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sábado, 11 de enero de 2014

Mi propósito de año nuevo se hizo trizas, @Golcar1



Por Golcar Rojas, 10/01/2014

Me había propuesto no escribir nada en mi bitácora de 2014 hasta encontrar un bonito tema, un motivo optimista que plasmar. Quería iniciar mis escritos en el nuevo año con un texto cargado de esperanzas, preñado de futuro, pleno de buenaventura.

Por eso, no escribí nada acerca del atraco del que fui víctima el 22 de diciembre a las ocho de la noche en mi casa. Me limité a dejar unos exaltados comentarios en Twitter y Facebook. No quería contaminar mis artículos con los escabrosos detalles de lo terrible que es para un ser humano que se encuentra desnudo en su casa, en su habitación, sentado frente a la computadora y siente que se abre la puerta y una voz quebrada y queda, dice:

-Ay, Golcar, tranquilo.

Inocente, volteo para encontrar a Cristian con un hombre atrás que lo apunta con un revólver y a su vez dice:

-Tranquilo, ¿dónde está el dinero? ¿Dónde está el oro?

Lo demás es más de lo mismo, más de nuestra cotidianidad y no quería, me negaba a que mi primer texto del año tuviera que ver con eso. Hice lo posible por pasar la página. Olvidar. Necesitaba olvidar. Quería borrar esa sensación de que en ese atraco se llevaron algo más importante que las cosas de valor con las que cargaron y que con tanto trabajo había adquirido. Se llevaron el poquito de paz que me quedaba, el poquito de sosiego al que me aferraba. Me dejaron el miedo y el sobresalto. Me quedó la absoluta sensación de indefensión que siente un ser humano que se encuentra desnudo ante sus agresores que, en un momento, llegaron a ser cuatro hurgando por toda la casa, cada uno con un arma más grande que la del otro.

A pesar de la depresión y el desasosiego, los planes de fin de año se mantuvieron igual. El viaje a Mérida para recibir el año en el abrigo y protección de la familia continuó en pie. Estaba seguro que la dosis de cariño familiar mitigaría la desazón y ansiedad.

Contra viento y marea, sin aire acondicionado porque se dañó en una mala época cuando todo cierra, el 28, Día de los Inocentes, arrancamos el largo viaje de siete horas por las desastrosas y ahuecadas carreteras de la patria. El cielo no se condolió ni un minuto. No hubo una nube que aunque fuese por un ratito tapara el abrasador sol.

A eso de las cuatro de la tarde, llegamos sudorosos y abochornados a una estación de gasolina en El Vigía para reponer el combustible pues la aguja ya marcaba menos de un cuarto de tanque y faltaba un buen trecho. Hicimos la cola y, al llegar frente a la máquina despachadora, el bombero jurungó un aparato y, asomándose a la ventanilla nos dijo:

-No autorizado.

-¿Cómo que no autorizado?

-No pueden cargar gasolina porque el chip no está autorizado.

-¿Y qué?¿Nos quedamos aquí?

-Llamen al 0800 octanos para que les activen el chip.

Ya nos habíamos olvidado que en alguna oportunidad habíamos instalado el bendito chip de Chávez que nunca entró en funcionamiento en Zulia pero sí en otros estados del país. En ese momento me percaté del chip y recordé que no tenía teléfono porque “los amigos malandros de Nicolás” se lo habían llevado aquella noche del 22.

Al final, el bombero amablemente me prestó su teléfono al contarle el drama del robo y luego de advertirme que no me lo fuera a llevar. Llamé al número indicado y una operadora automática con un extraño y desagradable acento argentino en la voz me fue guiando en el proceso para la activación del chip. Finalmente, me pasó con una persona de carne y hueso, por cuya forma de hablar supuse que era de un militar encargado de la materia y quien luego de solicitarme algunos datos, me dijo que en media hora estaría activo el dispositivo y podría poner gasolina al vehículo para continuar el viaje.
Decidí borrar también todo ese episodio. Mi propósito de año nuevo impedía que mi primer texto del año tuviera la más mínima queja. Continué mi viaje hacia el cariño familiar con la fe de que esos días de afecto me brindarían el tema optimista y esperanzador con el que quería inaugurar mis escritos del 2014. A tal efecto, limité al mínimo mi presencia en las redes sociales y mi acceso a las noticias y me volqué a la lectura de “Leonora” de Elena Poniatowska y a los brazos de hermanos y sobrinos. Allí, sin duda, debía andar mi inspiración.

La experiencia con la familia y los sentimientos aflorados por las fechas, iban poco a poco llevándome a un punto de equilibrio emocional. Los dos días de playa en Falcón en unión de mi familia, consintiendo a los más pequeños y dejando en las salinas aguas las mala vibras del 2013, estaba seguro de que completarían el trabajo. Solo una noche me desperté con sobresalto sintiendo que los ladrones me apuntaban al pie de la cama. Un verdadero éxito, sin duda.

Pero justo el día del regreso, al despertar, llega la noticia del cruento asesinato de la bella y talentosa Mónica Spears y su esposo. Una masacre que en un segundo me hizo revivir el horror del la noche del 22 en mi habitación y sacó de mí la parte más horrible del ser humano, la indolencia al pensar “Gracias a Dios, no fui yo, ni uno de los míos. Pude haber sido yo, ese 22 de diciembre frente a cuatros armas de fuego. Puedo ser yo en cualquier momento porque en un país con 25 mil muertes violentas en un año, nadie está a salvo. Pero, gracias a Dios, no fui yo”. El miedo, la inseguridad y la violencia nos hacen viles y egoístas.

Volvió la angustia, el desasosiego. El terror cobró impulso una vez más dentro de mí. En cada cara que se me cruzaba en la calle veía a un potencial ladrón. Cada gesto de la persona frente a mí era un amago de sacar un arma del cinto. Con el miedo a flor de piel, emprendimos el regreso a Maracaibo.

La carretera estaba fresca. A pesar de los huecos, reductores de velocidad y vendedores en mitad de la vía que siempre retrasan el viaje, llevábamos buen tiempo. Pasamos la alcabala de Mene Mauroa y, unos 10 minutos después, de repente, un trancón. El tráfico completamente paralizado a la altura de una vía que presumíamos en reparación. Sospechamos que el atasco se debía a las obras y nos dispusimos a esperar que nos dieran paso.

10 minutos, 20 minutos, media hora. Una mujer que pasó nos gritó:

-¡Devuélvanse que hay protestas!

40 minutos. Increpamos a unos jóvenes que pasaron en moto sobre lo que sucedía:

-Huelga de hambre.

-¿?

-Sí, la gente está protestando por comida. Camión con alimentos que pasa, camión que asaltan- Dicen los muchachos sonriendo y yo no lo puedo creer.

Otro muchacho nos advirtió que él viaja cada dos meses y que esa vía no la están arreglando, que tiene muchísimo tiempo en esas condiciones y no hay visos de que la reparen.

Los vehículos empezaron a devolverse. No teníamos ni idea de adónde ir o qué vía tomar. Desandamos el camino y llegamos a la alcabala donde dos guardias nacionales absortos con sus teléfonos celulares nos recibieron sin mirarnos. Preguntamos cómo podíamos hacer para llegar a Maracaibo, si había una vía alterna y un ciudadano que se encontraba allí nos indicó que tomáramos a la izquierda, vía El Consejo y Mecocal y de allí a Miranda.

Les pregunté a los guardias sobre lo que sucedía y, sin levantar la vista de sus teléfonos, me respondieron que desde las diez de la mañana la vía se encontraba cerrada por protestas de la gente. ¡Desde las diez y estos malnacidos son incapaces de poner un aviso o de advertirles a los conductores de la situación! ¡A ellos no parece importarles que la gente pase horas allí parada! Esa es la Guardia Nacional Bolivariana.

Tomamos camino en la dirección que nos indicaron. Una carretera intermitentemente de tierra y de pavimento ahuecado. Un camino que de seguir con esta desidia pronto será totalmente de tierra. A las orillas, entre el alambre de púas y los estantillos, pastaban unas escuálidas reses tratando de conseguir hierbas comestibles entre los inmensos y secos pastizales. Las costillas se les marcaban y el rosario de las vértebras brotaba a todo lo largo de la columna vertebral de los rumiantes.

Como una alegoría garciamarquiana que nos advertía del retroceso que vive nuestro país, en el medio de la nada, vimos los buses y carpas de un circo de pueblo. “¡Macondo vive!” pensé.

Llegamos por fin, exhaustos, a Maracaibo. Con la depresión viva me dispongo a comprar, sin muchas ganas, un teléfono para reponer el robado. Recorro infructuosamente varias tiendas. Al trauma del robo de nuestras pertenencias, se suma el de no tener la posibilidad de reponer lo robado porque la escasez también campea en los teléfonos celulares.

En cada agente autorizado que llego no consigo una sola persona que me diga que no ha sido víctima de un robo, un asalto, un atraco, un secuestro. Todos en Venezuela tenemos una historia que contar. “A mí me apuntaron con una arma en un carro por puesto y me quitaron todo”. “Mi carro me lo quitaron a punta de revólver y en el grupo había una mujer que era la más violenta”. “A mí me ruletearon secuestrado en un taxi durante cuatro horas con un revólver en la nuca”. “A mis amigos les robaron la camioneta, como no pagaron rescate y compraron otra con lo del seguro, se la volvieron a robar y, como no pagaron de nuevo el rescate, les mataron un hijo”…

Al final compro el único teléfono que había. El último que les quedaba. Pagué mucho más dinero de lo que en verdad vale. Esa es otra de las “virtudes” de esta Venezuela revolucionaria, pagamos a precio de oro, productos de quinta categoría. “Es lo que hay”.

Mientras me activan la línea, el corazón da un vuelco cada vez que la puerta se abre y alguien entra. En ese momento, me doy cuenta de que mi propósito de hacer un texto optimista y de crecimiento para inaugurar mi bitácora del 2014 se ha hecho trizas. Estamos a nueve de enero y el país no me ha ofrecido nada que permita cumplir con mi intención.

Los ladrones se llevaron mi tablet, mi cámara recién comprada, mi teléfono con el que tenía cuatro años, algunos pocos ahorros. Me dejaron el miedo, la indefensión, la angustia. El país se llevó a la porra mi esperanza, mi optimismo. Ahora solo me queda el sobresalto, las pesadillas al dormir, el temor al despertar. A nueve días del nueve año Venezuela no me ha dado un buen tema para escribir. El país solo me entrega, a cada instante, unas tristes y profundas ganas de “irme demasiado”.

http://golcarr.wordpress.com/2014/01/10/mi-proposito-de-ano-nuevo-se-hizo-trizas/

1 comentario:

  1. Que lamentable... en mi familia somos 4 y llevamos 8 atracos... m[as barato por docena...

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