Trino Márquez 10 de octubre de 2019
@trinomarquezc
Desde
que asumió la presidencia de Ecuador en mayo de 2017, Lenín Moreno ha tratado
de diferenciarse de Rafael Correa, su antiguo tutor. Comenzó un proceso
dirigido a desmontar el modelo y el estilo correísta de conducir la nación. Se
distanció del fundador y líder del movimiento Alianza País. Lo acorraló y aisló
hasta obligarlo a abandonar el partido. Correa creía que Moreno ejercería una
especie de interinato mientras él se tomaba unas vacaciones en Europa. La
respuesta del delfín fue proponer una reforma constitucional, aprobada por el
pueblo, en la que decapitaba la reelección indefinida, aspiración de los nuevos
autócratas latinoamericanos, empeñados en engraparse al poder en nombre de la
democracia. Moreno intentó acabar con el endeudamiento externo y la corrupción,
promoviendo la reducción del gasto público. Adelantó la liberalización del
comercio y la flexibilidad de las leyes laborales. Desterró el estilo melifluo
de Correa. El suyo ha sido un comportamiento sobrio.
Moreno
lleva dos años buscando desmantelar el Estado populista que contribuyó a
fortalecer Correa. Ha aplicado una política más liberal en el plano económico y
más flexible en el ámbito político. La desregulación de la economía no ha
resultado sencilla. Ha debido pagar un alto costo. Su popularidad se derrumbó
en un lapso muy breve. Luego de haber disfrutado del respaldo de 67% de los
ecuatorianos, al año de su gestión se situó en 30%. Ahora solo lo apoya 24% de
la población. Un segmento muy reducido, para imponer el paquete de medidas
propuestas el 2 de octubre, entre ellas: liberación del precio de la gasolina y
el diésel, fijación del IVA en 12 % y el pago de contribuciones de ciertas
empresas para que el gobierno invierta en educación, seguridad y salud.
El
subsidio a la gasolina significa una erogación para el Estado de 1.800 millones
de dólares al año. Para una economía endeudada -en la actualidad la deuda
externa es 8.800 millones de dólares en bonos soberanos, en gran parte
contraída por Rafael Correa- que busca recursos externos y requiere disminuir
el consumo irracional de ese combustible, era indispensable eliminar el costo
que esa transferencia significa. El gobierno intentaba gestionar un crédito con
el FMI por diez mil millones de dólares, cuatro mil de los cuales serían
otorgados en las próximas semanas. Una de las condiciones para obtenerlo era
terminar con ese gasto tan elevado.
La
eliminación del subsidio a la gasolina explotó como una bomba. Los
transportistas y los indígenas que se sintieron amenazados por ese incremento,
se han movilizado, hasta poner en un serio aprieto al Gobierno. El mandatario
se encontró de frente con el monstruo que él mismo contribuyó a fortalecer
cuando trabajó con Rafael Correa. Durante siete años fue su Vicepresidente.
Formaron una llave que parecía indestructible. Si alguien debía imaginarse lo
difícil que resultaría atacar un ícono como el costo de la gasolina en un país
petrolero, era Moreno. Su experiencia compartiendo responsabilidades en el
Ejecutivo, tendría que haberle ilustrado acerca del riego que correría. Estaba
obligado a saber que el precio de la gasolina es un arma en manos de los
manipuladores. Muchos de ellos enarbolan las banderas de la protección al
ambiente, el uso racional de los recursos no renovables y el ascetismo en el
manejo del presupuesto público, hasta que ven la ocasión de utilizar el lógico
incremento de los precios del combustible para presionar y extorsionar al
adversario.
En
ese trance se encuentran ahora Moreno y su gabinete. Sus adversarios políticos
estaban al acecho. El correísmo no le perdona su deslealtad con el jefe de la
Revolución Ciudadana. Correa fue un caudillo que navegó en la inmensa ola
provocada por el aumento de los precio del crudo a mediados de la década
pasada. Los aprovechó para cultivar un esquema basado en el gasto público
sostenido e incontrolado. Lenín Moreno no ha podido erradicar el modelo
populista implantado por Correa, ni la mentalidad providencial que le es
intrínseca.
El
mandatario se encuentra en un aprieto. No supo mercadear el proyecto de
reformas y menos aún el incremento de la gasolina. La decisión parece
intempestiva. Su popularidad entró en barrena. La izquierda irredenta le arma
guarimbas por doquier. La economía muestra síntomas de estancamiento. Los empresarios
están descontentos porque consideran su plan de ajuste tardío e insuficiente.
Los trabajadores andan molestos porque el salario no les alcanza.
Afortunadamente, las instituciones fundamentales lo han respaldado. El Ejército
y la Policía le han ratificado su apoyo y se alinearon con él.
En
este marco tan precario, tendrá que recomponer el cuadro interno para reagrupar
sus fuerzas y fortalecerse de nuevo en el poder. No puede complacer a Correa ni
a Maduro, quienes estarían de plácemes si se derrumba.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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