Francisco Fernández-Carvajal 07 de octubre de
2019
@hablarcondios
— Los quehaceres de la vida corriente, medio y ocasión
para encontrar a Dios.
— Unidad de vida.
— Solo una cosa es necesaria, la santidad personal.
I. Refiere San
Lucas en su Evangelio que Jesús marchaba hacia Jerusalén, y unos pocos
kilómetros antes de llegar a la ciudad entró a descansar en casa de unos amigos
en la pequeña localidad de Betania1.
Son tres hermanos –Lázaro, Marta y María– a los que Jesús mostró un particular
aprecio, como podemos leer en otros lugares del Evangelio2.
El Maestro se siente bien en aquel hogar, rodeado de amigos. Marta se dispuso a
dar algún refrigerio a Jesús y a sus acompañantes, cansados después de una
larga andadura por caminos duros y polvorientos. Por eso, se afanaba en
los múltiples quehaceres de la casa. Su hermana María, sentada a
los pies del Señor, escuchaba sus palabras.
Durante mucho tiempo se ha considerado a Marta como
figura e imagen de la vida activa, mientras que María ha sido el
símbolo de la contemplativa. Sin embargo, para la mayoría de los
cristianos que han de santificarse en medio de las tareas seculares, no pueden
considerarse como dos modos contrapuestos de vivir el cristianismo. En primer
lugar, porque no tendría sentido una vida de trabajo, metida en los negocios,
en el estudio, o preocupada de los problemas del hogar, que se olvide de Dios;
por otro, porque habría serios motivos para dudar de la sinceridad de una vida
de oración que no se manifestara en una caridad más fina, en un trabajo mejor
realizado, en una amistad leal. El trabajo, el estudio, los problemas que se
presentan en una vida normal, lejos de ser obstáculos, han de ser medio y
ocasión de un trato afectuoso con Nuestro Señor3.
«En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción
de la gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor
a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día
a día. No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de
vida, sencilla y fuerte en la que se fundan y compenetran todas nuestras
acciones (...). Seamos almas contemplativas, con un diálogo constante, tratando
al Señor a todas horas; desde el primer pensamiento del día al último de la
noche, poniendo de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro,
llegando a Él por Nuestra Madre Santa María y, por Él, al Padre y al Espíritu
Santo»4.
El quehacer profesional, las dificultades corrientes
que lleva consigo toda existencia, las ilusiones nobles, las preocupaciones...
han de alimentar nuestra conversación diaria con Jesús. Si no fuera así, ¿de
qué hablaríamos con Él? Aquellos amigos de Betania, como también hacían los
Apóstoles, le contaban al Maestro las pequeñas incidencias de su vivir diario,
le preguntaban lo que no entendían. Alguno de estos diálogos de Jesús con sus
más íntimos ha quedado plasmado en el Evangelio: Maestro -le
dicen los Apóstoles en una ocasión-, hemos visto a uno que echaba
demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido porque no es de nuestro grupo... Otras
veces le confiesan sencillamente sus inquietudes: Mira, nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué será de nosotros?... Su
vida misma era el tema de conversación con Jesús. Así hemos de hacer nosotros.
A la vez, la oración ha de enriquecer todas las
circunstancias por las que hemos de pasar. Cerca de Jesús aprenderemos a ser
mejores amigos de nuestros amigos, a vivir con plenitud la justicia y la
lealtad en la tarea profesional, a ser más humanos, a permanecer abiertos y
disponibles para atender las necesidades de otros.
II. Es muy posible
que Marta, ante la urgencia y el aumento del trabajo doméstico, prestara mayor
atención y estuviera más preocupada de sus quehaceres que del Señor mismo.
Además, parece como si María, sentada a los pies de Jesús, le quitara la paz.
Por eso, poniéndose delante dijo: Señor, ¿nada te importa que mi
hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude.
Podemos imaginar fácilmente al Maestro dirigiéndole esta afectuosa
reconvención: Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas
cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Solo una es necesaria: el amor
a Dios, la santidad personal. Cuando Cristo es el objetivo de nuestra vida las
veinticuatro horas del día, trabajamos más y mejor. Este es el hilo fuerte
–como en un collar de perlas finas– que une todas las obras del día; así
evitamos la doble vida: una para Dios y otra dedicada a las tareas
en medio del mundo: a los negocios, a la política, al descanso...
En la existencia del cristiano, enseña el Papa Juan
Pablo II, «no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada
vida espiritual, con sus valores y exigencias; y por otra, la
denominada vida secular, es decir, la vida de familia, del trabajo,
de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura. El
sarmiento arraigado en la vid que es Cristo, da fruto en cada sector de su
actividad y de su existencia. En efecto, todos los distintos campos de la vida
laical entran en el designio de Dios, que los quiere como el lugar
histórico del revelarse y realizarse de la caridad de Jesucristo para
gloria del Padre y servicio a los hermanos. Toda actividad, toda situación,
todo esfuerzo concreto –como por ejemplo, la competencia profesional y la
solidaridad en el trabajo, el amor y la entrega a la familia y a la educación
de los hijos, el servicio social y político, la propuesta de la verdad en el
ámbito de la cultura– son ocasiones providenciales para “un ejercicio continuo
de la fe, de la esperanza y de la caridad” (Apostolicam actuositatem,
4)»5.
El acontecer diario, la intensidad del trabajo, el
cansancio, las relaciones con los demás, son circunstancias que se presentan
para ejercitar no solo las virtudes humanas, sino también las sobrenaturales. A
Jesús le tenemos muy cerca de nosotros, como Marta. Nos acompaña en el hogar,
en la oficina, en el laboratorio, cuando vamos por la calle. No dejemos de
referir a Él todo lo que sucede a lo largo de la jornada. Porque entonces,
metidos de lleno en los diferentes quehaceres que nos ocupan durante todo el
día, sabremos decir, con palabras de un Salmo que hoy se reza en la Liturgia
de las Horas: ¡Cuánto amo tu voluntad!: todo el día la estoy meditando; tu
mandato me hace más sabio que mis enemigos, siempre me acompaña; soy más docto
que todos mis maestros porque medito tus preceptos6.
III. Solo
una cosa es necesaria: la amistad creciente con el Señor. «Este debe ser el
objetivo y el designio constante de nuestro corazón... Todo lo que le aparte de
esto, por grande que pueda parecernos, ha de tener un lugar secundario o, por
mejor decir, el último de todos. Inclusive debemos considerarlo como un daño
positivo»7, un gran mal. El mayor bien que podemos prestar a la familia,
al trabajo, a nuestros amigos..., a la sociedad, es el cuidado de esos medios
que nos unen al Señor: la presencia de Dios durante el día, el empeño en la
oración diaria, la Confesión frecuente llena de contrición... El mayor mal, el
descuido de estos medios que nos acercan a Jesús. Esto puede suceder por
desorden, por tibieza, incluso por una aparente eficacia mayor en otras
actividades que pueden presentarse como más urgentes o importantes. San Ignacio
de Antioquía escribía a San Policarpo que hemos de desear esta amistad con Dios
«de la misma forma que el piloto anhela vientos favorables y el marinero
sorprendido por la tempestad suspira por el puerto»8.
El trato sincero con el Señor enriquece todas las
demás actividades, de la misma manera que la pobreza interior se refleja
también en todo aquello que realizamos. Cuando veamos que la multiplicidad de
quehaceres tiende a ahogar estos tiempos que dedicamos especialmente al Señor,
hemos de oír en la intimidad de nuestra alma que, como a Marta, el Señor nos
dice: una sola cosa es necesaria. La búsqueda de la santidad es lo
primero que se debe intentar en esta vida, lo que ha de estar siempre en primer
lugar. Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo
demás se os dará por añadidura9,
anunció en otra ocasión el Maestro.
«Agradece al Señor el enorme bien que te ha otorgado,
al hacerte comprender que “solo una cosa es necesaria”. —Y, junto a la
gratitud, que no falte a diario tu súplica, por los que aun no le conocen o no
le han entendido»10.
¡Qué alegría tan grande poder tener siempre presente que el gran objetivo de
nuestra vida es crecer en amor a Jesucristo! ¡Qué gozo poder comunicarlo a
muchos! Pidamos a Nuestra Señora que no perdamos nunca de vista al Señor
mientras procuramos llevar a cabo con perfección, acabadamente, nuestras tareas
profesionales.
1 Lc 10,
38-42. —
2 Cfr. Jn 11,
1-45; 12, 1-9. —
3 Cfr. Sagrada
Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, in loc.
—
4 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 126. —
5 Juan
Pablo II, Exhort. Apost. Christifideles laici, 30-XII-1988,
59. —
6 Liturgia
de las Horas, Hora intermedia. Sal 119, 97-99. —
7 Casiano, Colaciones,
1. —
8 San
Ignacio de Antioquía, Epístola a San Policarpo. —
9 Mt 6,
33. —
10 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 454.
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