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lunes, 5 de febrero de 2018

El éxodo indígena de Venezuela, por @yorija



Weildler Guerra 04 de febrero de 2018

Los miembros de los pueblos indígenas de Venezuela también se están marchando hacia otros países. Siguiendo la zona costera del Caribe, a través de las cordilleras andinas o surcando largos trayectos fluviales y selváticos, miles de indígenas de los grupos yukpa, wayúu y warao se marchan hacia Colombia, Guyana y Brasil. La grave situación humanitaria que golpea a los venezolanos parece ensañarse aún más con este tipo de población vulnerable ante la carencia de alimentos y medicinas, la presencia alarmante de enfermedades como la tuberculosis, el VIH o la oncocercosis, y a los efectos contaminantes y violentos de la minería ilegal.

El éxodo venezolano adquiere formas heterogéneas en cada sector fronterizo. En Cúcuta, decenas de miembros del pueblo yukpa provenientes de Machiques y de la serranía del Perijá se han establecido en el área urbana de esta ciudad, lo que origina fricciones con la población receptora por el vertimiento de desechos humanos en el espacio público y por roces de carácter intercultural. En el caso de la frontera guajira el retorno de decenas de miles de indígenas wayúu hacia el lado colombiano es menos detectable y cuantificable dado que estos no cruzan por los pasos de control fronterizos habilitados, como Paraguachón, sino que retornan directamente a sus lugares de origen a través de decenas de trochas del desierto. La península, vista integralmente, es considerada su territorio ancestral, no importa de qué lado se haya nacido, ni la jurisdicción formal de cada país. Sin embargo, la presencia de nuevos ocupantes del territorio agrava la de por sí ya delicada situación humanitaria de las familias wayúu en el lado colombiano de la península e implica una carga adicional para los entes territoriales en materia educativa y de salud. Adicionalmente, en ciertos casos se han revivido viejos conflictos interfamiliares y también se registra la presencia de jóvenes indígenas muy experimentados en las densas y osadas prácticas de la delincuencia urbana venezolana.

En el lado amazónico la situación de los indígenas es aún más grave. Los warao del delta del Amacuro recorrieron unos 925 kilómetros en sus canoas para llegar al norte de Brasil y luego se trasladaron otros 930 kilómetros para alcanzar Manaos. Hoy se encuentran centenares de miembros de este pueblo amerindio en esta ciudad brasilera y, en Boavista, muchos de ellos alojados en campamentos improvisados se encuentran enfermos y dependientes de la caridad pública.

En Colombia algunos ciudadanos afectados por los efectos no deseados de la migración venezolana comienzan a exasperarse y a adoptar actitudes hostiles hacia esta población. Es un hecho que para los dos países la situación es nueva. Colombia no tiene una tradición como país receptor de migrantes y, al mismo tiempo, los venezolanos se ven por primera vez obligados al éxodo. Ello se refleja en lo que una mujer indígena dijo a la BBC: “Cualquier sitio es mejor que Venezuela”. Y otra añadió, de manera dramática: “Primero pedíamos limosna en las calles de las ciudades venezolanas, pero luego aquellos que nos proporcionaban ropa y alimentos se volvieron tan pobres y tan mendigos como nosotros”.

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