Prof.
Félix Palazzi von Büren
@felixpalazzi
@conviviumpress
Una fábula perteneciente a la
tradición cristiana egipcia del siglo IV nos relata: «Un padre decía: “Así como
es imposible que veas tu rostro en el agua agitada, de la misma manera el
alma, si no está libre de pensamientos extraños, no puede orar a Dios en
la contemplación”».
Vivimos en un largo camino de retorno
hacia nosotros mismos, al propio centro. Con frecuencia tratamos de sobreponernos a
la experiencia, cada vez más común, de sentir que estamos viajando como en un
tren a gran velocidad donde los acontecimientos personales y sociales
fluyen con tal velocidad que somos incapaces de entenderlos y hacerlos
propios. A veces se origina la sensación de sentirnos desorientados y
extranjeros en nuestra propia tierra, en nuestra historia y en la historia
colectiva a la que nos debemos. Así empezamos a sentir la necesidad de retornar
a nuestro propio centro, de asumir que vivimos en este mundo, que
existimos como sujetos humanos. Queremos estar en nuestra realidad de vida
con sentido, asumiendo nuestros mundos de vida de tal modo que nos
humanicemos y constituyamos en sujetos libres. He aquí una tarea que
aunque no es sólo de la religión a ella le compete más que a nada dado que
su fin primordial es religar al hombre a su propio centro y con el otro, con la
historia, el mundo y, aún más, con el Trascendente.
¿Cómo podemos convertir en una
realidad interior y personalizadora nuestra experiencia del mundo en el que
vivimos? ¿Cómo podemos volver a sentirnos vivos y dueños de la propia
historia personal y social? ¿Cómo podemos llegar a entender la trama de
nuestra existencia, dejando siempre espacio al misterio de nuestras vidas? ¿Cómo
liberarnos de la fatal fascinación que ejercen sobre nosotros la
violencia, el miedo, la barbarie y todo lo que nos deshumaniza como
sujetos con dignidad propia? Ciertamente no hay recetas que logren tal «arte
filosofal». Ante la complejidad de la vida, algunos gestos simples, más no
por ello fáciles, como acercarnos con gratuidad y bondad a otros, leer
un buen libro que nos ayude a reflexionar o dedicar algunos pocos minutos
diarios a la praxis de la meditación, nos ayudaría a retornar a nuestro
propio centro y descubrirnos desde el rostro del otro y del Otro, para
sentirnos vivos nuevamente. Por medio de estos significativos gestos de
gran simplicidad, podemos abrir nuestras existencias a un mundo de vida pleno
de sentido.
La complejidad de la vida empieza a
frenar su ritmo ensordecedor cuando la simplicidad nos introduce en el
auténtico silencio. Cuando el silencio invade el ruido y lo superficial de
nuestro entorno, entonces empezamos a ver la hondura de nuestras vidas, de
nuestro mundo y la altura de nuestras posibilidades como sujetos humanos
capaces de la trascendencia. El silencio es todo lo contrario a la
ausencia o la nada, pues es, en sí mismo, una forma de presencia del
Misterio. Su aparente vacío es lo que nos permite descubrir las propias formas
de relacionarnos con los otros, de asumir humanamente la realidad en la
que vivimos, sin que seamos sólo huéspedes de ella.
La simplicidad que nace del silencio
no es la insípida simpleza o simplificación de la vida. La simplicidad que
nace del silencio nos permite vivir centrados aún en el mayor de todos los
conflictos y las contradicciones. Esta simplicidad sólo se alcanza
partiendo del buen ánimo decidido a hacer de ella un hábito de vida y una forma
de estar conscientes en la cotidianidad. Bien sabemos que de todas
nuestras carreras, preocupaciones, deseos y fatigas sólo nos ha quedado el
cansancio. Incluso de todas las cosas que compramos y adquirimos a lo largo de
nuestras vidas, son sólo muy pocas, a veces ninguna, las que permanecen
realmente hasta el final porque pasan a ser auténticos símbolos
o memoriales vivos en nuestras historias de vida.
Las ideas de progreso y desarrollo que
han marcado la mentalidad moderna parecieran alejarnos continuamente de nuestro
punto de partida y auténtico origen. Nos han hecho caer en la vaga tentación de
pretender superarlo todo, a través de la ilusión mágica del olvido o del querer
dejar todo atrás y comenzar desde cero. Esta noción de superación personal que
se pretende informar en el sujeto moderno desde la creciente actitud a
sobreponerse a todo lo vivido anteriormente y, así, olvidar el pasado de las
historias personales sólo ha llevado a vivir en la mágica ilusión de querer
suplantar una cosa o alguien por otro u otra. Escasamente pensamos que el
progreso sea realmente retornar (al origen) y asumir (el presente), para crecer
(hacia el futuro) en la hondura de lo que nosotros somos como sujetos humanos,
con dignidad propia, a fin de estar así realmente presentes construyendo
nuestra historia personal y social, sin alejarnos de nuestro origen.
Todo temor es disipado en el amor, en
la confianza, en el retorno sobre sí mismo, en la medida en que nos abrimos a
los demás y a la realidad histórica, que es más amplia que cada uno de
nosotros. Sólo así podemos comprender que incluso el peor de los temores se
puede convertir en un maravilloso reto creativo, antes que en adversidad que
nos frustre y paralice. Sólo siendo capaces de confiar y amar es posible
entender que no estamos solos ni abandonados. En ese mágico y real momento las
aguas se calman y aparece nuestro verdadero rostro, el rostro del otro y el
rostro de Dios, transparentes en el reflejo de nuestras vidas. Es entonces
cuando se revela la propia hondura y la medida de nuestra humanidad. Éste es el
don de la vida que se nos revela al descubrir que en el silencio se desvela
nuestra presencia y prestancia como sujetos.
Podemos culminar esta breve reflexión
recordando las hermosas palabras de John Main: «La meditación es el camino
hacia el silencio, porque es el camino del silencio (…).Estar en silencio con
otra persona es una expresión profunda de confianza y seguridad, y es sólo
cuando nos falta seguridad que nos sentimos compelidos a hablar. Estar en
silencio con otra persona es realmente estar con esa otra persona. Nada es tan
poderoso construyendo una confianza mutua entre la gente que un silencio que es
cómodo y creativo. Nada revela más drásticamente la falta de autenticidad que
un silencio que no es creativo sino temeroso» (John Main, El camino de la
meditación, Convivium Press, Miami 2009, 112).
Tomado de: http://www.conviviumpress.com/es/newsletter
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