Por José Domingo Blanco, 18/09/2015
Antes, sólo era el nombre de un municipio zuliano. O la forma como se
designa a la colonia donde habitan las hormigas culonas. Pero hoy, además, es
un término que está de moda. Es la denominación que recibe la que, a mi juicio,
es la “profesión” mejor pagada en estos momentos: ¡Bachaquero! Un bachaquero
gana más que un profesor universitario, que un ingeniero recién graduado, que
un médico de hospital. Gana, mensualmente, hasta cinco veces más que cualquier
empleado cuya remuneración sea el sueldito mínimo decretado por el gobierno.
Los bachaqueros perciben mucho dinero sin necesidad –en la mayoría de los
casos- de pasar cinco años sentados en el pupitre de un liceo o una
universidad, sino el equivalente a cinco horas en la cola de un Bicentenario.
Irónico y surrealista como muchas de las cosas que ocurren en Venezuela.
Los bachaqueros son el producto de la distorsión del modelo económico
aplicado por este régimen. Bachaquear es, para orgullo de quienes lo practican,
un negocio redondo al que cada vez se suma más gente. Los bachaqueros son,
quizá, los buhoneros de antaño; pero, especializados, calificados y con el
control de las áreas de negocio en las que este sistema ha fracasado.
El bachaquero es un buhonero sin curriculum, al que el desgobierno le dio un pase VIP, o boleto de primera clase, con acceso privilegiado a los productos o servicios regulados que, por supuesto, son los más demandados y escasos. Por eso, se “profesionalizó” esta industria. ¿Cómo evitar que los bachaqueros hagan colas a las puertas de los automercados, farmacias, perfumerías, ventas de cauchos, ventas de baterías, ventas de materiales de construcción, si después de cinco horas, la ganancia es jugosa? Su modelo de negocio –circunstancial y cortoplacista- es, por ahora, exitoso. El bachaquero es un buhonero con doctorado en materia de comercio informal.
El bachaquero es un buhonero sin curriculum, al que el desgobierno le dio un pase VIP, o boleto de primera clase, con acceso privilegiado a los productos o servicios regulados que, por supuesto, son los más demandados y escasos. Por eso, se “profesionalizó” esta industria. ¿Cómo evitar que los bachaqueros hagan colas a las puertas de los automercados, farmacias, perfumerías, ventas de cauchos, ventas de baterías, ventas de materiales de construcción, si después de cinco horas, la ganancia es jugosa? Su modelo de negocio –circunstancial y cortoplacista- es, por ahora, exitoso. El bachaquero es un buhonero con doctorado en materia de comercio informal.
Para nada han servido las captahuellas. De nada sirve imponer los días
de compra según el terminal del número de cédula. Eso, lo único que ha logrado
es estimular la creatividad del bachaquero que, ante cada nuevo control
inventado por Nicolás y sus secuaces, se las ingenia para burlarlo y seguir
manteniendo el negoción. El bachaqueo se expande, y vistos los dividendos que
aporta, suma más adeptos.
Pero, al final ¿qué son? Pues, no son más que unos saqueadores del
país. Es lo que ha proliferado con este régimen. Porque es tan bachaquero el
que vende pañales o café con sobreprecio en un tarantín de Petare o Filas de
Mariche, como el que cobra comisión para tener acceso a dólares preferenciales,
cabillas para la construcción o boletos aéreos que permitan viajar, dentro o
fuera del país, con la aerolínea del Estado. Las historias de corrupción,
públicas y notorias, están allí y se multiplican.
El otro día conversaba con una persona dueña de una pequeña agencia de
viajes. Además de describir las peripecias que hace para subsistir, me relató
lo que -parece ser- es un secreto a voces: lograr un boleto en Conviasa, en
bolívares, para Europa, es relativamente fácil para quienes estén dispuestos a
pagar las “comisiones” que exigen quienes tienen acceso a la boletería. Algo
así como el “diezmo” que requieren algunas personas clave de la aerolínea por conceder
el “milagro” del ansiado ticket aéreo. Hechos de corrupción que se cometen en
las narices de quienes deberían ser los encargados de sancionarlas. Porque no
es normal que en una nación haya que “pagar” hasta diez veces más de lo que
cuesta un producto o servicio, solo por el hecho de que algún “vivo” decidió
hacer de eso su “gallinita de los huevos de oro”. Para eso es para lo único que
ha servido la regulación de precios: para que la demanda se incremente, el
producto o servicio escasee y los bachaqueros abunden.
Tan bachaquero es el militar o funcionario público que cobra para dar
buena pro, como el que vende papel toilette en la calle. El fin último es el
mismo: obtener dinero de manera fácil y rápida, en este momento tan particular
que vive Venezuela, donde la impunidad, los controles, las regulaciones y por
supuesto, el fracaso del modelo económico del chavismo-madurismo, así lo hacen
posible. Se ha expandido tanto el fenómeno del bachaqueo que hasta algunos
connotados políticos de la supuesta oposición, con tal de mantener su cuota de
poder, son capaces de negociar con el régimen. Es parte de esta dinámica
perversa en la que ambos se benefician.
¿Cómo vamos a erradicar estas prácticas que dan más dividendos que
estudiar una profesión? Esa es la verdadera distorsión. El golilleo, el
oportunismo, el matraqueo, el raspacupo, el buhonerismo, el rebusque, la
mendicidad, el bachaqueo no pueden convertirse en las principales capacidades
del venezolano; mucho menos los atributos del hombre nuevo miserable del que
tanto habló Chávez y que vemos en las calles, cada vez con más frecuencia. Otro
deplorable mérito de estos 16 años de revolución.
La máquina de producir limosnas está quemando sus últimos cartuchos. No
quiero imaginar siquiera lo que ocurrirá cuando se agote el pozo de donde
proliferan los chanchullos. No dudo que, en medio del desespero, lo que único
que presenciemos sea el más salvaje de los canibalismos.
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