Ismael Pérez Vigil 09 de febrero de 2020
Al
escribir estas líneas aún no ha concluido el periplo de Juan Guaidó, que ya se
puede calificar como un rutilante éxito –al menos en lo que se refiere a
terminar de desenmascarar el régimen venezolano– tras ser reiterado el apoyo
internacional que tiene como presidente de la única institución democrática,
legitima e independiente del país: la Asamblea Nacional, ser reconocida su
condición de presidente encargado y lograr un mayor respaldo y reconocimiento
internacional para toda la oposición venezolana, incluida aquella que lo adversa
y que tiene desatada contra él una verdadera guerra sucia, disfrazada de
“critica necesaria”.
Muchos
de estos “críticos” utilizaron sus redes sociales o los espacios radiales,
televisivos o de prensa escrita, nacional e internacional, a los que tienen
acceso, negaron a Guaidó “el pan, la sal y el agua”, apostaron al fracaso de la
gira, sembraron dudas e infundios, o simplemente se burlaron de los esfuerzos,
particularmente por no haber sido recibido por el presidente de España. Ni que
decir todo lo que especularon sobre su visita a Washington y si habría de ser
recibido o no por el presidente de los Estados Unidos. Tras lo ocurrido el 5 de
febrero en el Congreso norteamericano, solo las mentes mezquinas y pequeñas no
ven el éxito de la gira; y la mezquindad se manifiesta también en aquellos que
la criticaron y ligaron al fracaso y ahora, sin reconocer su equivocación (en
Venezuela nunca, nadie, reconoce sus errores o se disculpa), aunque sea
tardíamente, tratan de “subirse al carro de la victoria” y arrimar la brasa
para su gastada sardina.
Durante
estas semanas hemos visto como arreciaron las críticas negativas a Juan Guaidó,
a la gira como tal, a su gestión durante el 2019 en la conducción de la
política opositora; también hemos visto y oído críticas a la llamada “oposición
oficial” y a la AN por no haber logrado el objetivo central del cese de este
régimen de oprobio. “La crítica siempre es necesaria”, justifican, aun la
negativa, amarga o injusta y debe ser bienvenida; de acuerdo. Pero una cosa es
la crítica y otra muy distinta es la difamación, el intento de destruir a la
persona o su reputación. Pero ya sabemos que, al parecer, para algunos, solo es
posible crear su espacio político denigrando y destruyendo el de los demás.
No
hablo, en esta ocasión, de participar o no en las elecciones parlamentarias,
–que a muchos también les suenan fantasiosas, he de reconocerlo– a pesar de que
yo creo que hay que hacerlo, como he dicho, como política opositora unitaria. A
lo que me quiero referir con las propuestas que Juan Guaidó habrá de formular
al regreso de su gira, es a propuestas que vayan en el sentido de acompañar al
pueblo en la búsqueda de una salida a la miseria en la que vivimos.
Estoy
consciente de que no es este el espacio para delinear estrategias o tácticas
opositoras, pero sí lo es para esbozar algunas ideas y orientaciones para la
reflexión. Aunque es lógico que se aguarde ansiosamente el regreso de Juan
Guaidó, no se debe esperar la llegada de un mesías, de un iluminado o de un
caudillo populista, de la misma calaña que los que han asolado esta tierra. No
esperemos que Juan Guaidó traiga una especie de bálsamo milagroso o que acuñe
un nuevo mantra para resolver la situación crítica del país. Esperemos más bien
el regreso de un líder político, que tenga la disposición de lo dicho más
arriba, de comprometerse con su pueblo, en acompañar al pueblo, a encontrar una
salida a la profunda crisis económica, social, –humanitaria, en síntesis–, que
todos estamos padeciendo.
Ya
es momento de que se ofrezca algo que nos ha faltado como opositores a este
régimen de oprobio: alternativas viables para la superación de la penuria
económica a la que nos han arrastrado, que van mucho más allá del cese de la
usurpación, aunque obviamente la contienen.
Tenemos
suficientes diagnósticos, estamos conscientes y hemos evaluado, descrito y
denunciado las causas profundas que nos han llevado a la desgracia en que
vivimos: la destrucción de la industria del país, –toda, la petrolera, la
minera y la manufacturera–; y las consecuencias de esto en la generación del
brutal desempleo, en la caída del salario, del ingreso y el poder de compra de
los venezolanos, en la escasez de alimentos, en el deterioro de los servicios
básicos y todas las innumerables penurias que padecemos y que sería largo y
tedioso de enumerar. La fase de denuncia, siempre necesaria, debe continuar,
pero debe avanzar hacia una fase de propuestas más concretas, pero realistas.
Ya
no basta con decirle al pueblo que la solución es la salida del poder del usurpador
gobernante y la “élite” corrupta que nos mal gobierna; ni siquiera es
suficiente con decir la fórmula que se propone –intervención externa, militar
interna o la vía electoral, la que yo apoyo–; es necesario producir un
discurso, una narrativa, que entusiasme y lleve a ese pueblo a seguir a los
líderes opositores y a comprometerse en la búsqueda de la solución.
Tampoco
creo, es mi opinión, que esa narrativa se deba centrar en temas como:
corrupción, falta de democracia y libertad, falta de transparencia en la
gestión pública y temas similares, por más que estemos de acuerdo en que todos
esos males son parte de las causas profundas de los problemas que nos aquejan y
sea indispensable encararlos como parte de una solución definitiva.
Pero,
frente a un pueblo agobiado por lo cotidiano, por buscar ingresos para su
familia, alimentos que poner en la mesa, medicinas; asediado por la falta
seguridad personal y para los suyos, por la falta de gasolina para desplazarse
o de gas para cocinar, por la falta de electricidad y agua; ante tanta penuria,
concreta, que se siente en la piel, hablar de la falta de transparencia, de
democracia o de la corrupción, no creo que sea la fórmula para lograr el
entusiasmo y el acompañamiento popular, masivo, necesario para la gestión del
cambio.
Y
creo que algunas encuestas así lo señalan: que menos del 1% de la población
cree que la corrupción es un problema, mientras que más del 25% y hasta el 30%
piensan que la falta de alimentos y la economía sí son los problemas graves del
país.
En
otras palabras, ya es hora de que el discurso opositor, se centre en la
economía y la alimentación, que parecen ser los problemas que más angustian e
interesan a la gente. Y en todo caso, hay que explicar, ligar, el tema de la
corrupción, la falta de la transparencia, e incluso la falta de democracia,
como causas del deterioro económico y demostrar que son las razones por las
cuales no hay recursos para producir e importar comida, para tener agua, gas y
electricidad, que son las cosas que la gente siente como carencias.
Ese
discurso, debe ir acompañado con alternativas de política y movilización que
sean “asequibles”, posibles, para que la gente se incorpore. Debe ir acompañado
también de una “narrativa”, de una “historia” que explique cómo los populistas
de todo pelaje –como los que nos mal gobiernan– nos han separado, desviado,
conducido con su promesas falsas e inútiles a la situación en la que nos
encontramos. No es tarea fácil. Lo han dicho muchos y muchas veces, el discurso
populista –ese que dice: “tú eres pobre porque otros, los ricos, los
empresarios, te han quitado la riqueza que es tuya y que tu mereces; pero aquí
estoy yo para restablecerte tus derechos…”–, es un discurso muy poderoso, que
tiene siglos predicándose y diseminándose, mutando como un virus, que resiste y
se adapta, adquiriendo diversas formas según la época.
Por
eso, no podemos esperar que Juan Guaidó llegue con una propuesta como si se
tratara de un milagroso elixir, un nuevo mantra, que al no alcanzar resultados
–pues no hay tal cosa como resultados rápidos y mágicos–, se convierta en una
fraseología hueca, que en poco tiempo tengamos que estar lamentando. Falta
trecho por recorrer y no será fácil, pues son muchos los errores cometidos. No
sigamos cometiendo más, rompamos de una vez el circulo vicioso –promesas
fáciles-dificultades-frustración–. La solución a la salida de esta dictadura no
está a la vuelta de la esquina. Se trata de encontrarla, es un proceso y se
trata de acompañar al pueblo en ese proceso.
Ismael
Pérez Vigil
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