Fernando Mires 31 de diciembre de 2013
Desde hace más de un decenio, cuando
se trata de realizar un balance y situar las perspectivas para el año entrante,
los comentadores latinoamericanistas han estado de acuerdo en dos puntos:
1. Los regímenes de orientación
electoral han impuesto su hegemonía sobre las dictaduras militares de las
cuales Cuba es su único -aunque quizás no último- reducto.
2. Entre los regímenes electorales ha
sido establecida una suerte de rivalidad. A un lado, el proyecto autocrático,
estatista y proto-militar liderado por el chavismo desde Venezuela. Al otro,
las democracias liberales del continente. Aunque los gobernantes, por obvias
razones diplomáticas niegan dicha rivalidad, esa ha sido, es, y -por un tiempo
indeterminado- será, la contradicción política fundamental de América Latina.
También la mayoría de los analistas ha
estado de acuerdo en que la primera corriente mantenía un ritmo ascendente. Sin
embargo, la noticia de 2013 es que la corriente menos democrática ha sido
revertida por primera vez. No el autocratismo sino la democracia política
tiende a establecer supremacía continental. Sin duda, una muy buena noticia
Algunos regímenes autocráticos no han
sufrido mermas. Ortega en Nicaragua ha reestablecido las estructuras
somozistas, y al igual que el antiguo dictador, ha ligado la economía de su
país a los dictados del FMI, pero en nombre de la revolución. El bloque que
llevó a Evo Morales al poder no muestra grietas profundas, solo uno que otro
desgaste. Y el reelegido Rafael Correa parece ser el último caudillo
decimonónico del continente. Pero ninguno de esos países posee condiciones para
ejercer un liderazgo continental. En el caso más óptimo solo conforman la
periferia del ALBA.
Y bien, esa federación ideológica
llamada ALBA ha terminado 2013 con su núcleo central definitivamente
deteriorado.
El proyecto declarado de Raúl Castro
ya no es el comunismo sino un capitalismo de Estado basado en la
superexplotación intensiva de la fuerza de trabajo, sujeta a la dominación de
un régimen corporativo en cuya cima se ubica la alianza entre el Ejército y la
burocracia civil (Partido). El proyecto de Maduro, a su vez, apunta a
fortalecer el Estado rentista y a destruir el aparato productivo, sobre la base
de una alianza de poder similar a la cubana, a saber, la burocracia del
Partido-Estado (PSUV) y un ejército cuyos generales engordan gracias a la teta
petrolera (¿Junta Cívico-Militar?)
La diferencia entre ambos
regímenes es que el venezolano no ha logrado en 15 años lo que logró el joven
Fidel Castro en dos meses: destruir a la oposición políticamente organizada.
Venezuela ya no es el centro del ALBA, al contrario, es el eslabón político más
débil de la cadena autocrática. Ni las elecciones presidenciales del 14-A, ni
las alcaldicias del 8-D, permiten al post-chavismo cantar gritos de victoria
final. Todo lo contrario.
El proyecto autocrático carece de
liderazgo continental. Ni Cuba ni Venezuela ofrecen una nueva utopía. Ni
siquiera un modo viable de gobernabilidad. Tan repelentes han llegado a ser que
incluso Zelaya, otrora peón de Chávez, debió distanciarse retóricamente del
chavismo en las elecciones que su esposa perdió en la ex albista Honduras. Y al
igual que Honduras, Paraguay consolida una democracia de orientación
"centro-derecha" y su adiós al "socialismo del Siglo XXl"
parece ser definitivo.
Incluso Argentina cuya presidenta
coqueteaba con el chavismo, da muestras de dinamismo democrático. Las
elecciones parlamentarias de 2013, mas una creciente movilización cívica,
apuntan hacia la formación de un peronismo renovado. En cualquier caso, la
reelección presidencial -marca de fábrica de toda autocracia- parece ser ya un
objetivo casi imposible de alcanzar para Cristina Fernández.
Por cierto, Argentina continuará
siendo peronista –es más fácil que el Vaticano deje de ser cristiano a que
Argentina abandone el peronismo-. Pero, y es al fin lo importante, nunca el
peronismo ha sido igual a sí mismo.
2014 será decisivo en Venezuela. Por
primera vez un año sin elecciones en un país en el cual la oposición, a pesar
del más atroz ventajismo electoral, ha llegado a ser mayoría en las áreas más
pobladas. Los estallidos sociales -producto de la política económica practicada
por el dúo Chávez-Giordani y continuada por Maduro- seguirán apareciendo por
doquier. Si la oposición logra conservar su unidad básica, y si además
desarrolla un fuerte trabajo social para otorgar así formato político a las
luchas reivindicativas, podrá convertirse en una verdadera alternativa de
poder. Todavía, hay que decirlo, no lo es. Venezuela vive ese difícil momento
en el cual un gobierno no sabe gobernar y la oposición no puede todavía
gobernar.
Las necesarias adaptaciones que
requiere una práctica política no electoral, en el marco determinado por un
gobierno que controla todos los poderes fácticos, solo podrá ser posible en
Venezuela si la oposición, en aras de su propia unidad, logra neutralizar, y en
lo posible desembarazarse, de una delgada franja golpista y militarista cuyos
adalides ven en la MUD y en Capriles a sus enemigos mortales. Esa derecha
endógena -existe por cierto en todos los países latinoamericanos- ya ha causado
en Venezuela mucho daño. Es la misma derecha fanática que hoy sueña con calles
ensangrentadas y asonadas militares. Se trata, para decirlo claro, de una
derecha que no suma; por el contrario, resta. Sobre todo resta en momentos en
donde la tarea más importante de la oposición será la de obtener un perfil no
solo democrático -ese ya lo tiene- sino acentuar su representación social entre
los sectores más empobrecidos del país.
Que el bloque de naciones democráticas
haya crecido en América Latina no significa que han sido creadas condiciones
irreversibles. Todo lo contrario: Hay países en los cuales sus gobiernos
caminarán sobre cuerdas muy flojas durante 2014. Dos de ellos son por el
momento los más desafiados: Colombia y Chile.
Si a través de diálogos e inevitables
enfrentamientos el gobierno colombiano logra desarmar a la mal llamada
guerrilla, distanciándose a la vez de opciones militaristas como son las que
representa el ex presidente Uribe, la contribución colombiana al proceso que
llevará a América Latina hacia la democracia plena, será enorme.
En Chile a su vez, todos saben que la
gobernabilidad de Bachelet será tan difícil como fácil fue su elección. Si el
gobierno logra la tarea de sentar las bases para una economía social de mercado
sin que sean deteriorados los fundamentos del Estado de derecho, los mismos que
tantos sacrificios costó obtener, y a la vez, si Bachelet logra realizar ese
objetivo sin que se caigan los naipes de una baraja que agrupa desde democristianos
a comunistas, estaremos frente a una verdadera obra de joyería política. Si no
es así, será lamentable para una Mayoría que no es tan Nueva.
El crecimiento económico de América
Latina continúa, aunque a ritmo más pausado. Los problemas de hoy son más bien
de naturaleza política. ¿Cómo lograr cierta equivalencia entre la
producción de bienes materiales y la producción de bienes políticos? El caso
peruano parece ser sintomático. La economía camina bien sobre las cifras, a
pesar de cierto lógico retroceso. Pero casi toda las noticias que llegan desde
Perú son sobre escándalos y casos de corrupción. Solo Brasil y Uruguay parecen
estar atravesando el umbral que lleva del desarrollo económico a un desarrollo
político sustentable. Dilma Rousseff ha demostrado en momentos de crisis ser
una excelente administradora del capital lulista y José Mujica ha sabido
combinar gestos populistas con un acentuado liberalismo político y un evidente
pragmatismo económico.
Naturalmente estamos hablando de
democracias imperfectas. ¿Pero no sería una democracia perfecta todo lo
contrario a una democracia? La democracia vive de la lucha en contra de sus
imperfecciones. Solo las dictaduras son perfectas
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