Por Tulio Hernández
En Venezuela, hace ya varios
meses, terminó una era y comenzó otra. No es que en esencia hayan cambiado los
objetivos del régimen sino que, debido a su conversión en notoria minoría, los
jerarcas rojos modificaron radicalmente los métodos para mantenerse en el
poder.
Entramos en una nueva etapa y
la conclusión evidente es que ya no se puede seguir haciendo política como la
venía conduciendo la MUD, con éxito creciente, que tuvo su momento clímax
cuando se conquistó la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, quedando así
convertida la oposición democrática en la primera fuerza política del país.
De los tiempos de lo que
algunos llamamos el modelo neoautoritario –el totalitarismo
edulcorado con el antifaz democrático– hemos ido pasando vertiginosamente a un
ejercicio del poder claramente autoritario, a un régimen de facto, que conserva
prácticamente solo dos cosas del simulacro democrático: la existencia de
partidos políticos no oficialistas y el derecho, cada vez más conculcado, a las
manifestaciones de protestas.
Todo lo demás que se había
mantenido desde los tiempos de Chávez –la convocatoria a elecciones, la
aplicación de mecanismos de consulta contemplados en la Constitución como el
referendo revocatorio de 2004, el mediano respeto a los resultados electorales
en alcaldías y gobernaciones–, ha sido borrado drásticamente de la faz del
país.
Primero, con el
desconocimiento de los electores puesto en marcha cuando se le ha impedido, vía
artificio jurídico, a la legítimamente electa AN ejercer las funciones que le
asignaba la Constitución. Y luego, por la negativa del gobierno, a través del
árbitro electoral puesto a su servicio, de convocar el revocatorio obligante y
las elecciones pendientes.
La democracia, o lo que
quedaba de ella, está por los momentos suspendida. Quien no lo entienda está
extraviado. El juego se ha trancado de modo tajante. El país está secuestrado
por una minoría, y en consecuencia, la lucha política convencional por canales
democráticos en los términos en que los factores opositores venían realizándola
hasta ahora, se tornó inocua. Es como lanzarle piedras a alguien que tiene en
sus manos una ametralladora.
El efecto de opinión lamentable
que este desfase ha generado es que ha triunfado una matriz que hace
responsable a la MUD por la patada a la mesa que ha dado el gobierno. Es como
hacer responsable de un robo a la víctima y no al ladrón. La MUD puede ser
responsable de muchos errores, pero el único y absoluto responsable de la
suspensión de lo que restaba de democracia –desconocer la Asamblea, por lo
tanto la voluntad y los derechos de millones de electores; negarse a realizar
elecciones– es el gobierno.
Creer que si la MUD no hubiese
asistido al diálogo, o que si hubiese conducido la gran marcha de septiembre
hacia Miraflores, ya Maduro estuviese fuera del poder o, por lo menos, ya el
CNE hubiese convocado a elecciones, es una presunción de inocencia y un
profundo desconocimiento de la siquiatría diabólica, dogmática y delictiva a la
que nos confrontamos.
Los errores de la MUD son
muchos: no haber tenido una estrategia común ante el acelerón autoritario;
haberle transmitido a la población expectativas de cambio sin sustento real, como
las de Ramos Allup anunciando la caída en seis meses; no haber tenido mayor
transparencia ante las condiciones y objetivos del diálogo.
El chavismo, lo saben ellos,
lo sabemos todos, está en la calle ciega del autoritarismo del que generalmente
nadie retorna. Porque perdieron lo que antes tenían a mares llenos, el apoyo
popular. Y perdieron también la economía, que vivió boyante con el respirador
artificial de los petrodólares.
Las fuerzas opositoras, que no
son solo los partidos, también lo son los ciudadanos y sus organizaciones,
tienen por delante un reto de imaginación política como pocas veces lo habíamos
visto en América latina. Conseguirle la repuesta a un dilema: ¿Cómo luchar
contra un modelo autoritario con legitimidad electoral pero colocado al margen
de la ley sin que la lucha signifique salirse de la condición democrática?
El primer diálogo, el
impostergable, es entre los demócratas. Porque hasta ahora esta pregunta ni en
los impacientes ni en los moderados tiene respuesta.
05-02-17
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