Francisco Fernández-Carvajal 31 de enero de
2020
@hablarcondios
— El deber de la
corrección fraterna. Su eficacia sobrenatural.
— La corrección
fraterna se practicaba con frecuencia entre los primeros cristianos. Falsas
excusas para no hacerla. Ayuda que prestamos.
— Virtudes que han de
vivirse al hacer la corrección. Modo de recibirla.
I. Desde el Antiguo
Testamento, nos muestra la Sagrada Escritura cómo Dios se vale frecuentemente
de hombres llenos de fortaleza y de caridad para advertir a otros de su
alejamiento del camino que conduce al Señor. El Libro de Samuel nos
presenta al profeta Natán, enviado por Dios al rey David1 para
que le hable de los pecados gravísimos que había cometido. A pesar de la
evidencia de esos pecados tan graves (adulterio con la mujer de su fiel
servidor y el procurar la muerte de este) y de ser el rey un buen conocedor de
la Ley, «el deseo se había apoderado de todos sus pensamientos y su alma estaba
completamente aletargada, como por un sopor. Necesitó de la luz del profeta,
que con sus palabras le hiciera caer en la cuenta de lo que había hecho»2.
En aquellas semanas, David vivía con la conciencia adormecida por el pecado.
Natán, para hacerle caer en la cuenta de la gravedad
de su delito, le expone una parábola: Había dos hombres en un pueblo:
uno rico y pobre el otro. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y de bueyes;
el pobre solo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella
crecía con él y sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo
en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico; y, no
queriendo perder una oveja o un buey para invitar a su huésped, cogió la
cordera del pobre y convidó a su huésped. David se puso furioso contra aquel
hombre y dijo a Natán: ¡Vive Dios que el que ha hecho eso es reo de muerte!
Natán respondió entonces al rey: ese hombre
eres tú. Y David recapacitó sobre sus pecados, se arrepintió y expresó su
dolor en un Salmo que la Iglesia nos propone como modelo de contrición.
Comienza así: Apiádate de mí, ¡oh Dios!, según tu piedad; según la
muchedumbre de tu misericordia, borra mi iniquidad...3.
David hizo penitencia y fue grato a Dios. Todo, gracias a una corrección
fraterna, a una advertencia, oportuna y llena de fortaleza, como fue la de
Natán.
Uno de los mayores bienes que podemos prestar a
quienes más queremos, y a todos, es la ayuda, en ocasiones heroica, de la corrección
fraterna. En la convivencia diaria podemos observar que nuestros parientes,
amigos o conocidos –como nosotros mismos– pueden llegar a formar hábitos que
desdicen de un buen cristiano y que les separan de Dios (faltas habituales de
laboriosidad, chapuzas, impuntualidades, modos de hablar que rozan la
murmuración o la difamación, brusquedades, impaciencias...). Pueden ser también
faltas contra la justicia en las relaciones laborales, faltas de ejemplaridad
en el modo de vivir la sobriedad o la templanza (gastos ostentosos, faltas de
gula o de ebriedad, dilapidación de dinero en el juego o loterías), relaciones
que ponen en situación arriesgada la fidelidad conyugal o la castidad... Es
fácil comprender que una corrección fraterna a tiempo, oportuna, llena de
caridad y de comprensión, a solas con el interesado, puede evitar muchos males:
un escándalo, el daño a la familia difícilmente reparable...; o, sencillamente,
puede ser un eficaz estímulo para que alguno corrija sus defectos o se acerque
más a Dios.
Esta ayuda espiritual nace de la caridad, y es una de
las principales manifestaciones de esta virtud. En ocasiones, es también una
exigencia de la justicia, cuando existen especiales obligaciones de prestar
ayuda a la persona que debe ser corregida. Con frecuencia debemos pensar en
cómo ayudamos a los que están más cerca. «¿Por qué no te decides a hacer una
corrección fraterna? —Se sufre al recibirla, porque cuesta humillarse, por lo
menos al principio. Pero, hacerla, cuesta siempre. Bien lo saben todos.
»El ejercicio de la corrección fraterna es la mejor
manera de ayudar, después de la oración y del buen ejemplo»4.
¿La practicamos con frecuencia? ¿Es nuestro amor a los demás un amor con obras?
II. La corrección
fraterna tiene entraña evangélica; los primeros cristianos la llevaban a cabo
frecuentemente, tal como había establecido el Señor –Ve y corrígele a solas5–,
y ocupaba en sus vidas un lugar muy importante6;
sabían bien de su eficacia. San Pablo escribe a los fieles de Tesalónica: si
alguno no obedece a lo que decimos en esta carta... no le miréis como enemigo,
sino corregidle como a hermano7.
En la Epístola a los Gálatas dice el Apóstol que esta
corrección ha de hacerse con espíritu de mansedumbre8.
Del mismo modo, el Apóstol Santiago alienta también a los primeros cristianos,
recordándoles la recompensa que el Señor les dará: si alguno de
vosotros se desvía de la verdad y otro hace que vuelva a ella, debe saber que
quien hace que el pecador se convierta de su extravío, salvará su alma de la
muerte y cubrirá la muchedumbre de sus propios pecados9.
No es pequeña recompensa. No podemos excusarnos y repetir otra vez aquellas
palabras de Caín: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?10.
Entre las excusas que pueden instalarse en nuestro
ánimo para no hacer o para retrasar la corrección fraterna está el miedo a
entristecer a quien hemos de hacer esa advertencia. Resulta paradójico que el
médico no deje de decir al paciente que, si quiere curar, debe sufrir una
dolorosa operación, y sin embargo los cristianos tengamos a veces reparos en
decir a quienes nos rodean que está en juego la salud, ¡cuánto más valiosa!, de
su alma. «Por desgracia, es grande el número de los que, por no desagradar o
por no impresionar a alguien que está viviendo sus últimos días y los últimos
momentos de su existencia terrena, le callan su estado real, haciéndole así un
mal de incalculables dimensiones. Pero todavía es más elevado el número de los
que ven a sus amigos en el error o en el pecado, o a punto de caer en uno o en
otro, y permanecen mudos, y no mueven un dedo para evitarles estos males.
¿Concederíamos, a quienes de tal modo se portasen con nosotros, el título de
amigos? Ciertamente, no. Y, sin embargo, suelen hacerlo para no desagradarnos»11.
Con la práctica de la corrección fraterna se cumple
verdaderamente lo que nos dice la Sagrada Escritura: el hermano ayudado
por su hermano, es como una ciudad amurallada12.
Nada ni nadie puede vencer contra la caridad bien vivida. Con esta muestra de
amor cristiano no solo mejoran las personas, sino también la misma sociedad. A
la vez, se evitan críticas y murmuraciones que quitan la paz del alma y
enturbian las relaciones entre los hombres. La amistad, si es verdadera, se
hace más profunda y auténtica con la corrección sincera. La amistad con Cristo
crece también cuando ayudamos a un amigo, a un familiar, a un colega, con ese
remedio eficaz que es la corrección amable, pero clara y valiente.
III. Al
hacer la corrección fraterna se han de vivir una serie de virtudes, sin las
cuales no sería una verdadera manifestación de caridad. «Cuando hayas de
corregir, hazlo con caridad, en el momento oportuno, sin humillar..., y con
ánimo de aprender y de mejorar tú mismo en lo que corrijas»13.
Como Cristo la practicaría si estuviera ocupando nuestro lugar, con la misma
delicadeza, con la misma fortaleza.
A veces, una cierta animosidad y falta de paz interior
nos puede llevar a ver, en otros, defectos que en realidad son nuestros.
«Debemos corregir, pues, por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la
cariñosa intención de lograr su enmienda (...). ¿Por qué le corriges? ¿Porque
te apena haber sido ofendido por él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor
propio, nada haces. Si es el amor lo que te mueve, obras bien»14.
La humildad nos enseña, quizá más que
cualquier otra virtud, a encontrar las palabras justas y el modo que no ofende,
al recordarnos que también nosotros necesitamos muchas ayudas parecidas.
La prudencia nos lleva a hacer la advertencia con prontitud y
en el momento más oportuno; nos es necesaria esta virtud para tener en cuenta
el modo de ser de la persona y las circunstancias por las que pasa, «como los
buenos médicos, que no curan de un solo modo»15,
no dan la misma receta a todos los pacientes.
Después de avisar a alguien con la corrección, si
parece que no reacciona, es preciso ayudarle todavía un poco más con el
ejemplo, con la oración y mortificación por él, con una mayor comprensión.
Por nuestra parte, hemos de recibirla con humildad y
silencio, sin excusarnos, conociendo la mano del Señor en ese buen amigo, que
al menos lo es desde aquel momento; con un sentimiento de viva gratitud, porque
alguien se interesa de verdad por nosotros; con la alegría de pensar que no
estamos solos para enderezar nuestros caminos, que deben conducir siempre al
Señor. «Después que hayas recibido con muestras de alegría y de reconocimiento
sus advertencias, imponte como un deber el seguirlas, no solo por el beneficio
que reporta el corregirse, sino también para hacerle ver que no han sido vanos
sus desvelos y que tienes en mucho su benevolencia. El soberbio, aunque se
corrija, no quiere aparentar que ha seguido los consejos que le han dado, antes
bien los desprecia; quien es verdaderamente humilde tiene a honra someterse a
todos por amor a Dios, y observa los sabios consejos que recibe como venidos de
Dios mismo, cualquiera que sea el instrumento de que Él se haya servido»16.
Acudamos, al terminar nuestra oración, a la Santísima
Virgen, Mater boni consilii, para que nos ayude a vivir siempre que
sea necesaria esta muestra de caridad fraterna, de amistad verdadera, de
aprecio sincero por aquellos con quienes nos relacionamos más frecuentemente.
1 Cfr. 1
Sam 12, 1-17. —
2 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 60, 1. —
3 Sal 50. —
4 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 641. —
5 Cfr. Mt 18,
15. —
6 Cfr. Doctrina
de los Apóstoles, 15, 13. —
7 2
Tes 3, 14-15. —
8 Gal 6,
1. —
9 Sant 5,
19-20. —
10 Gen 4,
9. —
11 S. Canals, Ascética
meditada, p. 170. —
12 Prov 18,
19. —
13 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 455. —
14 San
Agustín, loc. cit. —
15 San
Juan Crisóstomo, o. c., 29. —
16 J.
Pecci -León XIII-, Práctica de la humildad, 41.
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