Por Mitzy Capriles de Ledezma, 08/09/2015
Cada vez que salgo de mi Venezuela a cumplir la tarea de defender la
libertad de Antonio y la de todos los presos políticos, me encuentro con
muchísimos venezolanos que sufren en carne propia las vicisitudes del
emigrante.
Es como retroceder en el tiempo y recrearnos con aquellas escenas
compartidas con los musiúes que habían llegado a Venezuela desde todos los
confines del mundo. Es parte de nuestras raíces, como el caso que atañe a mi
esposo, cuyo padre llegó a San Juan de los Morros después de desembarcar en el
puerto de La Guaira procedente de un pequeño pueblo del sur italiano. Es el
tejido de nuestra propia historia forjada por descendientes de mujeres y
hombres de otras latitudes, tal como lo fueron Miranda, Bolívar, Vargas y
Andrés Bello, entre otros grandes.
Mi tío Miguel Ángel Capriles en una compilación titulada “Siempre habrá Venezuela“, dedicó un
capítulo a describir los desplazamientos de muchísimos venezolanos en viajes de
placer, y de las llamativas delegaciones -por lo numerosas- de los diferentes
gobiernos participando en cuanto foro o congreso se realizaba hasta en los más
apartados lugares del planeta.
Recuerdo a “Miguelito” llegar a casa mostrándonos la edición recién
impresa del vespertino El Mundo con un sugestivo titular: “Los alegres viajeros”. Nada que ver con las legiones de ciudadanos
que hoy sufren, como lo llegó a decir con su singular prosa el insigne poeta
Andrés Eloy Blanco, “el dolor de la
patria ausente”. Venezolanos que no hicieron maletas para salir a disfrutar
de viajes de placer, sino que como consecuencia de la crisis de todo orden, han
tenido que emular a los miles de gallegos, canarios, italianos, “turcos”,
colombianos, peruanos, ecuatorianos, chinos, etc., que poblaron nuestras
tierras desde 1939. Ahora somos nosotros los que buscamos cobijo en otros
lares.
Fernando Gerbasi, destacado diplomático venezolano compartió conmigo el
palco de honor del Senado español, desde donde vivimos la emoción de ver y oír
a los representantes del pueblo ovacionar la lucha que llevan adelante los
venezolanos en pos de la restauración plena de nuestra democracia. Fernando me
comentó con sus ojos aguachinados el poema de su progenitor Vicente Gerbasi, “Mi padre el inmigrante”. Allí- decía
orgulloso Fernando- “mi padre hizo un himno a millones de seres que dejaron sus
aldeas para dirigirse a las más diversas regiones del mundo”. Eso es lo que
hacen hoy muchísimas familias venezolanas.
La semana pasada, mientras conversaba en “El arepazo” con venezolanos
exiliados en Miami, una joven me entregó un papelito que contenía unas
reflexiones de Rómulo Betancourt relatadas por Germán Carrera Damas. Según
Betancourt “la del exilio es la más dura de las penas, porque convierte la
libertad en una prisión que no solo resta de la vida sino que obliga, a quien
sufre tal pena, a un cotidiano recomenzar en el que danzan el recuerdo y la
añoranza, al son de una esperanza que parece poner más empeño en desvanecerse
que en realizarse”.
Rómulo Betancourt estaba siempre pendiente de los emigrantes. Fueron
numerosos los mensajes a sus compañeros de la emigración, como el dado desde
San José de Costa Rica en 1930, desde donde llegó a plantear un compendio de
ética política del exiliado. Betancourt animaba a los venezolanos en el exilio
“a no sentirse paria bajo ningún cielo porque no se es extranjero en ningún
país si nos mantenemos dinámicos, activos y altivos”.
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