Francisco Fernández-Carvajal 31 de marzo de 2019
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Necesidad de la oración. El ejemplo de Jesús.
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Oración personal: diálogo confiado con Dios.
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Poner los medios para rezar con recogimiento y evitar las distracciones.
I. Estaba
Jesús orando en cierto lugar...1.
Muchos pasajes del Evangelio muestran a Jesús que se retiraba y quedaba a solas
para orar2; y se pone particularmente de relieve en los momentos más
importantes de su ministerio público: Bautismo3,
elección de los Apóstoles4,
primera multiplicación de los panes5,
transfiguración6,
etcétera. Era una actitud habitual de Jesús: «A veces, pasaba la noche entera
ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros
discípulos la figura de Cristo orante!»7.
¡Cómo nos ayuda a nosotros!
En
esta Cuaresma podemos fijarnos especialmente en una escena que contemplamos en
el Santo Rosario: la oración de Jesús en el Huerto. Inmediatamente antes de
entregarse a la Pasión, el Señor se dirige con los Apóstoles al Huerto de
Getsemaní. Muchas veces había rezado Jesús en aquel lugar, pues San Lucas
dice: Salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos8.
Pero esta vez la oración de Jesús tendrá un matiz muy particular, porque ha
llegado la hora de su agonía.
Llegado
a Getsemaní, les dijo: Orad, para no caer en tentación9.
Antes de retirarse un poco para orar, el Señor pide a los Apóstoles que
permanezcan también en oración. Sabe Jesús que se acerca para ellos una fuerte
tentación de escándalo al ver que es apresado su Maestro. Se lo ha comunicado
ya durante la Última Cena, y ahora les advierte que no podrán resistir la prueba
si no permanecen vigilantes y orando.
La
oración es indispensable para nosotros, porque si dejamos el trato con Dios,
nuestra vida espiritual languidece poco a poco. «Si se abandona la oración,
primero se vive de las reservas espirituales..., y después, de la trampa»10.
En cambio, la oración nos une a Dios, que nos dice: Sin mí no podéis
hacer nada11.
Conviene orar perseverantemente12,
sin desfallecer nunca. Hemos de hablar con Él y tratarle mucho, con
insistencia, en todas las circunstancias de nuestra vida. Además, ahora,
durante este tiempo de Cuaresma, vamos con Jesucristo camino de la Cruz, y «sin
oración, ¡qué difícil es acompañarle!»13.
El
Señor nos enseña con el ejemplo de su vida cuál ha de ser nuestra actitud:
dialogar siempre filialmente con Dios. «No es otra cosa oración mental, a mi
parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con
quien sabemos nos ama»14.
Siempre hemos de procurar tener presencia de Dios y contemplar los misterios de
nuestra fe. Ese diálogo con Dios no debe interrumpirse; más aún, debe hacerse
en medio de todas las actividades. Pero es indispensable que sea más intenso en
esos ratos que diariamente dedicamos a la oración mental: meditamos y hablamos
en su presencia sabiendo que verdaderamente Él nos oye y nos ve.
Quizá sea la necesidad de la oración, junto con la de vivir la caridad, uno de
los puntos en los que el Señor insistió más veces en su predicación.
II. Y
se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, puesto de rodillas, oraba,
diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya15.
Cuando
el sufrimiento espiritual es tan intenso que le hace entrar en agonía, el Señor
se dirige a su Padre con una oración llena de confianza. Le llama Abba,
Padre, y le dirige palabras íntimas. Ese es el camino que debemos seguir
también nosotros. En nuestra vida habrá momentos de paz espiritual y otros de
lucha más intensa, quizá de oscuridad y de dolor profundo, con tentaciones de
desaliento... La imagen de Jesús en el Huerto nos señala cómo hemos de proceder
siempre: con una oración perseverante y confiada. Para avanzar en el camino
hacia la santidad, pero especialmente cuando sintamos el peso de nuestra
debilidad, hemos de recogernos en oración, en conversación íntima con el Señor.
La
oración pública (o en común) en la que participan todos los fieles es santa y
necesaria, pues Dios quiere ver a sus hijos también juntos orando16,
pero nunca puede sustituir al precepto del Señor: tú, en tu aposento,
cerrada la puerta, ora a tu Padre17.
La liturgia es la oración pública por excelencia, «es la cumbre hacia la cual
tiende toda la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo fuente de donde mana
toda su fuerza (...). Con todo, la vida espiritual no se contiene en la sola
participación de la sagrada Liturgia. Pues el cristiano, llamado a orar en
común, debe sin embargo entrar también en su aposento y orar a su Padre en lo
oculto, es más, según señala el Apóstol, debe rezar sin interrupción (1 Tes,
5, 17)»18.
La
oración hecha en común con otros cristianos también debe ser oración personal,
mientras los labios la recitan con las pausas oportunas y la mente pone en ella
toda su atención.
En la
oración personal se habla con Dios como en la conversación que se tiene con un
amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que decimos, oyéndonos y
contestando. Es en esta conversación íntima, como la que ahora intentamos
mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor, para adorar, dar gracias,
pedirle ayuda, para profundizar –como los Apóstoles– en las enseñanzas divinas.
«Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?” —¿De qué? De Él, de
ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones
diarias..., ¡flaquezas!; y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y
desagravio.
»En
dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!”»19.
Nunca
puede ser plegaria anónima, impersonal, perdida entre los demás, porque Dios,
que ha redimido a cada hombre, desea mantener un diálogo con cada uno de ellos,
y al final de la vida la salvación o condenación dependerán de la
correspondencia personal de cada uno. Debe ser el diálogo de una persona
concreta –que tiene un ideal y una profesión determinada, y unas amistades
propias..., y unas gracias de Dios específicas– con su Padre Dios.
III. Cuando
se levantó de la oración y llegó hasta los discípulos, los encontró adormilados
por la tristeza. Y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en
tentación20.
Los
apóstoles han descuidado el mandato del Señor. Los había dejado allí, cerca de
Él, para que velaran y orasen y así no cayeran en la tentación: pero aún no
aman bastante, y se dejan vencer por el sueño y la flaqueza, abandonando a
Jesús en aquel momento de agonía. El sueño, imagen de la debilidad humana, ha
permitido que se apodere de ellos una tristeza mala: decaimiento, falta de
espíritu de lucha, abandono de la vida de piedad.
No
caeremos en esa situación si mantenemos vivo el diálogo con Dios en cada rato
de oración. Frecuentemente tendremos que acudir a los Santos Evangelios o a
otro libro –como este que lees–, para que nos ayude a encauzar ese diálogo,
aproximarnos más al Señor, en el que nada ni nadie nos puede sustituir. Así
hicieron muchos santos: «Si no era acabando de comulgar –dice Santa Teresa–
jamás osaba comenzar a tener oración sin libro, que tanto temía mi alma estar
sin él en oración, como si con mucha gente fuera a pelear. Con este remedio,
que era como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes de los
muchos pensamientos, andaba consolada»21.
Hemos
de poner los medios para hacer esa oración mental con recogimiento. En el lugar
más adecuado según nuestras circunstancias, siempre que sea posible, ante el
Señor en el Sagrario. Y a la hora que hayamos determinado en nuestro plan de
vida ordinario. En la oración estaremos también prevenidos contra las
distracciones; esto supone, en gran medida, la mortificación de la memoria y de
la imaginación, apartando lo que nos impida estar atentos a nuestro Dios. Hemos
de evitar el tener «los sentidos despiertos y el alma dormida»22.
Si
luchamos con decisión contra las distracciones, el Señor nos facilitará la
vuelta al diálogo con Él; además, el Ángel Custodio tiene, entre otras, la
misión de interceder por nosotros. Lo importante es no querer estar distraídos
y no estarlo voluntariamente. Las distracciones involuntarias, que nos vienen a
pesar nuestro, y que procuramos rechazar en cuanto somos conscientes, no quitan
provecho ni mérito a nuestra oración. No se enfadan el padre y la madre porque
balbucee sin sentido el niño que todavía no sabe hablar. Dios conoce nuestra
flaqueza y tiene paciencia, pero hemos de pedirle: «concédenos el espíritu de
oración»23.
Al
Señor le será grato que hagamos el propósito de mejorar en la oración mental
todos los días de nuestra vida; también aquellos en los que nos parezca
costosa, difícil y árida, porque «la oración no es problema de hablar o de
sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor,
aunque no se diga nada»24.
Si lo hacemos así, toda nuestra vida saldrá enriquecida y fortalecida. La
oración es un potentísimo faro que da luz para iluminar mejor los problemas,
para conocer mejor a las personas y así poder ayudarlas en su caminar hacia
Cristo, para situar en su verdadero lugar aquellos asuntos que nos preocupan.
La oración deja en el alma una atmósfera de serenidad y de paz que se transmite
a los demás. La alegría que produce es un anticipo de la felicidad del Cielo.
Ninguna
persona de este mundo ha sabido tratar a Jesús como su Madre Santa María, que
pasó largas horas mirándole, hablando con Él, tratándole con sencillez y
veneración. Si acudimos a Nuestra Madre del Cielo, aprenderemos muy pronto a
hablar, llenos de confianza, con Jesús, y a seguirle de cerca, muy unidos a su
Cruz.
1 Lc 11,
1-3. —
2 Cfr. Mt 14,
23; Mc 1, 35; Lc 5, 16; etc. —
3 Cfr. Lc 3,
21. —
4 Cfr. Lc 6,
12. —
5 Cfr. Mc 6,
46. —
6 Cfr. Lc 9,
29. —
7 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 119. —
8 Lc 22,
39. —
9 Lc 22,
40. —
10 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 445. —
11 Jn 15,
5. —
12 Cfr. Lc 18,
1. —
13 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 89. —
14 Santa
Teresa, Vida, 8, 2. —
15 Lc 22,
41-42. —
16 Cfr. Mt 18, 19-20. —
17 Mt 6, 6. —
19 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 91. —
20 Lc 22,
45-46. —
21 Santa
Teresa, Vida, 6, 3. —
22 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 368. —
23 Preces
de laudes. Lunes IV semana de Cuaresma. —
24 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 464.
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