Fernando Luis Egaña 06 de febrero de 2017
En el
siglo XXI, Venezuela no se convirtió en
una de las naciones más violentas del planeta, por arte de magia o por una
especie de fatalismo demográfico.
Nada
de eso. Tal tragedia ha ocurrido y continúa agravándose por una razón
principal: la exaltación de la violencia que se hace desde el poder establecido.
Violencia física, violencia moral, violencia de palabras y de hechos.
Por
eso la hegemonía despótica y depredadora que impera en Venezuela, que fue
montándose paso a paso en este siglo, ha sido y es un turbomotor de la
violencia. De hecho, ella, en sí misma es una manifestación de las peores
formas de violencia. En un país tradicionalmente dependiente del poder, y de
hecho en estos años, más que dependiente, el poder lo ha querido transmutar en
esclavo, es comprensible –que nunca justificable—que al menos una parte de ese
país se parezca al régimen que le esclaviza. Y si ese régimen es violencia
pura, entonces la violencia se apodera de la nación y la destruye sin piedad.
Exactamente lo que acontece en Venezuela.
A
partir de 1936, la historia del siglo XX venezolano es la historia para que se
asentara y prevaleciera una tradición civilista. La República Civil, la
democracia pluralista, la génesis de un estado de derecho, la participación
social y política del pueblo, y sobre todo la pacificación son frutos de esa
tradición civilista. Y todos estos elementos, todos, son anatema para los
cultores de la violencia, de la violencia hecha poder despótico. Me refiero,
claro está, a las cúpulas de la hegemonía que están estrechamente imbricadas
con una visión militarera –que no militar, y ni siquiera militarista—del poder.
La
masiva e impune corrupción, el desprecio alevoso de los derechos humanos, la
hipoteca de la soberanía a los patronos castristas, la burla continuada a las
expectativas de los más pobres, la mentira entronizada como retórica oficial,
el mandonerismo y el vandalismo como formas de “practicar” la política, todo
ello son expresiones de violencia, que se van desparramando en el tejido social
y corroen hasta los cimientos a los valores afirmativos de Venezuela.
La
violencia en nuestra patria no nació con la hegemonía roja. El siglo XIX fue
extremadamente prolijo en violencia política. Pero en el XX, la paz fue
abriéndose camino hasta limitar la violencia general en niveles distantes de la
tragedia colectiva. En los años del presente siglo, sin embargo, esa violencia
ha sido avivada, atizada, exacerbada, repito, desde el poder establecido. Es la
exaltación de la violencia. Y así no se puede vivir.
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