Luis Ugalde May 31st, 2013
Hay muchos entre nosotros que piensan que la división y
el odio es tal que la guerra está a las puertas. Personalmente no comparto esta
opinión, más bien la división y el odio están artificialmente alentados desde
una manera de entender la política.
Los comunistas y los nazis tienen
propuestas distintas, pero no se diferencian en el trato que se les debe dar a
los adversarios. Un nazi y un comunista creen que su propuesta trae la
salvación absoluta; la implantación y consolidación de su revolución es el
criterio superior ético. Todo lo demás es relativo y subordinado a este fin
supremo: lo que ayuda es un buen medio y lo que se opone es malo y debe ser
controlado, criminalizado y eliminado. Quien asesina al adversario merece
condecoración y acusar a los otros de los crímenes más horrendos a fin de
anularlos es una manera valiosa para lograr el paraíso en la tierra o el
milenario Tercer Reich. El caso de Venezuela es más benigno y especial, pues la
ideología totalitaria no estaba tan clara desde el principio y no es compartida
por la gran mayoría de los chavistas.
Y ese es el problema actual para el
Gobierno: la mayoría de sus seguidores quiere un cambio y mejoramiento
efectivo, pero no cree en pajaritos preñados de paraísos en la tierra. Es
evidente que a la mayoría del país no le gusta un régimen totalitario, ni la
pobreza y sometimiento cubanos, lo que deja la puerta abierta para pasarse del
gobierno a la oposición. Ahora, sin liderazgo, con malestar socio-económico
creciente y corrupción millonaria en el poder, la gente lo que quiere es
evolución y no guerra y ha demostrado su disposición a bajarse del autobús de
la “revolución” y montarse en otro.
Esto lo entienden los dirigentes del
régimen y concluyen (con los consejos que a Cuba le resultaron hace medio
siglo) que hay que demonizar a la oposición y convertirlos en malvados
imperialistas decididos a asesinar al Presidente. Al mismo tiempo, hay que
sembrar el miedo y bloquear todo paso del “revolucionario” a la oposición; por
“traidores” a la patria perderán el empleo y serán candidatos para la cárcel…
Que teman la represión y exclusión de los beneficios del presupuesto público.
Los organismos de derechos humanos, las iglesias que expresen su antitotalitarismo,
los países democráticos, los ciudadanos… todos son conspiradores contra la
suprema felicidad revolucionaria, y toda protesta juvenil y estudiantil debe
ser militarmente aplastada, pues el idealismo y la esperanza de la juventud no
se dejan domesticar. Es la lógica totalitaria y no hay sorpresas; lo único que
nos llama la atención es la gran torpeza de algunos de sus protagonistas
principales.
No hay guerra en el país, ni la desea
90% de la población. La radicalización de la polarización, el odio y la
exclusión es un intento desesperado del régimen para evitar la hemorragia
política. Lamentablemente, siempre algunos opositores les hacen el juego porque
ingenua y emotivamente creen en la estrategia de la plaza de Altamira o del
seudogolpe de abril de 2002.
El Gobierno, con razón, teme el
desgaste por su pésima gestión, corrupción, falta de liderazgo, prepotencia y
ceguera aferrada a un inviable modelo político-económico. Ya pocos en el país y
fuera de él creen en magnicidios y guerras del imperio. El gran desafío para
los demócratas (90% de los venezolanos) es mantener la paz, la serenidad y el
trabajo organizado para reconstruir una sociedad plural, social e inclusiva y
superar la pobreza. Triste sería que un cambio encontrara al país improvisando
y, peor aún, pensando en regresar al pasado. En los programas actuales hay
demasiada ineficiencia y corrupción (incluso para estándares venezolanos), pero
apuntan a necesidades urgentes. La paz no sólo pasa por la eficiencia pública
en los servicios básicos, sino por el rescate de las principales empresas
productivas hoy dirigidas por “revolucionarios” y militares ineptos. De ahí el
evidente hundimiento de la industria petrolera, de las básicas de Guayana, de
Corpoelec, de Agropatria…
En Venezuela no hay deseo de guerra,
sino un clamor por la paz, la convivencia entre los diversos y deseo de una
decisión firme para construir juntos el desarrollo necesario. Hasta ahora la
oposición democrática ha demostrado un liderazgo sorprendentemente acertado,
decidido y sensato. Ahora, más allá de una persona singular, necesitamos en
todas las áreas equipos capaces, conectados con los problemas y con la
población que los sufre.
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