Por Ricardo Penfold
Los tres expresidentes que
participaron en el proceso de diálogo entre la oposición y el gobierno
entregaron a los opositores el documento Acuerdo de convivencia
democrática en el que presentaron varios puntos a ser considerados
para reactivar las negociaciones. Llamó particularmente la atención el capítulo
sobre el endeudamiento:
1. “Revisar por parte de la
Asamblea los acuerdos de financiamiento suscritos por el Gobierno Nacional con
miras a lograr su aprobación para promover el desarrollo de la economía
nacional”.
2. “Explorar la voluntad para
que la Asamblea Nacional apruebe el Presupuesto y Ley de Endeudamiento de forma
tal que se logre normalizar la gestión financiera y el papel fiscalizador de la
Asamblea”.
3. “Una vez restablecida la
relación entre el Ejecutivo y el Legislativo, se podría considerar la
posibilidad de un acto jurídico por el que la Asamblea Nacional se compromete a
honrar los compromisos financieros de la República”.
Los facilitadores —se asume
que a petición del gobierno— le piden a la oposición que la Asamblea Nacional
apruebe el endeudamiento y garantice el pago de la deuda. Si bien no es
potestad de la Asamblea garantizar el pago de la deuda, la solicitud deja en
evidencia que los acreedores del gobierno no se sienten cómodos concediendo
nuevos préstamos sin la aprobación del Poder Legislativo. Al gobierno se
le agotaron las fuentes de financiamiento y necesitan del Parlamento.
A los actuales precios del
petróleo, manteniendo las IMPORTACIONES a
los mismos niveles que en el 2016 y con 10 mil millones de dólares en servicio
de bonos de deuda externa, se estima que el gobierno tendrá una brecha de
financiamiento externo de cerca de 3.500 millones. Sin préstamos externos el gobierno
tendrá que vender activos (no está claro cuántos quedan) y van a estar
obligados a contraer las importaciones aún más para servir la deuda externa. El
gobierno ha mostrado una impresionante disposición a pagar la
deuda (willingness to pay) porque temen que
un default conlleve al secuestro de las exportaciones petroleras por
parte de los tenedores de bonos en deuda externa. Les aterra que en Venezuela
se repita la experiencia Argentina después del default.
Antes de las últimas
negociaciones, la oposición tenía un arma poderosa que obligó al gobierno a
sentarse en la mesa: la calle. Pero la perdió durante las negociaciones al
decidir enfriarla y no mantenerla viva. La consecuencia es evidente: el
gobierno evitó el referéndum revocatorio, la popularidad de la oposición se
desplomó, no hay salida electoral creíble y la desesperanza arropó al país.
Ahora, el gobierno necesita a
la Asamblea para acceder a préstamos internacionales. Esto le otorga a
la oposición un instrumento de negociación muy valioso en una nueva
ronda que pasaría por ofrecer al régimen la autorización de endeudamiento a
cambio de:
1. La liberación de los presos
políticos
2. La renovación del Consejo
Nacional Electoral (CNE) y del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ)
3. Elecciones regionales en el
2017 y presidenciales en el 2018.
Sin un CNE y TSJ renovados no
hay garantía de que el gobierno cumpla con lo prometido y podría utilizar
nuevamente las instituciones para perpetuarse en el poder. La oposición debe
dejar claro que si no se accede a las peticiones constitucionales no habrá
autorización de endeudamiento. El diputado José Guerra ha sido contundente en
sus declaraciones: sin la autorización de la Asamblea el endeudamiento es
ilegal.
El gobierno no estará
dispuesto, sin embargo, a ceder la mayoría del TSJ o el CNE (mayoría que no
tendría de haberse respetado la Constitución) por miedo a ser víctima de los
mismos abusos institucionales con los que han sometido a la oposición y al
país. Por tanto, la oposición debería estar dispuesta a ceder, para garantizar
la participación del gobierno, un CNE y un TSJ donde ambas partes tengan una
representación balanceada y donde se garantice la neutralidad.
Esta parecerá una propuesta
ingenua ante un gobierno que ha mostrado estar dispuesto a pagar costos muy
elevados para mantenerse en el poder. Habrá también en el oficialismo quienes
propondrán no sentarse a negociar, pero esta sería una estrategia con
resultados muy inciertos para su gestión. Está claro que les conviene aceptar
la propuesta, en virtud de que sin financiamiento externo el colapso económico
se agravará, el país entrará en default (a menos que los precios del
petróleo aumenten significativamente), los flujos petroleros y el control de
PDVSA estarán en riesgo —aumentando la posibilidad de un estallido social—, y
el apoyo militar podría llegar a su límite. La negociación les da la
oportunidad de mantenerse en el poder hasta las elecciones presidenciales del
2018 y, si logran normalizar la situación económica, hasta de ser reelectos.
Con este arreglo, la Asamblea
tendría nuevamente la capacidad de legislar y de empezar a ejercer los debidos
controles de un sistema democrático, con un CNE y un TSJ que garanticen
imparcialidad. Venezuela sería un país más normal, con funcionamiento electoral
y el chavismo conservaría su espacio dentro de la política del país. Con
esta propuesta, la oposición le presentaría a Venezuela una salida muy clara
que contaría con el apoyo internacional y el de la mayoría del país.
Si el gobierno no la acepta,
quedaría en mayor evidencia su carácter autoritario, la población seguiría
sufriendo el vértigo y la angustia que produce la caída libre de una economía
ya en aprietos.
04-02-17
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