MIBELIS ACEVEDO DONÍS 06 de febrero de 2018
@Mibelis
“¡Estoy
ansioso por criticar tantos prejuicios que la sociedad ha entronizado como
creencia para caracterizar, denigrando, la idea de la política y la seriedad de
su práctica! (…) Es esta sociedad la que concibió estos prejuicios, la que los
ha hecho propios y ajenos, la que tira la piedra de su moralismo y luego
esconde la mano de su responsabilidad”. Así sonó el clamor de Luis Castro
Leiva, quien como orador de orden ante el Congreso por la conmemoración de los
40 años dela caída de Pérez Jiménez, prevenía en 1998 sobre las ronchas de ese
añoso veneno inoculado en las venas de la república: el barrunto de que la
política y los políticos son “sucios” y que por tanto había que prescindir de
ellos si queríamos adecentar al país(una narrativa afín al atavismo mesiánico
que cobraba cuerpo, a la demanda de un líder sin mácula ni pecados públicos, y
al mismo tiempo coartada para el rebrote de la autoritarismo; la historia se
encargó de evidenciarlo).En la voz del orador viaja su angustia: mientras
vivamos a merced de esa Escila cuyo colmillo filudo se clava en el ethos,
nuestra civilidad está en riesgo. “Y es que el desprecio de la política es un
hecho social demasiado grueso y negligente como para pasarlo por alto;
demasiado ominoso para no verlo a la cara”.
Rechazo
al diálogo, maniqueísmo, descalificación del contrario…la confusión respecto al
ejercicio de la crítica en el ámbito de la polis gana terreno desde entonces.
Pero lo tremendo es ver cómo los modos de un régimen despótico que bebe de la
dañosa fuente de la antipolítica, lejos de ser combatidos y desactivados, se
saltan la barda para instalarse en el cortijo de los opositores. Lindezas como
“traidores”, “vendidos”, “ficha de fulano” bailan desnudas y desatadas en los
fallidos debates de redes sociales, mostrando sus feas deformidades y su
vacuidad, todo mientras los mandones se solazan en el destrozo: recordemos que
a las tiranías-apunta Hannah Arendt- les conviene arruinar “el estar juntos de
los hombres”, pues “se basan en la experiencia fundamental en la cual estoy
completamente solo, que es la de estar indefenso, incapaz de recabar la ayuda
de mis congéneres”.
Por lo
visto, la rabia no nos deja catar nuestros espléndidos autogoles. La
exacerbación de la emocionalidad maleando todo intercambio -una cueva oscura en
la que Chávez nos introdujo y que evita que podamos distinguir entre la
realidad y sus sombras- bloquea la palabra y su poder transformador, espanta la
piedad y hasta el más llano sentido común, ese que dice que sin unidad,
articulación y respaldo mutuo no podremos salir enteros de estos infiernos.
Antipartidismo e inmediatismo hacen impúdica fiesta en los corazones de los
desesperados, tanto que incluso encuentran a cómodo en el ánimo de cierta
dirigencia que alguna vez apostó al rescate de la política, mediante los medios
de la política.
Después
de viejos, viruela. En lugar de aferrarse a esa sana praxis, la del hablar y
actuar juntos, y convencerá partir del logos, favorecer la estrategia de lucha
de largo plazo, preservar las instituciones que resisten, defender el voto y la
supervivencia de los partidos (entendiendo que frente al autoritarismo importa
especialmente que la sociedad opóngalo democrático, esa toma de conciencia
popular, masiva de su propia fuerza, como decía Manuel Caballero)algunos optan
por activarse sólo desde el pathos, confundiendo liderazgo con queja, rebeldía con
ciega testarudez, persuasión con rústico trasteo de lo afectivo. La impronta
del caudillo de-Biblia-en-mano sigue susurrando al oído. Olvidan que de un
líder se esperan hoy manifestaciones que trasciendan la simple opinión de la
calzada (algo más que “lo urgente es salir de la dictadura“), claridad para
avizorar rutas viables y empujar acuerdos plurales e inclusivos, disposición
para adaptarse al cambio o escuchar aquello que no le complace; talento para sustentar
y comunicar su visión, -y conectarla con la de la mayoría-gestionar con
destreza el conflicto o lidiar a punta de “virtù” con la incertidumbre, con el costo
de las decisiones que el “aquí y ahora” obliga a tomar. “A un líder no lo
define la voluntad de serlo (…) sino los resultados de lo que hace”, dice
Felipe González: resultados que en medio de nuestras limitaciones y visibles desgarros,
deberían apuntara armonizar posturas y juntar potencialidades que por dispersas
no terminan de coronar en fortaleza.
Sería
trágico admitir que vivir por tanto tiempo bajo el mazo de la antipolítica ha
logrado desdibujarnos del todo. ”Si miras mucho a un abismo, el abismo
terminará por mirar dentro de ti”, alertaba Nietzsche…¿cómo luchar largamente
contra un monstruo sin adoptar sus formas, cómo tratar a diario con el mal sin
acabar contaminado por él? Son preguntas que como sociedad toca formularnos, y
que a los líderes -conscientes de lo que se juega en estas horas procelosas-
corresponde descifrar con responsabilidad, con hechos, muy al tanto del
equívoco por desandar y del carril que urge retomar.
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