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sábado, 13 de julio de 2019

Multimillonario brasileño se muda a Roraima para ayudar a migrantes venezolanos, por @paulacramon




Paula RAMON 11 de julio de 2019

Para los brasileños, Carlos Wizard Martins es un empresario hecho a sí mismo que entró al club Forbes en 2014, pero los migrantes venezolanos a quienes ayuda en Brasil ven en este multimillonario algo más valioso: una oportunidad para comenzar de nuevo.

Martins, de 62 años y casi retirado de los negocios, se mudó en agosto de 2018 con su esposa de Sao Paulo a Boa Vista, capital del fronterizo estado de Roraima, para cumplir una misión asignada por la iglesia mormona de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, que frecuenta desde que era adolescente en su natal Curitiba, en el sur de Brasil.

El mayor de siete hijos de un chofer y una costurera había vivido en carne propia, aunque por decisión propia, lo que era llegar sin nada a otro país, cuando a los 17 años se fue por dos años a Estados Unidos. Pero nunca ha administrado una red migratoria.

“Muchas veces me siento como empleado de un centro de llamadas”, dice sonriendo y mostrando las decenas de mensajes que recibe de sus voluntarios en su Whatsapp.

Brasil, que no era destino común para los venezolanos, ganó atractivo por la frontera terrestre entre ambos países y por la flexibilización de trámites para legalizarse.

La llegada de más de 120.000 venezolanos a Brasil desde 2016 ha transformado Pacaraima y Boa Vista, las ciudades más próximas a la frontera, enclavadas en el norte del país. Trece refugios dan cobijo allí a casi 7.000 migrantes, mientras otros miles duermen en las calles.

“Sin gastar un centavo”

Martins, dueño de un conglomerado de más de 20 empresas, defiende como solución trasladar estos migrantes a otros estados para aumentar sus oportunidades y evitar la sobrecarga de Roraima.

El gobierno brasileño desplegó una operación con la que ha transportado a 8.755 venezolanos desde febrero de 2018. Martins y su red de voluntarios, otros 3.000 desde agosto del mismo año.

“Lo hicimos sin gastar un céntimo”, afirma.

Para acelerar el proceso cerró un acuerdo para utilizar los asientos vacíos de las tres aerolíneas que viajan desde Boa Vista.

Como si armase un rompecabezas social, Martins analiza el perfil de cada familia para recolocarla gracias a su red de voluntarios que apoya a los migrantes hasta que consiguen trabajo. En 90% de los casos esto ocurre en 60 días, dice.

Asistencialismo: diferencia cultural

El empresario, que hizo gran parte de su fortuna al vender su red de escuelas de inglés Wizard, dice haber recibido una lección de humildad en esta misión, la tercera que realiza para la iglesia en 50 años como feligrés. Pasa desapercibido en las calles de Boa Vista y es conocido por los venezolanos a los que ayuda como “el hermano Carlos”.

“Es un hombre muy generoso, impresiona cómo es capaz de hacerte sentir que todo estará bien”, dice Alfredo Muñoz, un exguarda de seguridad de Caracas que llegó a Brasil con su esposa y dos hijos y que ahora está en Sao Paulo gracias a la red de Martins.

Muñoz aún no ha conseguido trabajo pero tiene documentos y vive en un apartamento de un cuarto con la ayuda de la iglesia.

Martins insiste en que este proceso no puede tener una visión asistencialista, concepto que él ve arraigado en los venezolanos que ayuda.

“Tenemos una casa de apoyo donde los migrantes se quedan algunos días. Ellos nunca apagan la luz, porque como en Venezuela ya no la pagaban no ven el costo; igual con el agua o el gas, les tenemos que explicar (…) Venezuela es un asistencialismo total”, dice.

Martins, padre de seis hijos, visitó 45 países pero nunca puso un pie en Venezuela. “Ni en la frontera”, subraya riendo.

Ya más serio, dice ser criticado a diario por ayudar a venezolanos y no a brasileños pobres. A lo que replica: “No se puede perder la perspectiva. El pobre siempre existió y siempre va a existir, pero un refugiado está llegando aquí con la ropa del cuerpo (…) Es una situación de alta vulnerabilidad”.

La misión de Martins termina en junio de 2020. A medio camino se considera “satisfecho”, pero para ampliar la escala de su red creó recientemente en Brasilia un frente interreligioso. “Si una iglesia refugia a 3.000 personas, con diez, vacío los refugios”.


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