanto, el esfuerzo de algunos no fue
tanto procurar que ello realmente se materializara, porque al fin y al cabo ya
estaba caído, sino que cayera en su patio particular, y no en el de cualquier
otro “hermano” de la entonces unidad opositora.
Por tanto, se descuidó el
trabajo político aguas abajo, y la necesaria micropolítica, esa que se adentra
puerta por puerta en las entrañas del país de verdad, dio paso a la “política”
burocrática desde Caracas. La agenda social fue desplazada por la agenda de la
polarización, sin reparar que se estaba cayendo justamente en el juego que al
oficialismo le interesaba.
Mientras tanto, el gobierno,
sabiendo de su precariedad electoral, se refugió en sus fortalezas
institucionales, como el control sobre el CNE, para postergar la elección a la
que se tenía que someter. Necesitaba tiempo para hacer algo. Y se diseñó
entonces un excelente mecanismo de control social llamado “Misión Identidad”,
se inventó un programa de asistencia llamado “Barrio Adentro”, y se aprovechó
el aumento de los precios del petróleo en 2004, año en el cual finalmente
aceptaron ir a elecciones, y las ganaron.
¿Qué de distinto está haciendo
esa misma clase política, pero en 2017? Pues, no mucho. Hoy se refugian ya no
sólo en su CNE, sino además en esa cosa disfrazada de institución llamada TSJ
para postergar cualquier elección, ante la convicción de perderla de manera
abrumadora. Hoy el mecanismo de control social no se llama Misión Identidad,
sino “carnet de la patria”, y el programa de asistencia no es Barrio Adentro
sino los “Clap”. El precio del crudo tiende a subir, con un calculado promedio
anual de 50 dólares frente a 35 dólares del año pasado, lo que por supuesto no
va a mejorar la economía del país, pero sí le dará mayor caja al gobierno.
¿Hay diferencias? Claro. Para
empezar, Maduro no tiene el carisma que tenía el presidente de entonces. La
economía marcha hoy mucho peor, y las demandas de cambio son mayores y mucho
más generalizadas. Pero la estrategia que una vez les resultó es la que se está
intentando aplicar, ahora frente a una eventual elección de gobernadores.
Las encuestas muestran que si
tales elecciones se dieran hoy, y la oposición acude unida, pudiera hacerse
hasta de 20 gobernaciones. Pero divididos, eso puede reducirse apenas a 8 o 10
estados. Además, recordemos que la mitad de la población venezolana habita en
localidades con menos de 150.000 habitantes. Y allí el control político y de
coacción sobre la ciudadanía para obligarla a votar a favor del gobierno es mucho
mayor. Esto para quienes se burlan o todavía preguntan para qué es el carnet de
la patria.
2017 se parece mucho a
un remake de 2003. ¿Alguien puede garantizar que no les resultará?
Ojalá, pero lo que está en juego es tan grave que no puede depender de apuestas
o simples deseos. Lo cierto es que no es descartable que aquello del
oficialismo caído e imposibilitado de ganar ninguna elección nos aleje de la
estrategia que combina organización y direccionalidad política de la protesta
popular y sectorial, debilitamiento sistemático del gobierno, y socavamiento de
sus bases institucionales de apoyo, y que por errores y omisiones propias, nos
estemos quejando mañana –como el viejo bolero mexicano– de lo que pudo haber
sido y no fue.
Decía Marx que la historia se
repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. En nuestro
caso, el peligro es que la tragedia se repita igual dos veces. Todavía estamos
a tiempo de evitar ese desastre. Pero para ello, la unidad es indispensable. Y
quizás nunca tanto como ahora.
07-02-17
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